viernes, 30 de abril de 2010

VOTAR EN CUBA


Por Tania Díaz Castro

Santa Fe, La Habana, 29 de abril de 2010, (PD) Si elegir a un nuevo Sumo Pontífice no es tan complicado, menos aún ha sido elegir en Cuba al mismo candidato a la presidencia durante cincuenta años.

Cuando muere un Papa, tanto el camarlengo -quien atiende los asuntos de la Iglesia-, como 120 cardenales menores de ochenta años de edad, con derecho al voto, participan del proceso electoral, vigilados mediante sorteo por tres asistentes de los cardenales, renovados cada tres días.

En Cuba todo es mucho más sencillo. Dos niños de pie custodian y vigilan las urnas, o por lo menos, hacen como si las vigilaran. Se dice que el pueblo postula y elige a sus representantes, pero en realidad no es así. El pueblo se compone de más de doce millones de seres humanos, muchos de ellos indiferentes, disidentes, presos, ex balseros, locos, ganadores del bombo de visas norteamericanas, retrasados mentales, adormecidos, opositores, periodistas independientes, etc. Aquellos que postulan y eligen en sus respectivos barrios son los incondicionales del gobierno, los favorecidos y comprometidos hasta los cartílagos, esos que cada día son menos y menos y que en muchos casos padecen de esa enfermedad propia de la represión que pone en práctica las dictadura para mantenerse: el miedo.

Como las elecciones son financiadas por el Estado, es el jefe de Estado quien obtiene siempre los votos requeridos por aquellos que representan a los mismos de siempre: viejos generales, viejos ministros, viejos combatientes, en su gran mayoría con casi ochenta años, los que componen la nomenclatura.

El actual sistema electoral cubano es el ideal para las dictaduras. Salió del cerebro del caudillo mayor. Como ha sido concebido tal y como estas lo requieren, le viene como anillo al dedo.

En 1954 el dictador Batista quiso poner en práctica algo parecido. El único candidato opositor que se prestó al juego se retiró a última hora y Batista ganó las elecciones.

En Cuba, valga la aclaración, los procesos electorales se realizan tan fácilmente como el cepillado de los dientes, aunque no se sepa el costo total de una campaña. Pero todo resulta fácil porque no hay oposición de ninguna clase. Nada de partidos políticos o disidentes propuestos y aprobados por la mesa presidencial en las asambleas de barrio donde se eligen a los representantes. Eso complicaría la cosa, sobre todo a la hora de controlar dichas asambleas por los miembros de la policía política.

No he querido decir, aclaro, que la elección del Papa se parezca a la de un dictador. Ni remotamente he pensado eso. Por ejemplo, si los cardenales votan por escrito y en secreto, reunidos en la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico de Roma, en Cuba los más favorecidos por el gobierno cubano, los que viven en las residencias de la burguesía desaparecida a partir de 1959, los barrigudos, los que incluso padecen de una enfermedad conocida en Cuba como titimanía, aunque casados, por supuesto, con mujeres jóvenes, se reúnen en el Palacio de las Convenciones y a mano limpia, bien levantada, votan por la continuidad del Jefe.

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