lunes, 7 de junio de 2010

Bolívar y sus circunstancias


Sadio Garavini di Turno
ND

En el conocido debate sobre la mayor o menor relevancia de los “Grandes Hombres” en la Historia, existen, simplificando un poco, dos posiciones extremas: la primera, de evidente raigambre historicista, acentúa las estructuras, los grupos colectivos y, en general las fuerzas profundas e impersonales de la Historia; la segunda, individualista, pone el énfasis sobre la acción individual de los líderes, en el acontecer histórico.

opinan los foristas

Dos grandes voces del pasado, Aristóteles y Santo Tomás eran de la idea que “in medio stat virtus” y, en efecto, entre los extremos historicista e individualista, me encuentro entre aquellos que creen, como Alexander Herzen, que la “Historia no tiene libreto” y es la compleja resultante de la interrelación sistémica entre el líder y sus “orteguianas circunstancias”. Bolívar supo aprovechar las oportunidades que el sistema internacional y, en general, las “circunstancias” de su tiempo le presentaron. Todo “sistema” es una totalidad de partes en interrelación, el Libertador lo comprendía y siempre se mantuvo atento a los acontecimientos internacionales, para utilizarlos en función de sus propósitos. Las circunstancias de Bolívar fueron las guerras napoleónicas, el Congreso de Viena, la restauración monárquica en Francia, la Santa Alianza, la Doctrina Monroe y la gran expansión imperial y comercial británica. Fue precisamente en la Gran Bretaña que Bolívar, desde su misión diplomática a Londres en 1810, buscó y encontró el apoyo externo, para el logro de sus objetivos independentistas. Obviamente, la Gran Bretaña, lo hizo, básicamente, en función de sus propios intereses, pero Bolívar entendió que eran intereses, relativamente, compatibles con los propios. Además, como nos enseña, de nuevo, Santo Tomás, el gran “doctor” de la Iglesia: “hay que escoger, a veces, entre un mal mayor y un mal menor”. Entre las monarquías absolutistas de la Santa Alianza y la gran Bretaña liberal, tanto Bolívar como el “precursor” Miranda, no tuvieron dudas de cual era el “mal menor”.

Si la gloria de Bolívar está intimadamente ligada a su espada, su permanente actualidad está en su pluma. La vigencia de lo que escribió y afirmó , entre otras cosas, sobre la esclavitud, la educación, la integración latinoamericana y la democracia, han crecido con los años, “como crece la sombra cuando el sol declina”, como predijo el peruano Don José de Choquehuanca. Sobre los principios fundamentales de la democracia, por ejemplo, Bolívar fue extremadamente claro : “ Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos…Un gobierno republicano ha sido, es y será el de Venezuela; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios…( Venezuela) constituyéndose en una república democrática, declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar , de hablar y de escribir.” La grandeza del estadista Bolívar fue comprender, con doscientos años de anticipación, el imperativo ideal de la integración latinoamericana. Bolívar sintió la necesidad de la “fusión” en la época de la “fisión”, tenía una visión continental, en el tiempo de los “parroquialismos”, de los pequeños caudillos localistas y de los políticos con “p” minúscula. Una región latinoamericana unida y viable tendría el peso económico y geopolítico suficiente para enfrentar, menos asimétricamente, el necesario diálogo con las otras “macroregiones” del orbe. Sin embargo, desafortunadamente la región está hoy muy dividida. Hay proyectos económicos y políticos enfrentados. La unidad está sólo en la verborrea retórica y en la creación de numerosas organizaciones integracionistas, que muchas veces cambian de nombre o desaparecen, antes de producir los primeros frutos. Demasiados latinoamericanos afirman, hipócrita y melosamente la hermandad de nuestros países, pero a cada rato, refuerzan los mutuos prejuicios y rencores, que plagan nuestro continente y, para colmo, han sido capaces de “sacar la pistola” al menor enfrentamiento ideológico. Los franceses y alemanes, por siglos, se han degollado con gusto y eficiencia; no se les ocurriría la ridiculez de llamarse hermanos y, definitivamente, no se aman. Sin embargo, sobre la base de un común proyecto democrático en lo político y de una exitosa economía social de mercado, han entendido que les conviene ser socios.

“No nos juzgues Bolívar antes del día último”, decía el premio Nobel guatemalteco Miguel Angel Asturias, en su inmortal “Credo”. A ver si nos enseriamos, no vaya a ser que el día último esté cerca.

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