viernes, 23 de julio de 2010

HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 24 DE JULIO



En el Carnaval de Santiago de Cuba


• Santos católicos que celebran su día el 24 de julio:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Santa Cristina, virgen y mártir, y San Francisco Solano, confesor

- En el Almanaque Campesino de 1946:

San Antinógenes, mártir y Santa Cristina, virgen y mártir



El 24 de julio en la Historia de Cuba

• 1896 -

- En los días 24, 25, 26 y 27 de julio de 1896 tuvo lugar la famosa acción de Hierba de Guinea, iniciada por las tropas cubanas en el demolido ingenio “Perseverancia”. Al frente de los cubanos estaban el general Calixto García y bajo su comando los jefes Periquito Pérez, Agustín Cebreco, García Vélez, Francisco de P. Valiente y Thomas y Mario G. Menocal. Las españolas, mandadas por el general Linares y los coroneles Vara del Rey, general Sandoval y teniente coronel Garrido.

• 1895 -

- La primera expedición que debía salir de Fernandina (Estados Unidos) para iniciar la guerra de emancipación a fines de 1894 era compuesta de tres yates de recreo: “Lagonda” “Amadís” y “Baracoa”, en los cuales iban a embarcar las figuras cimeras cubanas, y entre ellas José Martí, que tanto había laborado para su organización, fracasó por haberse apoderado el gobierno americano de las embarcaciones y embargado el armamento. Posteriormente Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra instaron al entonces coronel Emilio Núñez a salvar el desastre de la pérdida total, como así lo hizo. Y de los restos gloriosos del primer fracaso, en esta etapa, se pudo organizar otra expedición, que condujeron a los generales Carlos Roloff y Serafín Sánchez, desembarcando con éxito el 24 de julio de 1895 en Tunas de Zaza.

• 1731 -

- Sublevación de Esclavos en El Cobre.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 417-418 nos describe los acontecimientos del 24 de Julio de 1731 en la Historia de Cuba:

“Al descubrimiento de minas de cobre a tres leguas de la ciudad de Santiago de Cuba, hallazgo debido a Hernández Núñez Lobo en el siglo XVI, no tardó en suceder su laboreo. Se inició con negros esclavos adquiridos por cuenta del rey de España. Merced a la riqueza subterránea encontrada y al empleo de numerosos elementos en el beneficio de la misma, empezó a formarse el pueblo denominado Santiago del Prado del Cobre. Quienes apreciaron allí la existencia del cobre en grandes cantidades estuvieron acertados. El tiempo se encargaría de confirmar hasta los juicios más optimistas y halagüeños.

“Las minas de El Cobre en los primeros períodos de su explotación pasaron por las más variadas vicisitudes. La administración de aquella industria se halló alternativamente en manos de agentes del Gobierno y de empresarios particulares. Uno de éstos, Juan Eguiluz, acabó por no poder cumplir las condiciones del contrato celebrado. Los delegados reales, en consecuencia, se apoderaron de los bienes dados por Eguiluz - en garantía, y en la masa de los mismos se contaron doscientos setenta y cinco esclavos: hombres y mujeres y negros y mestizos.

“Los funcionarios de Santiago de Cuba pusieron escaso celo en el cuidado de las minas al tomar el manejo de cuanto a ellas concernía y cuanto había quedado allí procedente de Eguiluz. Un abandono absoluto, una negligencia imperdonable y un desdén culpable se exhibieron en torno a la gestión de los gobernadores de la región oriental de Cuba respecto de la riqueza natural confiada a su administración. Las consecuencias de tal conducta no podían sino ser funestísimas. Era muy exagerado el desprecio con que aquellos agentes de la Corona observaban los intereses públicos cuya guarda les estaba encomendada. A ningún espíritu previsor podía escaparse el peligro que todo ello entrañaba.

“Los esclavos incautados a Eguiluz no fueron una excepción en el procedimiento seguido por los funcionarios de Santiago. No hubo para aquéllos sino un tratamiento pésimo, generador de violentas actitudes de defensa y venganza. Si no quisieron o no pudieron preverlo los llamados a ello, la realidad se encargó de demostrarlo plenamente. El 24 de julio de 1731 los esclavos de Santiago del Prado del Cobre se sublevaron, proclamándose libres. Entonces, aunque tampoco con mucha diligencia, vinieron las autoridades a tomar las medidas que el buen juicio aconsejaba, vistas las cosas, por supuesto, desde el punto de mira del orden jurídico a la sazón imperante. El coronel Pedro Jiménez, que gobernaba en Santiago de Cuba, logró sofocar por el momento la insurrección, pero no pudo borrar las huellas de tan grave suceso.”





Caridad Lagomasino
En Patriotas Cubanas
Por la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta


Caridad Lagomasino Alvarez, nació en Sancti Spíritus, provincia de Santa Clara, a mediados del pasado siglo.

Fue conocida en la historia de la Revolución con el nombre de “La Solitaria”, donde prestó innumerables servicios, siendo una valiosa auxiliar de su hermano Luis, que se iniciara en el campo de batalla, mucho antes de la constitución del Partido Revolucionario Cubano.

