viernes, 28 de mayo de 2010
El premio gordo
Fernando Ravsberg | 2010-05-27, 14:29
sp_obra_carro_cuba430.jpgLa destitución del Ministro de Transporte,
Jorge Luis Sierra, me sorprendió dado que este es uno de los pocos
sectores donde se puede decir que el país ha avanzado ostensiblemente,
tanto a nivel urbano como interprovincial.
Me pregunté cuáles habrán sido los errores cometidos por Sierra y busqué
información entre los funcionarios de gobierno. Cuando me dijeron la
causa me costó tanto creerlo que seguí buscando nuevas fuentes para
confirmarlo.
Al parecer el pecado del ex ministro fue autorizar la importación de
automóviles sin pago de impuestos a aquellos cubanos que tuvieran un
vehículo viejo para entregar a cambio y dinero suficiente como para
comprarse uno nuevo en el extranjero.
Yo conocía la medida y me pareció una forma inteligente de renovar el
parque automotriz sin inversiones por parte del gobierno. Las cosas, sin
embargo, se salieron del cauce previsto por las autoridades del ministerio.
La mayor parte de los automóviles comprados por los cubanos fueron de
lujo, Mercedes Benz, Audi y BMW, del año. Algunos artistas compraron
vehículos de más de US$50.000 pero hubo empleados estatales, con
salarios de US$30 al mes, que importaron vehículos de US$15.000.
De inmediato sonaron todas las alarmas y se suspendió la importación
justo cuando los que tienen menos dinero se aprestaban a cambiar el
automóvil. Los más adinerados no tienen de qué preocuparse; ya sus
carros de lujo los distinguen.
Podríamos hablar horas de anécdotas de este caso y de la idiosincrasia
de los cubanos pero lo cierto es que el problema está mucho más en el
fondo, está en los mecanismos creados por el sistema en relación con los
automóviles.
Normalmente para que un ciudadano pudiera comprarse un vehículo
necesitaba el permiso del vicepresidente de la República. No sé quién lo
autoriza ahora pero durante años fue tarea de Carlos Lage decidir quién
se merecía un carro.
Teóricamente se ha dicho muchas veces que la venta de automóviles debe
orientarse hacia aquellos que los necesitan para desarrollar su labor
social. Afirman que el ecosistema colapsaría si todos los habitantes del
planeta tuvieran un vehículo propio.
Sin embargo, después las mismas autoridades premian a los ciudadanos con
automóviles. Durante los años buenos se les vendían carros a
trabajadores muy destacados y hace poco tiempo se los entregaron a los
deportistas retirados.
El vehículo es el Premio Gordo. Tengo un conocido que por sus aportes
técnicos durante la crisis econímica de los 90 recibió una moto; al año
siguiente hizo nuevos inventos y le entregaron otra y como siguió
destacándose, en este milenio le vendieron un auto Lada.
Nadie le preguntó a este cubano destacado si necesita una casa, mejoras
salariales o si quiere hacer un viaje. No, él se merecía un gran
estímulo y eso es un vehículo. Así que este señor tendrá que decidirse
entre ampliar el garaje o dejarse de inventar cosas.
El absurdo es tal que para impedir que los premiados puedan revender los
carros a terceros que no se lo merecen, existe una directriz que prohíbe
los traspasos de dueño, aunque este es un trámite que la propia ley
cubana autoriza.
Para complicarlo aún más están las excepciones. Los marinos, artistas o
diplomáticos pueden comprar automóviles siempre que demuestren sus
ingresos. Sin embargo, a los campesinos no se les permite, aunque
prueben que el dinero es producto de su trabajo.
Y no sólo hablamos de automóviles; los campesinos no pueden comprar
camiones ni tractores. Es más, conozco el caso de uno al que le
regalaban un tractor en el extranjero y las autoridades le negaron el
derecho a importarlo a Cuba.
Como los extranjeros sí tienen esa posibilidad, algunos cubanos les
ofrecen dinero para que lo compren a su nombre. Invierten miles de
dólares a sabiendas de que cuando el propietario legal vuelva a su país
el carro ya no puede circular.
El enorme caos se ha convertido en un terreno fértil para el mercado
negro, donde cada año se venden automóviles aprovechando los resquicios
legales y forzando la ley con algún dinero puesto, discretamente, en
manos de funcionarios venales.
La relación de las autoridades cubanas con los vehículos automotores es
extraña; casi traumática. Han convertido al automóvil en la mayor
aspiración material del ciudadano, a la que sólo se puede acceder tras
acumular grandes méritos.
El presidente Raúl Castro eliminó ya algunas de las prohibiciones que
pesaban sobre la ciudadanía -hoteles, celulares, internet- y el universo
siguió intacto. De igual forma, una apertura en la venta de carros, sólo
afectaría a la burocracia, al mercado negro y a la corrupción.
http://www.bbc.co.uk/blogs/mundo/cartas_desde_cuba/2010/05/el_premio_gordo.html
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