martes, 27 de julio de 2010

HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 28 DE JULIO


Edificios en La Habana


• Santos católicos que celebran su día el 28 de julio:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Santos Inocencio I, papa, y Peregrino, confesor

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Santos Nazario Y Celso, mártires Víctor e Inocencio I, papas, y Peregrino, confesor



El 28 de julio en la Historia de Cuba

• 1898 -

- Deseos de España.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 425-426 nos describe los acontecimientos del 28 de Julio de 1898 en la Historia de Cuba:

“La fuerza del derecho con que los cubanos clamaban por la independencia patria nunca fue bastante para disuadir a España de sus designios de dominio perpetuo en la mayor de las Antillas. La Metrópoli careció de capacidad para conducir las aspiraciones de la Colonia. Se obstinó en exhibir los títulos de la llamada integridad del territorio nacional, que comprendía a España y todas sus posesiones ultramarinas. Las propagandas pacíficas y las actitudes violentas no sirvieron a los cubanos durante mucho tiempo para ver colocarse a España en condiciones significativas de un cambio de ideas y de procedimientos.

“Las cosas variaron de matiz y de orientación a impulsos del derecho de la fuerza de que solían hablar los prácticos. La injerencia armada de los Estados Unidos torció en pocos días el rumbo de la política española respecto de Cuba. Ya se vio cómo al siguiente de la caída de Santiago de Cuba en poder de los norteamericanos el ministro de Estado de España tomó la iniciativa de entablar negociaciones de paz. Los preliminares se desarrollaron tan de prisa como el estado a que había llegado la guerra demandaba. El duque de Almodóvar del Río, apenas enterado de que su intención era conocida en Washington, se expresó, en telegrama dirigido el 28 de julio de 1898 al ministro de Relaciones Exteriores de Francia por conducto del embajador de España en París, en estos términos:

“El Gobierno de España estaría dispuesto a aceptar, no sólo el procedimiento que asegure pacíficamente a Cuba el destino que quiera darle la mayoría de sus habitantes, sino cualquiera otra solución que conduzca a la pacificación de la Gran Antilla. Este Gobierno escucharla reconocido una respuesta del señor Presidente de la República que le permitiera discutir dignamente esta solución y cualquiera otra que pueda ser requerida como consecuencia de la guerra, suspendiendo desde luego el inútil sacrificio de la salud y de la vida, no sólo de los combatientes, sino también de aquellos que en uno y otro campos mueren indefensos y extenuados en presencia de la contienda. Entiende este Gobierno que con esto se ofrecen los más amplios horizontes para que el Presidente de la República pueda concretar las bases de mutua inteligencia y acordar desde luego la suspensión de hostilidades."

“El mismo 28 de julio de 1898 creyó el ministro de Estado de España que estaba en el caso de agregar algo a lo que había expresado como para que sirviese de base a las deliberaciones. En despacho expedido con igual destino que el anteriormente citado, Almodóvar del Río aclaró conceptos y señaló orientaciones. Sentó que en la guerra entre España y los Estados Unidos había que distinguir el fin de ella y los medios empleados para conducirla, apreciando que lo primero, el fin, era la separación de Cuba de los dominios de la corona española, y lo segundo, los medios, consistía en los ataques a otras dependencias coloniales de su nación. Entonces se manifestaron nuevos deseos de España respecto de Cuba. Al significar el ministro de Estado que la Metrópoli aceptaba la solución que en lo tocante a la Colonia pluguiera a los Estados Unidos, ya la independencia absoluta, ya la independencia bajo un protectorado, ya la anexión a la república norteamericana, no tuvo empacho en declarar categóricamente que España prefería lo último, la anexión definitiva, por considerar que así iban a quedar mejor garantizadas las vidas y haciendas de sus súbditos en la Isla establecidos o fincados.”





Mercedes Mora
En Patriotas Cubanas
Por la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta


Mercedes Mora, fue hija de la legendaria provincia camagüeyana.

De belleza extraordinaria, unió sus destinos siendo muy joven, a los de Melchor Loret de Mola, casándose su hermana Juana con el hermano de su esposo nombrado Alejandro Loret de Mola.

Aquellas dos parejas unidos por doble parentesco, se dieron por entero a la causa de la Revolución.

Las hermanas Mora, cuyos esposos fueron de los primeros en la guerra de Yara, intentaron salir de Camagüey en compañía de sus hijos, abandonando comodidades y riquezas y optando por el peligro y la miseria por obtener la Libertad; pero fueron delatadas y hechas prisioneras, internándolos en el viejo convento de las Mercedes, de donde salieron por las influencias puestas en juego por sus amigos y familiares.

Tan pronto como se vieron en libertad intentaron de nuevo la salida, teniendo esta vez, éxito completo.

Mercedes llevó consigo a sus pequeños hijos Alberto, Adriana, Melchor y Manuel; pero dejaba en Camagüey a la autora de sus días y al penúltimo de sus retoños.