Caridad en su propaganda conquistaba amigos y desconocidos para que empuñaran las armas por Cuba, instando a todos para que tomaran el fusil y marcharan a la manigua.

Sus trabajos alcanzaron gran radio de acción. En su santa misión visito las ciudades de la Habana, Matanzas, Cienfuegos y Caibarién, donde sus actividades daban siempre fruto.

Entre otras comisiones erizadas de riesgo, tenía la de recibir la correspondencia del extranjero. Para ello se valió del doctor Pedro Madrigal, ligado a ella por lazos de familia, y que le sirvió de intermediario.

Al fin se interno directamente en el campo de batalla y empuñó las armas, dando ejemplo sublime de lo que tanto había predicado. El Generalísimo Máximo Gómez llego a darle el título de “hija”.

Terminada la contienda, ayudó a las aniquiladas tropas cubanas en su vuelta a las ciudades, proporcionando ropa y alimento y curando a los convalecientes de enfermedades y de heridas.

En la paz no hizo alarde de su labor a la que consideró como el cumplimiento de su deber como cubana.

Nunca reclamó para sí, ni para los suyos, puestos ni honores en la organización de la República y casi en el anónimo entregó su alma a Dios, en la tierra villareña, que tantas veces surcara en beneficio de Cuba y de los cubanos.




En Próceres
Por Néstor Carbonel


Vicente García y González
“Nació el 23 de enero de 1833.”
“Murió el 4 de mayo de 1886.”


“Durante la primera guerra, la gran guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en la Demajagua, y que duró diez años, fueron muchos los cubanos que se distinguieron por su valor y patriotismo. Entre esos muchos, uno de los que más fama ganó fue Vicente García, caudillo insigne a quien sus paisanos no podrán dejar de consagrarle, en su día, tributo merecido. Erró una vez -¿quién no yerra?- llevado de sus pasiones violentas, y acaso más, si arrastrado por el desmedido amor que supo inspirar a sus secuaces. Pero por encima de todo, resplandeció en él el amor por su tierra y por la libertad -bien sin el cual la vida es un tormento. Pocos jefes pelearon más, y a pocos lo acompañó más sumisa la victoria. Su hoja de servicios como militar es una sucesión de combates. Para él la revolución no fue paseo, sino lucha y sacrificio constante. De ahí que se creyera por encima de los que no encaraban la muerte con resolución. Luego, en los diez años que duró la lucha, alcanzó tanto laurel, que bien cabe entre sus hojas la ponzoña de un alacrán. Luego, aunque no debiera ser así, en la vida la maldad es un contrapeso. El lado flaco de los seres superiores suele dar realce a sus virtudes extraordinarias. No se logra definitivamente la inmortalidad si no la corean la murmuración y el insulto. ¡Hay quienes no recuerdan de los grandes hombres sino sus pequeñeces!

“Las Tunas, ciudad que recuerda a la antigua Troya, le sirvió de cuna. Era su padre, español, y su madre, cubana. Desde niño se mostró rebelde a toda disciplina. A la escuela apenas asiste, porque no puede soportar la superioridad del maestro. En su juventud se divierte anchamente, gustando mucho del baile y de las lidias de gallos. Rendido de amor por una hermosa, contrae matrimonio, funda un hogar. En la Masonería se hace notable, logrando alcanzar en ella el grado máximo. Desde temprano adquiere buena reputación de hombre honrado y demócrata. En empleos honoríficos que desempeñó en el Consistorio de las Tunas, supo dar muestras de capacidad y de amor a su pueblo y a sus paisanos. Designado por innumerables padres, padrino de sus hijos, era como familiar de todo el mundo. En muchas leguas a la redonda no había casa donde su presencia no fuera saludada con marcadas muestras de regocijo...

“Con Rubalcaba entró a formar parte en el grupo de los conspiradores, de acuerdo con Céspedes y con Aguilera. Cuando llegó la hora de elegir sitio para la reunión de orientales y camagüeyanos, él fue quien designó el lugar en que debían celebrarse las reuniones. Concurrió a las efectuadas en el Rompe, Muñoz, San Agustín y Mijial. Así, en octubre de 1868, apenas llega a sus oídos la noticia de que Céspedes se ha echado al monte al grito redentor de Cuba libre, avisa a sus amigos, congrega a sus parciales, y seguido de unos cuatrocientos hombres acampa en la finca Hormiguero, situada en los alrededores de las Tunas. "Cuida bien de nuestros hijos", le dice a su mujer, abrazándola, al abandonar la casa. A los dos días de haberse pronunciado, ataca a su pueblo, aunque sin resultado satisfactorio. En abril de 1869 sostiene en el Guamal y en Becerra fuego con dos columnas españolas haciéndoles prisioneros y numerosas bajas. Estas acciones fueron sus primeros triunfos. En las Estaciones del Naranjo logra sucesivamente otra gran victoria; luego pelea en el paso del río San José, Parada, San Francisco, Becerra, lugar, éste último, donde se apodera de un valiosísimo convoy.

