viernes, 30 de abril de 2010

Elogio de la fealdad


De joven, de muy joven, creí a Osvaldo Navarro, mi amigo el poeta que fue a morirse a México. Él dejó escrito que la belleza fue siempre una mujer callada. Las manos en el fuego. Una manera de luchar contra el dolor y una sed sin agua y sin final. A mí me gustaba esa idea y me gusta todavía en esta tercera y última juventud que vivo ahora.

Después conocí otros conceptos y los dejé anotados por ahí, todos debajo del poema de Osvaldo, pero aceptados porque cada ser humano debe ver el asunto de una manera diferente. Así, repaso a veces la noción que tenía Cruz Olivera, un hombre convencido de que el único brillo de lo bello estaba en el fulgor de una moneda de oro.

O la de aquella muchacha, Jovina, de Santiago de los Caballeros, que hallaba la belleza nada más que en los delantales heredados de su abuela y en unas bolsas de mezclilla en las que habían guardado caramelos de miel.

Por estos días entra de lleno en el problema una escritora de Colombia, Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, 1951). Y entra con un libro, una novela narrada en primera persona, que se titula El prestigio de la belleza.

La historia llega al tema por la puerta esquina, triste y por la entrada de servicios, en harapos y por una ventana rota, porque son los recuerdos de la infancia y de la adolescencia de una mujer fea. Es la belleza vista desde la fealdad. Es una conmovedora reflexión literaria, dice el periodista Carlos Restrepo, sobre dos pesadumbres de la existencia.

La señora Bonnett, una de las figuras más relevantes de la literatura de su país en la actualidad, ha dicho que hay algo de su experiencia personal en este libro.

«En algún momento de mi vida yo creí entender que a mi mamá yo no le parecía tan bonita como debía haber sido. No es que le pareciera fea, es que yo notaba que ella quería hacer de mí una niña más bonita. Y eso fue un pequeño dolor, pero más que eso una preocupación. Entonces, en el momento de escribir, yo creé un personaje que soy yo, pero que en muchos momentos ya no era yo».

La novela viene con la garantía de la obra de Piedad Bonnett. Una poeta, dramaturga, profesora universitaria y traductora que ha cargado todas las líneas de su obra con pasión y claridad, dos elementos que no caben en un mismo cántaro.

Este libro, una denuncia contra los frenos y las talanqueras de la infancia y la juventud, un cuento triste y melancólico, la puede afianzar en sus aspiraciones como novelista. Pero creo que, todavía, en Colombia y en otros sitios donde se conoce su trabajo, a Piedad Bonnett se le verá como una poeta solitaria, sentada y viva en cualquier sitio por donde pase la vida sin arrebol.

Aquí tenemos unos versos de Piedad. El poema se llama No me culpes: Por rondar tu casa como una pantera/ y husmear en la tierra tus pisadas / por traspasar tus muros,/ por abrir agujeros para verte soñar./ Por preparar mis filtros vestida de hechicera,/ por recordar tus ojos de hielo mientras guardo/ entre mis ropas un punzón de acero.

Raúl Rivero

El Mundo

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