viernes, 23 de abril de 2010

PECES Y PESCADO


Por Gladys Linares

Lawton, La Habana, 22 de abril de 2010, (PD) Hace mucho tiempo que, pese a vivir en una isla, es bastante difícil comer buen pescado, y además, fresco. Tal parece que los peces nos abandonaron en busca de aguas libres.

En los días de Semana Santa, no faltaba en la mesa el tradicional pescado de Viernes Santo. Vienen a mi memoria los preparativos de los aficionados a la pesca, y, por qué no, de los que no lo eran tanto, pero en un día tan especial se daban también a este entretenimiento, y, avíos en mano, salían a pescar. Aunque muchos preferían comprar el pescado a los vendedores que recorrían las calles.

El pescado estuvo siempre presente en nuestra mesa, no sólo en la ciudad, también los campesinos practicaban la pesca en ríos y riachuelos. Era una costumbre que nos venía de los indios. Cuando fui maestra en el Escambray, comíamos anguilas, truchas, camarones y biajacas, todos pescados en el río.

Pero en la ciudad, la mayoría de los pescados y mariscos se compraba a los vendedores. Muchos eran chinos, y anunciaban la mercancía con su forma peculiar de hablar. Traían variedades, desde pargo hasta majúa, camarones y langostas. Distribuían encargos y vendían barato.

En Cienfuegos, mi ciudad a la orilla del mar, eran populares los puestos de minutas, frituras de pescado y majúa frita. Hoy también se venden minutas, pero sin el sabor de aquel pescado fresco y de buena confección.

Siempre que llega la ocasión, nos preguntamos qué se hizo el arenque, aquel pescado ahumado que gustábamos calentar con papel cartucho. Se vendía en las bodegas y constituía un buen saladito. ¿Y los camarones secos que se cocinaban con arroz y calabaza? La mayoría de los jóvenes no conocen estas delicias.

Conocí en Lawton a los hermanos Padrón. Eran cinco y se dedicaban a la venta de pescado fresco y mariscos a domicilio. Eran del poblado de San Nicolás de Bari. Primero vino el hermano mayor a probar suerte. Le fue bien, y entonces le siguieron los demás. “Vinimos con una mano adelante y otra atrás”, decían. Para 1962 tenían cuatro motocicletas y una camioneta, pero les quitaron la licencia sanitaria, los perseguían, y tuvieron que dejar el negocio.

A partir de 1962 comenzaron las medidas represivas contra los vendedores de pescado y los pescadores. El paisaje pesquero cambió drásticamente. Con la creación de las cooperativas pesqueras, ya no se podía pescar libremente, y mucho menos vender la pesca.

Para esa época, entró en nuestro escenario la libreta de racionamiento y comenzaron a vender una libra de pescado por persona dos veces al mes. Con el decursar del tiempo, han logrado la magia de convertir una libra de pescado en media de pollo, y no todos los meses.

A partir de 1963 se inició una campaña para el desarrollo de la recién creada industria pesquera. Se abrieron escuelas de pesca, se construyeron y compraron embarcaciones. Entonces pensamos que los productos del mar nunca nos faltarían. Por aquella época se montaron pescaderías prefabricadas por todo el país, pero duraron poco. Hoy, muchas son utilizadas para vender viandas, huevos o cualquier otro artículo.

En la actualidad existen algunas pocas pescaderías que venden productos del mar congelados. Sin embargo, los precios son exageradamente altos y la variedad, muy limitada. En ellas no se vende langosta, que se reserva para restaurantes en divisas y para la exportación.

Estar cerca del mar se ha convertido en un peligro, y pescar es ilegal hasta tal punto que para hacerlo hay que tener un carné de pesca deportiva; además, está prohibido comercializar lo que se pesca.

Me contó un amigo, que pescaba en la costa, allá por Brisas del Mar, y llegó la policía. Les pidieron el carné a los pescadores, y a quienes no lo tenían se los llevaron presos y les decomisaron sus avíos.

Aún quedan viejos pescadores dueños de embarcaciones. Para salir a pescar les otorgan un permiso por tiempo limitado – 10 ó 12 horas – para prevenir un posible escape del país. Pero muchos han dejado un farol con una boya en el lugar, han apagado las luces del barco y puesto proa al norte.

Muchos hogares cubanos apenas cuentan con ese preciado alimento que es el pescado. El hábito de otros días se ha perdido, pero no puedo decir que se “volvió sal y agua”, porque la sal está racionada, y del agua no digamos nada. Pero los peces están ahí, esperan por nosotros. Han resistido cincuenta años del bloqueo impuesto por la ineficiencia de este fracasado sistema.

Foto: Marcelo López

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