“Por estas acciones, de magníficos resultados para la revolución, comienza su nombre a ganar prestigio entre los suyos y a despertar terror entre los contrarios. No descansa: a una emboscada sucede el asalto a un caserío o la captura de un convoy. No pierde oportunidades, vive acechándolas, a caballo y con la mano en el hierro. Cuando al frente de su tropa entablaba combate, no se le veía en la mirada el miedo a la derrota, sino la seguridad del triunfo. A las órdenes de Manuel de Quesada, General en Jefe del Ejército Libertador en los primeros tiempos de la contienda, toma parte en el ataque a las Tunas el 16 de agosto de 1869, ataque que, pudiendo haber sido una victoria para las armas cubanas, fue un verdadero desastre.

“En 1871, hallándose acampado en Santa Rita, tiene noticias de que el enemigo viene a sorprenderlo. Fiero a la vez que sereno, arenga a su fuerza, que lo idolatraba, para que se apreste a la defensa. En este encuentro hizo al enemigo ciento doce bajas. Un mes después, tres columnas en combinación, la de Morales de los Ríos, Weyler y Fajardo, deciden hacerlo desalojar su célebre campamento de Santa Rita, lo que no consiguieron. Otra de sus más afortunadas acciones fue la torna del fuerte de la Zanja, del cual se apoderó con astucia y valor, sin perder un solo hombre, fue entonces que el Gobierno de la República, alentado por el General Máximo Gómez, quiso llevar la guerra al territorio villareño, propósito al cual se opuso, negando el concurso de sus hombres. No creía él prudente invadir las Villas si no se contaba con fuerzas suficientes. Eso, y su marcado regionalismo, y el de sus subalternos, trajo su primer rozamiento con el Gobierno.

“Llevada a cabo la invasión de las Villas, las fuerzas españolas se reconcentran en aquella provincia con el fin de que cada paso que diera allí la revolución costara sangre. Y como, a pesar de esto, continuaba avanzando, las fuerzas cubanas se sentían debilitadas por momentos, lo que hizo necesario acudir a Oriente y Camagüey en demanda de refuerzos. Con este motivo se levantaron protestas y comenzaron las presentaciones al enemigo. La situación se hizo crítica para la revolución. El Gobierno quería a toda costa mandar el auxilio que pedían los esforzados invasores. El Presidente en persona, Salvador Cisneros Betancourt, fue a visitar a Vicente García a las Tunas, deseoso de acallar recelos y conseguir su cooperación. Pero Vicente García, después de recibir muy fríamente a Salvador Cisneros, se retira a Las Lagunas de Varona, sitio donde ya se encontraban reunidas las tropas de Holguín, Bayamo y Tunas, todas las cuales se negaban a pasar a las Villas. Este hecho es el que en la historia de la revolución de 1868 es conocido por el motín de Las Lagunas de Varona. Su proceder en tan triste ocasión mereció entonces la desaprobación del Gobierno y de casi todos los jefes.

“Hecho de tanta trascendencia trajo como secuela la dimisión de Salvador Cisneros, y otros acontecimientos. Pero no por eso dejó Vicente García descansar al enemigo. El león no sabe de reposo; ora machetea una guerrilla, ora sorprende una columna en la Minas, haciéndole cuarenta muertos y apoderándose del cargamento que viene custodiando, ora destroza otra a campo descubierto, en el paso del río Hicotea, ora se cubre de gloria, después de truchas horas sin comer, apoderándose de un gran convoy cerca de Punta Gorda. Asalta y toma a Cauto del Embarcadero, a los poblados de Uñas y Velasco, y por último a Victoria de las Tunas, su ciudad amada, la que, después de ordenar su abandono, redujo a cenizas entre vítores y aclamaciones.

“Siendo Presidente de la República Tomás Estrada Palma, toma Vicente García a Puerto Padre. Nombrado luego jefe de las fuerzas de las Villas, las cuales estaban en plena desbandada, duda, receloso, si debe marchar a hacerse cargo del puesto que se le ha señalado, y al fin decide no marchar y volver a su territorio de las Tunas, donde, en protesta de la orden de avance, había varias fuerzas movidas por agitadores revoltosos. Cuando Estrada Palma cae prisionero, es nombrado García Presidente y Jefe del Ejército. Pero la revolución estaba ya vencida, más que por el poder del enemigo, por la desmoralización en sí misma y en sus principales caudillos. Cuando el convenio del Zanjón, Vicente García no se rindió, sumándose a los que en Baraguá, con Maceo, protestaban, valerosos y decididos, de la aceptación del pacto. Acaso los últimos encuentros que por la libertad se libraron entonces, los libró él. Y cuando, alejado Maceo de la isla, se vio solo con un puñado de valientes, acepta salir para el extranjero, mediante una capitulación honrosa. A Caracas, capital de Venezuela, fue a establecerse, a ganarse la vida. Allí, oscurecido, pero sereno, con la serenidad de quien ha sabido cumplir con su deber, dejó de existir. Cuentan que a poco de haberle dejado de latir el corazón se le puso el cuerpo negro como el de un moro. Hoy sus restos reposan en el cementerio de la misma ciudad que le vio nacer y que le vio ¡ay! ganar la gloria a fuerza de heroísmos y sacrificios sin cuento...”

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