martes, 23 de marzo de 2010
Orlando Zapata Tamayo bajo la lluvia y la muerte.
Por Luis Felipe Rojas
En medio del sopor y la desgracia, el día en que se velaba el cuerpo de Orlando Zapata Tamayo el cielo se abrió sobre el pueblo de Banes. No hizo más que caer la tarde y las nubes se acomodaron solitas para empapar el humilde barrio que está pegado al cementerio La Güira.
Un patakín (leyenda) de la religión Yoruba dice que los orichas le dejaron al hombre un regalo: la lluvia, la lluvia sobre los ojos. Es por eso que siempre llueve cuando alguien muere.
Esta vez llovió en la noche banense, holguinera y cubana. Los ojos se llenaron de lágrimas por la impotencia y el dolor por el hermano que se iba, pero aún así, al otro día, cuando cantaron los primeros pájaros del alba un constante aguacero limpió las calles de Banes. Fue el primer chaparrón en muchos meses.
Los muertos empezaron a salir de los calderos de Reina Luisa Tamayo Danger para acompañar el cuerpo del negro Zapata hasta el viejo cementerio de La Güira. En otras partes del oriente cubano rompió a llover bien temprano.
Cuando escampó sobre la media mañana, Cuba tenía un rostro distinto.
Zapata se iba con los enfumbis (muertos) a correr por los trillos que desbrozó cuando niño.
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