viernes, 9 de julio de 2010
HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 10 DE JULIO
Edificio de la Moderna Poesía en La Habana
Esquina Habanera en Cosas de mi tierra
• Santos católicos que celebran su día el 10 de julio:
- En el Almanaque Cubano de 1921:
Santas Felicitas y sus siete hijos, mártires y Santas Rufina, Secundina y Amalia, mártires
- En el Almanaque Campesino de 1946:
Santas Felicitas y sus siete hijos, mártires y Santas Rufina, Secundina y Amalia, mártires
El 10 de julio en la Historia de Cuba
• 1871 -
- Federico Fernández Cavada.
Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 389-390 nos describe los acontecimientos del 10 de Julio de 1871 en la Historia de Cuba:
“Treinta y siete años llevaba vividos Federico Fernández Cavada, hijo de Cienfuegos, al sumarse, de los primeros en la región central de la Isla, al movimiento insurreccional que tuvo su choque inicial en Yara. No era a la sazón aquel animoso cubano un inexperto ni un insignificante. Había aprovechado demasiado bien sus días, y se le tenía por un hombre de positivos merecimientos. ¿Cómo no iba a ser posible que su patria recibiese de él los beneficios de su condición de varón útil?
“Se educó en los Estados Unidos de América. Allá hizo carrera en breve tiempo. Llegó a ser comandante del ejército de la Unión. El gobierno de la gran república aprovechó sus servicios en otras manifestaciones importantes de la vida pública. Lo envió de cónsul a Trinidad, la vieja ciudad donde ya el patriotismo cubano tenía altares. El momento histórico en que Federico Fernández Cavada vino a -Trinidad y la situación política de esta población tuvieron que pesar de consuno en su ánimo hasta colocarlo en el camino por donde se avanzaría hacia la independencia de Cuba.
“En Trinidad conoció Fernández Cavada a Juan Bautista Spotorno. No tardaron mucho en aproximarse, en entenderse, en compenetrarse, fijos sus pensamientos en los dolores de Cuba y en la necesidad de redimirla. La conspiración de los trinitarios no pudo echarse de menos ya en los días en que comenzó a flamear en Oriente la bandera de Carlos Manuel de Céspedes. Por sus pasos contados llegaron los acontecimientos que tenían que llegar cuando hombres como Federico Fernández Cavada soñaban con la emancipación de la patria. Al sonar, en los albores de 1869, la hora del sacrificio en la parte central de la Isla, Trinidad se pronunció de manera brillante y ostensible. Spotorno fue reconocido como jefe de los sublevados allí. Fernández Cavada lo secundó desde luego y demostró en ocasiones muy repetidas ser un lugarteniente valeroso y dignísimo.
“La República de Cuba, ya organizada en Guáimaro, distinguió justamente a Federico Fernández Cavada. En la disposición de las huestes insurrectas, en los instantes difíciles de escoger elementos saludables y elegir jefes competentes y autorizados, su nombre fue colocado entre los de los soldados principales del naciente estado. Muchos y muy importantes resultaron -los servicios que prestó a la Revolución desde que tomó las armas en Trinidad hasta que mereció la honra de suceder en el mando de fuerzas al general Thomas Jordan. El gobierno del presidente Céspedes quiso que Fernández Cavada pasase a los Estados Unidos a desempeñar una comisión no menos trascendental que delicada. Cuando el intentó abandonar las playas cubanas, en Cayo Cruz, fue aprehendido por marineros del guardacostas español Neptuno. El odio del opresor hacia quien con hidalguía se le había enfrentado era extremado, y, a despecho de las diligencias de la cancillería norteamericana para amparar a Federico Fernández Cavada, el 10 de julio de 1871 fue el valiente campeón fusilado en la ciudad de Puerto Príncipe.”
• 1555 -
- El pirata Jacques de Sores entró y tomó La Habana sin mucha dificultad. El Gobernador de la Isla, Gonzalo Pérez de Angulo, salió huyendo a refugiarse en Guanabacoa. Después de tratar de hacer negociaciones con los pobladores y ser atacado a traición por el gobernador, Jacques de Sores le prendió fuego a todo y se fue el 5 de agosto de ese año.
Francisco Vicente Aguilera
en Próceres
por Néstor Carbonel
Francisco Vicente Aguilera
“Nació el 23 de junio de 1821.”
“Murió el 22 de febrero de 1877.”