La muerte en el combate del Coronel Alejandro Loret de Mola, esposo de Juana, desorganizó un poco el distrito de Caonao y los españoles aprovecharon -según el decir del Dr. Matías Duque- uno de sus mejores biógrafos, “para registrar los montes y hacer prisioneras a muchas familias”.

Las hermanas Mora emprendieron una horrible peregrinación y anduvieron por fincas y montes, seguidas por sus antiguos esclavos, que convertidos en amigos leales, las ayudaban a conducir a sus hijos, descalzos y sin comida casi, haciendo más horrible la tristeza de las hermanas Mora. Acamparon en los montes de Lázaro, el día 6 de Enero de 1871, siendo asaltado su mísero bohío por las tropas españolas. A media noche recibieron la orden de abrir, y como se demoraron un poco en hacerlo, sus perseguidores echaron abajo los débiles tabiques de yagua que cubrían la entrada del bohío.

Aquellas mujeres y niños, con unos cuantos esclavos, vivían sin auxilios de hombres, porque los suyos combatían en las líneas de fuego, y no pudieron defenderse de aquella tropa. Mercedes, valerosa, preguntó con voz entera: ¿Qué queréis? A lo que contestaron: Las prendas y el dinero. -Aquí están. -Eso es poco; queremos más. -No tenemos más que dar. El jefe entonces dispuso el registro y sujetó por el hombro a Mercedes. Su hijo mayor, Alberto, de 14 años, se arrojó sobre aquel atrevido que puso la mano sobre su santa madre, y fue muerto en el acto de un tremendo machetazo en la cabeza. Mercedes Mora, con rugido de leona increpó a sus perseguidores, y recibió inmediatamente un tremendo tajo de machete que la privó de la vida.

Aquella escena avivó los malos instintos de los asaltantes y empezó rápido el saqueo del bohío, matando a un niño hijo de Mercedes que empezaba a hablar.

En la búsqueda del dinero y de las prendas el bohío fue incendiado propagándose enseguida el fuego, que destruyó la vida del resto de la familia de Mercedes; sólo escapó de aquel incendio un niño que, herido y loco por el terror, pudo salvarse para que fuera testigo ante el mundo de aquel crimen, de aquel horror.

El esposo de Mercedes al encontrar las ruinas de su hogar y los cadáveres carbonizados de su amada familia, cayó desplomado y murió días después.

Aquel niño salvado, hijo de Mercedes Mora, se llamó Melchor. El milagro le siguió protegiendo a pesar de las furias de aquella época, y fue de los primeros que en 1895, acudieron al campo de batalla, combatiendo con todo el ardor de un patriota y de un ofendido, alcanzando al lado de Máximo Gómez, el grado de Coronel”.

Hasta aquí la histórica biografía de Mercedes Mora de Loret de Mola, de su desventurada existencia y la de sus familiares más cercanos; no hay nadie que al leer estas líneas tomadas de su más esclarecido biografista, no pueda por menos que exclamar: ¡Esa mujer, más que heroína, fue una mártir de la redención cubana!



Fernando Hernández Echerri
En Patriotas Cubanos
En Biografías Cubanas


“Sumario: Rafael Arcís Bravo. -Fernando Hernández Echerri. -Isidoro Armenteros. -Sus actividades. -El alzamiento. -Derrota y captura. -Ejecuciones y presidio. -La agonía de la madre de Hernández Echerri. -El enojo de ésta contra la viuda de Armenteros.

“La conjuración de 1848 no extinguió en los trinitarios su amor a la libertad. La agitación no ceso en sus pechos y pronto iba a estallar. Estamos en junio de 1851. Veamos los sucesos que, se precipitan de modo catastrófico.

“Un jinete apuesto llama la atención en aquella tarde de San Pedro del año 1851. No encaminaba, en son de paseo, al inquieto retinto por las calles de la ciudad, sino que las atravesaba rápido, nervioso, sosteniendo cortos diálogos con otros hombres de a caballo que parecían preocupados.

“Rafael Arcís Bravo -mosquetero del ideal nacional- era el jinete. Se aparto de los grupos guiando su corcel por una calle de las menos transitadas; llamó a la puerta de una casa de modesta apariencia; amarro la brida en una ventana y penetro en el interior.

“Un gallardo joven de melena clara, como los trovadores medioevales, mirada expresiva y nobles gestos, tendió la mano franca al recién llegado. Interesante figura la de este joven que parecía arrancada a un mármol de Fidias; que tuvo de Byron la apariencia y de Enjolrás el heroísmo. Era Fernando Hernández Echerri que esperaba a Rafael Arcís. No estaba solo porque, al penetrar en una habitación interior, en ella se encontraba un hombre de aspecto militar, recia contextura y tipo de persona acostumbrada a mandar. Un abrazo apretado dio al nuevo personaje -Teniente Coronel Isidoro Armenteros- el Mayoral Arcís.

“Las músicas militares dejaban oír sus estrepitosos sones. Rebosante de público se encontraba la casa del Coronel del Regimiento de Tarragona. Por ser día de San Pedro en que se celebraba su natalicio, allí había acudido todo el elemento oficial español y no pocos cubanos que aun estaban sordos al grito de libertad que venía del continente sur.

