miércoles, 7 de abril de 2010

LA CASA LAGOS

Cuba ayer y hoy

Por Richard RosellóPublicado 2/04/2010

Arroyo Naranjo, La Habana, 1ro de abril de 2010 (PD) Las cosas que ya no existen siguen en la memoria de los vivos. De eso se trata. Orelio Borges García (Tata), un habanero de 76 años, vive con el pasado, como la mayoría de sus coterráneos. Habla con vanidad de los momentos de prosperidad en Cuba antes de 1959.

Hace poco sintió como la nostalgia le barrenaba el cerebro. Saltó de la cama y salió a visitar La Casa Lagos, de la que fue uno de sus dos empleados allá por 1953. Era una bodega mixta situada en la esquina de las calles Jesús María y Cuba, en el casco histórico de La Habana Vieja.

Borges García había tenido un sentimiento al despertar de la modorra. Regresar a aquel sitio que gozó de todo esplendor y fue orgullo de sus dueños. Estaba ansioso por encontrar los viejos fantasmas de la abundancia, la buena atención y un servicio donde se combinaban cantina, bodega y lunch.

¡Aquel olor de los jamones Sweet Company colgados junto a los chorizos y las mortadelas! En cajas venía el bacalao de Noruega, el tasajo de Montevideo y el arencón de Marruecos. A la entrada de la casa, el cliente se tropezaba con la vidriera de los quesos Guarina, Nela y Hacienda. Abajo los quesos importados, amarillos, blancos y grises de España y Holanda. La manteca norteamericana llegaba en barriles y latones.

Allá, sobre un mostrador de caoba dorada, se amontonan las latas y conservas. Leche evaporada y condensada; los cascos de guayaba, piña, fruta bomba, coco y un largo etcétera. Muy cerca las sardinas de Nantes, el bonito argelino y los salchichones de Asturias.

Un largo frigidaire Crown, de cinco puertas, estaba atestado de cervezas. Aquí la Cristal, Hatuey y Polar. Allí las cervezas Pilsen, Llave, Cabeza de Lobo y otras europeas. Abajo se disputaban 21 marcas de refrescos, jugos y maltas. El anaquel de la entrada mostraba una variedad de cigarros y tabacos especiales, los mejores del mundo: Regalías al Cuño, H-Upman, Partagás y Montecristi. Muy cerca, los rones cubanos, el coñac francés y sidras de la península ibérica.

Sacos abiertos, mostraban las variedades de arroz a granel, los frijoles, judías y garbanzos. A un extremo, los aceites, vinagres y turrones de Alicante. No muy lejos las especias mexicanas de comino, anís, pimienta, clavos, canela, bijol y orégano.

Casi todas las bodegas ofertaban confituras, caramelos y helados. En las mañanas, los clientes gustaban de comprar el café acabado de moler. La casa tenia un servicio de lunchería surtida. Las cervezas se acompañaban con bocaditos y saladitos con aceitunas.

Cuando Tata llegó al lugar, más de 50 años después, el desasosiego lo invadió. Se encontró con un comercio sepultado por la miseria y la soledad. Desabastecido, lleno de polvo, oscuridad y telarañas. No existían vidrieras, el viejo Crown estaba sin puertas y guardaba unos sacos sucios; la estantería vacía y podrida, las paredes sin pintar. Unas gotas de agua caían del techo. Todo era tan apabullante que laceraba.

Cuatro empleados conversaban en medio de una notable apatía. Ahora no hay mucho trabajo, salvo una vez al mes, cuando llegan los suministros de la canasta familiar racionada.

Quesos, vinos, carnes y confituras, que allí no existen, van al turismo, al mercado de moneda dura, al que no todos los cubanos tienen acceso.

Borges dejó el sitio decepcionado. La Casa Lagos presenta la misma situación calamitosa que los más de 60 000 comercios que se perdieron a la llegada de Fidel Castro. Establecimientos que sufrieron el despojo de sus encantos, ofertas y sueños por un régimen que implantó a la fuerza su fobia al capitalismo.

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