“Hay hombres que son en la vida de los pueblos como jalones que señalan jornadas de gloria y de martirio. Aguilera es uno de ésos. Pensar en él; asomarse a su vida, es asistir a las pascuas de la libertad de Cuba, al viacrucis sangriento de sus defensores, y a su calvario. Aguilera fue uno de los caballeros sublimes del 10 de octubre de 1868, -día primero en el calendario de nuestro honor. Evocar su figura -alto y delgado y con la barba por el pecho- es verlo atravesar montes y visitar caseríos predicando, nuevo Cristo, la doctrina revolucionaria; es verlo, adolorida el alma por íntimas contrariedades, echarse selva adentro a encarar el peligro y la muerte, seguido de un puñado de bravos; es verlo, en fin, allá en el Norte frío, morir, más que de enfermedad, de la tristeza y horror de contemplar a sus paisanos entretenidos en dimes y diretes, dándose empujones y mordidas, mientras en la isla mártir encapotadas nubes anunciaban la caída de los héroes en el desamparo y la indigencia.
“Bayamés era Aguilera, lo mismo que Céspedes. Fueron sus padres personas distinguidas y acomodadas. En Santiago de Cuba recibió instrucción primaria. En la Habana, y en el colegio Carraguao, colegio de que era uno de los profesores el ilustre prócer José Silverio Jorrín, instrucción superior. Hombre ya, ansioso de conocer y vivir la verdadera democracia, de la que fue un enamorado fervoroso, viajó por los Estados Unidos, entonces en plena era de republicanismo verdadero. De regreso en Bayamo, vio morir a su padre, y contrajo matrimonio. Dueño de inmensa fortuna, todo parecía sonreírle. Y no era así: en el pecho, el dolor de su patria esclava no lo dejaba dormir tranquilo, y en las noches insomnes, tendía en vano los brazos como queriendo levantarla de la abyección y la miseria.
“De maneras suaves, de poco hablar, bondadoso hasta la exageración, nadie lo hubiera creído capaz de la firmeza y tenacidad que poseía. Sus virtudes le granjearon una envidiable popularidad: en la comarca, y en muchas leguas a la redonda, era Aguilera como el patriarca bien amado. Una ocasión fue nombrado Alcalde ordinario de su pueblo. Y durante el tiempo que desempeñó ese cargo, fue más que juez, el amigo fraternal de todos. Dos que iban a verlo reñidos, salían amigos. Ese era su modo de hacer justicia. Una vez en que se vio, conforme a la ley, en la necesidad de condenar a un hombre pobre, pagó él la multa. Del prestigio que gozaba entre los suyos, y aun entre los mismos enemigos, dice mucho la siguiente anécdota: se celebraban en Bayamo las fiestas de San Juan, fiestas que entonces tenían en toda Cuba gran pompa y resonancia. Recorrían la ciudad distintas comparsas: de pronto, de una de ellas se escapa un grito: ¡Viva la libertad! Denunciado al Gobernador el hecho, y acusado de haber dado ese grito el propio Aguilera, fue llamado éste a su presencia. Y al preguntarle el Gobernador: -¿fue usted, Aguilera, el que profirió semejante grito? El contestó, seguro de su valer -Dios nos libre a todos, señor Gobernador, de que yo de ese grito!
“Aguilera estuvo comprometido cuando la conspiración de Joaquín Agüero -el del Camagüey. Si no lo secundó, fue porque hallándose su madre en grave estado de salud, no se encontró con valor suficiente para abandonarla. Su amor de hijo era tanto, que -cuentan- juró entonces no mezclarse en otra conspiración mientras ella viviera.
“En viaje de recreo, estuvo en Inglaterra, Francia e Italia. Después volvió a su pueblo natal, donde, teniendo por único objetivo la independencia de su país, abrió un expendio de carne, a cuyo frente puso a un hombre de toda su confianza, a Francisco Agüero, con el encargo de conquistarse las simpatías de todos los vecinos del término, lo que logró aquél con creces. Aguilera perdió, es decir, gastó en sostener aquel expendio de carne, una gran cantidad de dinero; pero ganó lo que él quería: mucha voluntad y mucho brazo para la hora de la arremetida.
