miércoles, 14 de abril de 2010
Angustia intelectual
Por ALFREDO CONDE
Hace muchos años, cuando todo era fervor, leí un texto de Fidel Castro, creo recordar que editado en Edicións 62, pero es posible que me equivoque. Se trata de uno de esos libros que quedaron al amparo, llamémosles así, de alguna de las diferentes administraciones que han poblado, señalizado, incluso y si lo quieren, balizado mi vida, tan escasa de tramos rectos como las carreteras gallegas. El texto se titulaba La Historia me absolverá. Excuso relatarles el fervor emocionado en medio del que transcurrió lectura tal, hace ya tantos y tantos años, tan jóvenes éramos. ¿O no?
Acabo de recordar, ya que no el texto, sí el fevor y la emoción que acompañaron su lectura. Piensen, los más jóvenes, que se trataba de una lectura prohibida. Entonces, la posesión de un libro de aquellas características podía costarte un disgusto y no, precisamente, el de quedarte sin postre o no recibir la paga del domingo. Ahora que recuerdo el texto y las emociones desatadas creo que deberé decirles a qué se debe la evocación, de qué mano viene conducida; pues bien, a ello vamos.
La provocó la lectura de un libro de poemas de Regis Iglesias Ramírez, un poeta cubano, disidente político, preso en una cárcel de su país, por comportarse como un ciudadano en un espacio gobernado por una tiranía, en un territorio reservado a los súbditos. El libro se titula Memorias de otoño y acaba de ser editado por ehc, es decir, por Editorial Hispano Cubana. No voy a hablarles de él, lo haré otro día, pero sí del anexo en el que se incluye la Causa 8 del 2003 seguida contra el autor y sus compañeros. Su lectura ha sido la que suscitó en mí la evocación primera de aquel lejano texto de Fidel Castro. No se preocupen, no se la voy a relatar. Lo que sí voy a hacer, lo estoy haciendo, es preguntarme en voz alta, qué sentimiento de bochorno y vergüenza, incluso de humillación moral, qué sentimiento de vida desperdiciada, de oportunidad perdida, de fracaso intelectual y político, le provocaría a Fidel Castro la lectura de este texto y la evocación conjunta de aquel otro suyo que yo y conmigo tantos otros, tantos y tantos, leímos en los años lejanos. ¿Se le caería la cara de vergüenza, al licenciado Castro Ruz? Es de suponer que sí, es de desear que sí. Implicaría que aún le quedase un asomo de dignidad. Pero no estoy seguro de que se atreva nunca a leerlo. Evocar al tiempo aquel texto suyo, pronunciardo no sólo delante de un tribunal sino de la Historia, para acabar presidiendo un régimen capaz de generar textos legales como el de este anexo, convierten una vida en algo que peor que inútil. Constatarlo debería producirle un vacío existencial, una angustia intelectual, peor que cualquier condena. No creo que lo lea.
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