viernes, 7 de mayo de 2010

CRISIS


Por Jorge Olivera Castillo

Habana Vieja, La Habana, 6 de mayo de 2010, (PD) La miseria ha expandido su radio de acción. En las afueras de los mercados estatales, que ofertan sus productos de forma liberada, están las pruebas. A lo largo del día, la fila crece hasta convertirse en una masa amorfa y encolerizada. Todos anhelan llegar a la tarima y desembolsar los 17,50 pesos en moneda nacional por las 5 libras de arroz per cápita. Es la orden del Ministerio de Comercio Interior ante el marcado desabastecimiento del producto en las últimas semanas.

Estos detalles tienen su origen en el capitalino municipio de la Habana Vieja, pero se sabe que es un problema de carácter nacional. Resolver un poco de arroz, más allá de las 6 libras por consumidor entregadas mensualmente a través de la libreta de racionamiento, es un asunto que cae en el terreno de la incertidumbre.

“Ayer tuve suerte. Llegué a las 5 de madrugada y me fui a las 3 de la tarde, pero afortunadamente pude comprar el arroz”, se expresaba una vecina al día siguiente de algo que catalogó como una tortura.

“Imagínate, tantas horas bajo el sol y con el temor de irme con las manos vacías. Hay gente habilidosa que venden los turnos, tras marcar varias veces en una fila que empieza civilizadamente y muchas terminan en una aglomeración con agrias discusiones y broncas”, agrega con la angustia reflejada en el rostro.

“Esto no es fácil. Por desgracia los pobres tenemos que padecer todas estas tensiones para poder cubrir nuestras necesidades básicas. ¿Qué cubano puede vivir con lo que dan en la bodega cada mes?, pregunta Pedro, mientras gesticula para enfatizar su molestia en relación a los pormenores de una asignación alimentaria estatal que apenas cubre un tercio de las demandas.

“Se comenta que la crisis con el arroz apenas comienza. La producción nacional va de mal a peor y el dinero para suplir las carencias comprando en el mercado internacional prácticamente no existe. El país está al borde la bancarrota”, afirma un antiguo funcionario del Ministerio de Finanzas. “Vamos a ver si Vietnam u otra nación destacada en la producción de la gramínea, se apiada de nosotros”, añade con un gesto de incredulidad.

“¿Harina de maíz por arroz?”. Tal interrogante nace de los rumores que circulan, con fuerza, entre los pobladores de la capital.

De acuerdo a como van las cosas, tal sustitución no es del todo descartable. Esto rompería con los tradicionales hábitos alimenticios heredados de nuestros ancestros. Además, alrededor de ese rumor gira otra pregunta no menos puntual: ¿Sin arroz, como completar un almuerzo o una comida, casi siempre de baja calidad, pero que al menos sirva para sentir el placer de estar llenos por un período mayor de tiempo?

Aunque nadie esperaría una sublevación popular a consecuencias de lo que todavía es pura especulación, ya empiezan a aflorar frases de descontento y agudas incriminaciones contra el gobierno ante la emergencia de una nueva etapa en el desabastecimiento total o parcial de un producto insustituible en la dieta del cubano.

Como era de esperar, los artífices del mercado negro baten palmas. Ante las escaseces ven aumentar sus ganancias. El precio impuesto por esta clase parásita que medra a la sombra del descontrol, la indisciplina y las insuficiencias económicas, oscila entre 10 y 15 pesos la libra.

Lejos de desenredarse, los nudos de una crisis que en este caso se debe más a factores internos que a externos, los expertos en lazos se encargan de apretarlos para mantener atado al país a un destino incierto.

La entrega de tierras, entre otros incentivos al campesinado con el fin de potenciar las producciones agropecuarias, fue un simple juego de palabras, un plan retórico para cazar incautos.

La elite de poder apuesta por el atrincheramiento para su supervivencia. Lo que sucede del otro lado de las barricadas les importa un comino, aunque a menudo demuestren lo contrario.

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