lunes, 3 de mayo de 2010

El sistema campamental de partidos


Luis Barragán
ND

Asumimos la campamentalidad del socialismo en curso, por todo lo que tiene de provisionalidad, prolongación política de las coyunturas e improvisación de la gestión pública. Y, obviamente, los partidos y movimientos que ha generado cuentan con tal característica que es, en definitiva, la de su propia supervivencia en la nada fácil tendencia a la fusión con el Estado.

opinan los foristas

Las organizaciones progubernamentales exhiben relaciones muy particulares entre sí, interactuando con un Estado que, directa o indirectamente, al sustentarlos, agota sus capacidades administrativas esenciales. Acaso, imposible de soportar como una definitiva fórmula institucional en el tiempo, a sabiendas de los eficaces, complejos y subrepticios caminos alternos de gratificación ya desarrollados, el llamado “gobierno paralelo” – a ensayar en el estado Táchira – les impone formalmente una agenda y una tarea adicional, como es la del reparto (extra) presupuestario y una más recia, como inédita y abierta conflictividad por alcanzarlo.

La variedad aparente y real de las entidades que reclaman su adhesión al Presidente de la República (chavismo), efectiva o ficticiamente incorporadas al ejercicio del poder (chavezato), luce posible gracias a una situación que está aparentemente por finalizar: la “dictablanda”, término que a Juan Carlos Rey le ha parecido apropiado para referirse al gobierno de López Contreras, en su último libro (“El sistema de partidos venezolano, 1830-1999”, Gumilla-UCAB, Caracas, 2009). Adecuado también para comprender el período 1948-1952, igual que al actual, lo entiende como de gobiernos autoritarios “más suaves que otros considerados como verdaderas dictaduras” (67).

Pasada la década, la coalición gubernamental es otra, pues la alianza original conocida como Polo Patriótico se ha convertido en un concurso desigual en el que adquiere toda la principalía el PSUV, beneficiario – por lo demás – del uso y promoción de los medios de comunicación oficiales. Evidentemente, el contraste es dramático con la reaparición y ambientación del multipartidismo por 1998, el que se hizo una novedad junto al proceso de descentralización.

Acuciante observación de Rey, para versar sobre un sistema de partidos debemos preguntarnos si existen o los hay. De modo que podríamos constatar una escasez de protagonistas políticos verídicos, al lado de toda suerte de aparatos y parapetos, movimientos y grupos de electores, fuerzas de choque y fundaciones, entre otros accidentes que demandan una consideración como partidos o asociaciones con fines políticos, sin que legal y hasta sociológicamente se les pueda considerar como tales.

Conocido, el partido capital del régimen es el PSUV que cuenta curiosamente con un himno, un lenguaje y un desarrollo organizacional de cuño militarista, por más civiles que digan conducirlo. En los términos de Rey, es decididamente personalista en contraste con otros más institucionales y colectivos como el PCV y – un poco menos- el PPT, quienes mejor prestancia poseen en el cuadro de los partidos en la práctica subsidiarios.

Incluyamos también a parapartidos como el emblematizado por Lina Ron, surgido al abrigo de las invasiones urbanas, los que tienen por sede sendos espacios públicos (plazas), con una capacidad motorizada de movilización y uso de armamentos como lo demostró con las tomas nada simbólicas del Arzobispado de Caracas, el Ateneo y Globovisión. De indiscutible audiencia televisiva, entendemos que está alimentado por individuos que retratan fielmente al lumpemproletariado en incursiones audaces y a lo mejor espectaculares.

Valga acotar la presencia de agrupaciones de asalto, denominadas colectivos que – territorialmente afianzadas – despliegan más de las veces actividades impunes y peligrosas que dejan como pálido recuerdo los célebres Círculos Bolivarianos, desechados y quizá reencarnados por las juntas comunales. A pesar de las protestas del propio Chávez Frías, nada convincentes, actúan con relativa autonomía y presumimos que dificultan aún más las relaciones al interior del sistema campamental que, por cierto, no encuentra la definitiva brújula hacia el partido de masas pretendido, tornado en un modelo presupuestario de movilización.

Nota aparte merece los altos funcionarios del gobierno que, si bien no pueden concebirse como la expresión de una futura tecnocracia, con poca rotación en las posiciones estratégicas. Rey apunta la atracción que suscita la Yamahiriya Arabe Libia Popular y Socialista, como un paradigma posible (257), aunque importa mucho la herencia ceresoleana y el rol partidista jugado por la Fuerza Armada.

En relación a la crisis que facilitó el ascenso y consolidación del chavezato, creemos importante la alusión que el autor de marras hace sobre los niveles de pobreza y la inmovilidad social de una década atrás, llamando la atención sobre la incongruencia de status (66, 292). A la luz de las actuales circunstancias e, incluso, acogiendo la invocación de Jorge Giordani sobre la crisis de legitimación del Estado, constante en sus últimos libros sobre aquélla época, el dato de la incongruencia no parece algo a desestimar, transcurrido un largo y penoso decenio en el angustioso cuadro de los reacomodos imposibles.

Otra obviedad, la resolución de los conflictos, diferencias o malentendidos de los partidos progubernamentales entre sí y con el propio sistema, tiene por árbitro indiscutible al presidente de la principal entidad. Por consiguiente, reafirmando la subsidiariedad respecto al PSUV, provisoria hasta forzar la unificación, el desenlace ya es conocido a través de los ataques personales, la descalificación política, el desprecio y la persecución: la criminalización de la disidencia es la única solución a compartir.

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