Publicado para hoy 25 de junio
Por Hugo Araña
Matanzas, (PD) El malestar social recorre las venas de la nación cubana. Algunos creen ver señales de un emergente Armagedón nacional. La inconformidad por la que atraviesan los cubanos cada día alcanza niveles más inquietantes.
Estos sentimientos se suceden desde hace mucho tiempo. Antes, las frustraciones y ansiedades se comentaban por medio de susurros. Con mucho recelo por temor a una represalia que culminaría en la estación de la policía, aun y cuando lo comentado no encajara en el ámbito político.
Ahora es todo lo contrario. La gente se lanza a criticar y quejarse a los cuatro vientos, donde uno menos lo espera y hasta en momentos no muy adecuados. Como si el riesgo al enfrentamiento importara poco.
El grado de frustración latente en los cubanos es tal que su eco ya se introdujo por distintas vías en las refrigeradas oficinas de la cúpula del régimen. Sólo que se desconoce si lo pasan por alto, como un trivial asunto, sin importancia para sus intereses.
Muchos ciudadanos, sin exagerar, comentan que atravesamos otro ‘Período Especial’, aunque el régimen se niega a admitirlo. Se vive el temor que cualquier día, el menos esperado y debido a una x situación, surja el acto de rebeldía popular, donde es de suponer se produzcan violentos enfrentamientos por odios acumulados.
Muchos esperan ansiosos la ocasión. Otros por temor se niegan a ella. Mientras, otros que no son pocos, esperan el fatídico evento como vía de una liberación total.
Sin hacer una comparación, ya que las comparaciones a veces resultan poco saludables, recordemos lo que sucedió en Polonia, cuando un sindicato puso en jaque al gobierno comunista de ese país centro europeo, hasta primero tambalearlo y después, desaparecerlo.
Esto en Cuba no ha sucedido, pero puede ser posible. Sin hacer tanta historia, recordemos cuando en la ciudad matancera de Cárdenas, en los comienzos de los sesentas del pasado siglo, las amas de casas salieron a las calles a golpear cazuelas por el hambre que se atravesaba. Ahora, las Damas de Blanco, vuelven a ser otra demostración de rebeldía.
El cubano de a pie, ese que no puede perder más de lo que ha perdido, llegado al límite de su precaria existencia, cualquier día, por una mínima confrontación, puede provocar lo que el régimen jamás reconocerá: una revuelta popular que alcance proporciones imprevistas.
Todo en la vida tiene límites. Y en el caso cubano, sin exageraciones, se ha llegado al límite de ese límite. Revísese la actualidad. Préstese oídos a lo que nos rodea. La situación económica mundial afecta a la Isla, pero no a los gobernantes. Recordemos lo que hemos tenido oportunidad de ver en los vídeos sobre el estilo de vida que llevan los hijos privilegiados del sistema.
El mismo Régimen, con su cuadratura política a la cual se aferra, se niega a admitir mínimos cambios, o al menos, otras posibilidades aún dentro del estatus impuesto. Olvidan que el mundo, y por ende las sociedades, tienen que cambiar si desean el bienestar de sus ciudadanos. Porque hasta las mismas democracias, de un tiempo acá, ya no son las mismas.
Lo impuesto políticamente en Cuba desde 1959, no puede conseguir ese bienestar con las mismas recetas, que cada día se hacen más obsoletas, de un socialismo esquemático, poco pragmático y cuyos resultados no han sido los apetecidos.
La disyuntiva caldea el ambiente cubano. Son muchos los que han optado por separarse de cualquier puesto oficial de menor o mayor importancia, e integrar esa masa de trabajadores por cuenta propia, donde la ilegalidad campea por sus respetos.
Acerca de la actitud que las autoridades tomarán frente al estado de la insatisfacción actual, cada día es más incierto el resultado. A veces, no se sabe a derechas cuál es el sistema social que impera en la Isla. Pero de lo que sí muchos están convencidos es de que así no se puede continuar. Porque en el horizonte leve y en silencio, como amenazante amanecer, vemos alzarse al señor Desastre. Sus consecuencias imprevistas, acarrearán fatídicas secuelas. Pero no hay peor sordo que quien no quiere oír.
Foto: Marcelo López
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