“A principios del año 1867 comenzó sus primeros trabajos de conspiración. A poco era un reguero de pólvora la isla, pues había mandado comisiones a las Villas, a la Habana y Camagüey. Cuando llegó el año de 1868, la revolución era inminente: se sentía palpitar en las entrañas de la tierra. Fue entonces que ingresó Céspedes en el número de los conjurados. Así llega el 10 de octubre, y Céspedes, impelido a alzarse el primero, aparece como la cabeza de la revolución. Aguilera, que la había como tejido con sus manos, no se pone, sin embargo, a pensar en esto, y se fue también, sin preocuparse del puesto que iba a ocupar. ¡Los puestos no le importaban: lo que quería él era servir! Para aquel hombre no era la patria un comodín: si por inconsecuencias del destino no podía ser el primero, sería el segundo, o no sería más que uno de tantos. Así, resuelto y limpio de pequeñeces, se echó al monte, seguido de sus amigos y esclavos, a sangrar y a morir por el decoro y la libertad.
“¡A qué grandes pruebas se vio sometido Aguilera! Primero en la contienda: más tarde en la emigración. Si la patria no hubiera sido para él una religión, quizás hubiera discutido lauros y preeminencias. Pero él no era más que un patriota, capaz del mayor sacrificio por la felicidad de su tierra. Cuando se le impuso salir del campo, donde ya se moría a diario por la redención, salió sin replicar. Si era Cuba quien mandaba, obedecer era su lema. La emigración era, en aquella época, un nido de culebras y águilas. Aguilera fue allí a sufrir. Allí vivió decepcionado, ¡él, tan lleno de ilusiones siempre! y murió comido de pesares. Pero no ha muerto; hemos dicho mal. La muerte es la proveedora del olvido, mas también de la gloria. Conquistar fama es prolongar la existencia, porque aun estando muerto, se vive en la memoria de los demás. La gloria sigue a los héroes, pero no abandona a los mártires. Ahí está Cristo. Ahí está Aguilera...”
Emilia de Córdova
en Patriotas Cubanas
por la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta
Nació esta insigne patricia en la finca “San José”, en el Termino Municipal de San Nicolás, provincia de la Habana.
De raigambre revolucionaria por ser su familia de ideas separatistas, Emilia de Córdova pasó su juventud iluminada por la idea gloriosa " de la libertad.
Paralelos a sus sentimientos patrióticos crecieron sus ideales caritativos, aumentando su piedad sin límites, las desgracias de los mambises que en la época trágica de Weyler eran conducidos al Foso de los Laureles, en la Habana.
Sacerdotisa de la caridad pública, asistió casi diariamente a la capilla de los patriotas condena dos a muerte y sus lágrimas regaron el sendero de los que por la fuerza de su ideal, marcharon al fatídico lugar donde sus vidas útiles y santas fueron inmoladas.
En su hermoso peregrinar, aquella joven esbelta, de rasgados ojos, tan negros como las noches de sus desventuras, ayudaba con eficacia a los compatriotas enfermos y colectaba fondos para la causa de la libertad.
Pronto, empero, se hizo sospechosa por su actuación, y las autoridades españolas radicadas en la Habana, ordenaron que fuera deportada de la isla.
Logró, tras múltiples esfuerzos, instalarse en Cayo Hueso y allí continuó la obra comenzada en Cuba, esperanzada en la conquista de sus más caros ideales.
Tiempo después en compañía de Clara Barton volvió a la Patria, enrolada en la Cruz Roja Americana, mereciendo una efusiva felicitación del Coronel Teodoro Roosevelt, por sus inmejorables servicios en la guerra Hispano-Cubano-Americana aquel celebre jefe de los famosos Rough Riders, supo apreciar los valores de la heroica mambisa, que cuidara con valor insuperable, enfermos y heridos, ya en los barcos de la flota de guerra, ya en los hospitales establecidos en la manigua cubana.
Terminada la contienda, restablecida la paz, logró del Gobernador Brooke, un empleo como oficinista pública.
El progresista americano, rompió, durante el Gobierno de Ocupación, el precedente de que sólo los hombres podían ocupar cargos públicos y desde entonces desempeñaron nuestras hermanas plazas en la administración del país, donde se desenvolvieron admirablemente.
Emilia de Córdova murió en la Habana el 13 de Enero de 1920.
Hace ya tiempo que sus conciudadanos queriendo exaltar la memoria de la mujer sublime que sacrificó tantas veces su belleza y su juventud, que por amor a la patria expusiera su vida sin titubeos ni recelos, le han levantado una estatua en un lindo parque de la barriada de la Víbora, en la Capital de la República, póstumo y merecido homenaje a quien se hiciera acreedora de una memoria perdurable en las generaciones presentes y futuras.
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