viernes, 4 de junio de 2010

EL VALOR DE UNA SONRISA


Por Gladys LinaresPublicado Hoy

Lawton, La Habana, 3 de junio de 2010, (PD) En una vieja casa de Santos Suárez vive Estela, una maestra jubilada, cuyo único hijo emigró a Estados Unidos. Hace algún tiempo, sufrió un infarto cerebral que la convirtió en hemipléjica, por ello debe llevar una vida sosegada. La noche del lunes la pasó con dolor de cabeza y mareos, así que tan pronto amaneció se dirigió al Consultorio del Médico de la Familia. Allí se encontró con que ese día sólo atendían a embarazadas. Le explicó al médico su situación, y ante la negativa de este, le dijo: “¿Usted cree que yo pueda guardar mis males hasta el miércoles?” Con esta frase logró ser atendida.

Para hacerse los análisis orientados por el médico, al día siguiente muy temprano se dirigió al laboratorio del Policlínico de Cocos y Rabí, en el municipio de Diez de Octubre. Esperó ante la puerta cerrada. Al abrirse esta y aparecer la técnica, de pronto una señora la increpó para que priorizara a su mamá de 85 años. Comenzó una discusión entre ambas, que terminó en que la empleada, molesta, decidió no atender más pacientes. Pero Estela no estaba dispuesta a retirarse. El miedo y la incertidumbre ante una recaída de su enfermedad, le daban valor suficiente para reclamar su derecho. Sin embargo, la empleada no accedió a sus ruegos. Ante esta intransigencia, Estela se dirigió a la dirección, que estaba cerrada, pues el director no se encontraba en el lugar.
Mientras esperaba, se encontró con un enfermero que había sido su alumno, quien le recomendó no buscarse problemas, sino pedirle de favor a la jefa del laboratorio. Decidida a no darse por vencida, entró por los pasillos del laboratorio lo más ligera que pudo, sin hacer caso a las llamadas de las empleadas para que saliera de allí. Encontró a la jefa, y le rogó tanto que esta, al verla llorar, accedió. Cuando vino la técnica, Estela se estremeció de miedo al ver su expresión de disgusto, pero a pesar de todo, era diestra en su trabajo, y le dio un solo pinchazo. “Menos mal”, pensó Estela, “que no todos los buenos profesionales están en misiones internacionalistas.”

Al salir, la jefa, con una sonrisa fingida, a modo de consejo, le dijo: “Las cosas hay que pedirlas de favor.” A lo que ella respondió: “Sobre todo si uno es cubano y no tiene dólares para pagar.”

El plazo reglamentario para recibir los resultados de los análisis indicados a través del Consultorio Médico, es de una semana. Al concluir esta, mi amiga se dirigió nuevamente a la posta médica, pero la encontró cerrada. Al día siguiente – ¡por fin! – la atendió una doctora, quien no quiso darle los resultados hasta consultar en una tabla el valor del colesterol. Estela le ofreció dicha tabla, obtenida en el hospital Hermanos Ameijeiras, pero la doctora se negó a usarla, porque alegó que en el policlínico se empleaba otra.

Esta increíble historia es, sin embargo, cotidiana en Cuba. Estela no contó con la comprensión y la atención que requiere su caso. No fue atendida por alguien que conociera el slogan “el valor de una sonrisa”.

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