
Por Jorge Olivera Castillo
Habana Vieja, La Habana,(PD) Es muy posible que este anuncio fatal pertenezca al pasado en el momento que salga publicado. Los acontecimientos se precipitan de una manera alarmante. El hambre y la sed son las armas de destrucción masiva que han demolido el cuerpo de Guillermo Fariñas.
Este veterano periodista independiente y defensor de los derechos humanos, languidece minuto a minuto a causa de la decisión de no ingerir alimentos ni agua. Desde el día 24 de febrero su cuerpo está expuesto al suplicio de esas privaciones que lo acercan a la muerte.
Indudablemente, ese será el desenlace de una acción extrema tomada como último recurso ante los atropellos de un régimen que criminaliza el ejercicio de los derechos fundamentales.
En esta oportunidad no pide reivindicaciones políticas, solo exige un gesto humanitario: la liberación de 26 presos de conciencia que se encuentran en precario estado de salud.
La respuesta del poder tiene los matices de siempre. El tono utilizado es el de cualquier asesino profesional dispuesto a despedazar a su víctima sin el menor rastro de misericordia. Son evidentes las muestras de que no habrá acuerdos entre las partes en conflicto. Los jerarcas del poder han apostado por solo ofrecer el desprecio con todos sus atributos.
A golpe de campañas de desprestigio, deliberadas tergiversaciones de los hechos y posturas que consolidan una imagen cavernaria en todo el sentido de la palabra, se ratifica el desdén por la vida de un hombre con suficientes agallas para inmolarse en las narices de sus verdugos.
Con independencia de las valoraciones a favor o en contra de tal actitud, es necesario observar la situación dentro de un marco en que intervienen diversas circunstancias que favorecen el desarrollo de estos escenarios perturbadores.
¿Quién con tan siquiera un poco de decencia y sentido común se atrevería a cuestionar la demanda de Fariñas?
Si se proclama a los cuatro vientos que el gobierno cubano es un defensor a ultranza del derecho a la vida, ¿entonces como se explicaría una actuación que se enmarca en los terrenos de la barbarie?
¿Cómo entender, sin llegar al desconcierto, que alguien tenga que recurrir al martirologio para intentar alcanzar la excarcelación de personas que sufren múltiples enfermedades, muchas de ellas adquiridas durante un arbitrario y brutal cautiverio?
Es oportuno acotar que Fariñas conoce al detalle los abusos perpetrados por los carceleros bajo el manto de la más absoluta impunidad. Por sus disidencias ha pagado varios años de cárcel, ha sufrido salvajes golpizas y ha protagonizado una veintena de huelgas de hambre, la penúltima, realizada en el año 2006, que casi le cuesta la vida, en defensa del libre acceso a internet para todos los cubanos.
Es presumible su muerte. Ya el régimen dictó la sentencia al ponerlo como un trapo ante la opinión pública nacional. Insisten en despersonalizarlo comparándolo con cualquier cosa que no tenga el más mínimo contenido humano.
Afortunadamente su deceso no quedará en el anonimato. Medio mundo se moviliza ante el próximo crimen. Es oportuno adelantar que sus reclamos de justicia se escucharán desde la tumba.
Ni las patibularias recriminaciones de la nomenclatura y sus secuaces, ni esos silencios que llevan a cuestas el hedor de la complicidad podrán opacar una decisión que conmueve y a la vez entristece.
El veredicto se puede adelantar de antemano: Fariñas le va ganar la pelea a la dictadura. Aunque como dije al principio, quizás se encuentre en estos momentos dentro de un sarcófago.
Lo ha dicho muy claro: “Voy hasta las últimas consecuencias”. Otros opositores ya anuncian que seguirán su ejemplo. La soberbia de la dictadura podría estar en el límite de sus posibilidades. Su fin se acerca.
oliverajorge75@yahoo.com
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