domingo, 2 de mayo de 2010
Asalto a la espontaneidad en La Habana
Por: Jorge Ferrer
En contubernio con la jerarquía de la Iglesia católica cubana, el gobierno de Raúl Castro acaba de conculcar el derecho a manifestarse a las decenas de ciudadanos espontáneos que se oponían a las marchas de las Damas de Blanco.
Estos opositores de los opositores, según repitió siempre machaconamente el gobierno de La Habana, eran vecinos que veían pasar de pronto frente a sus casas a un grupo de disidentes y les salían al paso. Así porque sí. Les salía de adentro, oye. Y ejercían un derecho tácito: en Cuba, «la calle es de los revolucionarios». De Fidel, vaya.
Se trataba, pues, del segundo grupo de cubanos que ejercía su libertad para manifestarse. Por un lado las Damas de Blanco y por otro los espontáneos revolucionarios. Íbamos avanzando, tú.
Hoy, sin embargo, la Quinta Avenida sólo ha visto pasar a las Damas de Blanco. Luego, cabe suponer que todos aquellos espontáneos han sido visitados por adustos agentes de la Seguridad del Estado, que les han amenazado con la pérdida de sus empleos y hasta con la cárcel. Esas mujeres y hombres que ya se nos iban tornando familiares… Tan monos ellos.
Ay, los pobres. Reprimida ahora su espontaneidad por la policía política. Mirando por los visillos a las Damas de Blanco paseándose impunemente, aguantando la rabia, incapaces de ejercer su derecho a la bendita espontaneidad.
No cuesta imaginar que comenzarán a organizarse para reclamar sus derechos. Que familiares, amigos y correligionarios se constituirán en Piqueteros de Apoyo a los que se oponen a los opositores. Que pronto tendremos a un tercer grupo de manifestantes: los que reclamen el derecho de libre y espontánea manifestación contra las Damas de Blanco y la libertad de los opositores a los opositores. Y ahí, tú verás, tendrá que poner paz la Iglesia Protestante.
Es que esto del castrismo es un sin vivir, caballeros…
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