“Alguien, meloso, se acerco al Gobernador que allí se encontraba, y muy cerca de su oído, balbuceó algunas palabras que parece no fueron de su agrado. Llamó a uno de sus subalternos y dicto algunas órdenes. Todo esto no pasó inadvertido para un cubano de los allí presentes que estaba complicado en el movimiento revolucionario.

“A este último individuo se le vio salir a la calle, en forma afectada, llamar a un jinete de los que atravesaban la esquina próxima y sostener con el una breve entrevista. El jinete se unió a otros grupos, y charlaron, y lo propio hicieron cuantos jinetes se encontraron, tomando cada uno dirección distinta. Se fue acercando la noche, la ciudad quedaba desierta, y no se oyó más que el ruido de las herraduras de los caballos del Orden Público sobre las calles empedradas. La rebelión no pudo estallar en junio, sino días después. Veamos.

“A los portales de una amplia casa de vivienda van llegando los conjurados. De rostros adustos, parece que aquellos hombres van a cumplir un compromiso solemne. Hablan, gesticulan y esperan a otros comprometidos. Los primeros en reunirse son nueve hombres que, en esa noche del veinte y cuatro de julio de 1851 han acudido, fieles, a la cita. No falta un timorato que propone señalar una nueva fecha para el levantamiento. Armenteros está allí; con tres adictos había, desde temprano, abandonado la ciudad. Ese propio día hizo testamento.

“Acude Arcís. Es el brazo ejecutor. Hernández Echerri, puntual a la cita, es el cerebro. Palmarito, Yaguaramas, Las Avispas, Güinía de Miranda, donde, como un girondino, leyó Hernández Echerri a la tropa bisoña y heroica las proclamas revolucionarias. Mayaguara y Sacra-Familia fueron jalones de gloria, dignos de mejor suerte. Sesenta y nueve héroes fueron, en total, lo insignes precursores. Pero, el pueblo cubano no comprendía estas hazañas. No fue secundado el movimiento. Siguanea marca el término de la jornada. Perseguido los cubanos por fuerzas mayores y bien preparadas, sin apoyo en el campo, cayeron, como soles que se desprenden de lo infinito.

“El 18 de agosto de 1851, tras el calvario de la captura, la prisión y la capilla, fueron inmolados en la Mano del Negro, Armenteros, Arcís y Hernández Echerri, serenos, tranquilos, pensando en que su sacrificio conduciría a la libertad de Cuba.

“El Consejo de Guerra celebrado en Trinidad que juzgó, en principio, el 8 de agosto del repetido año 1851, condenó, por unanimidad absoluta de votos al Teniente Coronel Graduado, Capitán de Milicias Urbanas, Don José Isidoro Armenteros, a Don Fernando Hernández y a Don Rafael Arcís, a la pena ordinaria de muerte, fusilados por la espalda, precediendo la degradación, respecto del primero, por el carácter militar que ejercía; a Don José Belén Pérez, Don Néstor Cadalso, Don Juan O'Bourke, Don Alejo Iznaga Miranda y Don José María Rodríguez, a la pena de diez años de presidio ultramarino, con perpetua prohibición de volver a esta Isla; a Don Juan Bautista Hevia, y a Don Avelino Posada, a la pena de ocho años en igual presidio y a Don Pedro José Portares, Toribio García, Cruz Bilbá, y Fernando Medinilla, a la pera de dos años de presidio y una igual prohibición; y declaró el Consejo liberado a Don José Guillermo Jiménez, en calidad de vigilársele estrechamente por la autoridad local durante cuatro años; asimismo declaró el sobreseimiento respecto de Don Pedro Vera, mulato José Dolores Brunet y Don Jesús Entenza, por resultar, los dos primeros, sin culpa voluntaria, y estar desvanecido el concepto de sospechosos que motivó la prisión del último.

“Aparece también que el Consejo de Guerra dispuso que las ciento una onzas de oro y tres y medio reales que se recogieron a los rebeldes se inviertan en llenar los gastos y objetos que expresan las Reales Cédulas de 22 de Abril de 1814 y 10 de julio de 1817.

“Firman la sentencia: Carlos Varas, Rafael Ruiz de Apodara, José Mariano Borrell, Pedro Cruz Hornero, Manuel de Llano, Francisco de Cevallos, Antonio Wanter Horcasitas.

“El 12 de agosto fue aprobada la sentencia (1) por el Auditor de Guerra, Don Antonio Romero, y, en ese propio día, la sancionó el Capitán General Concha. El 17, el Fiscal Auxiliar, Capitán Don Manuel Rayona Jiménez, acompañado del Secretario Don José Bayona pasó a la Cárcel y le notificó el fallo a los condenados a muerte, a los cuales se les mandó, inmediatamente, a poner en capilla.

“Era domingo; y, al siguiente, día 18, Santa Elena, onomástico de la madre de Hernández Echerri, se realizó la triple ejecución en el lugar conocido por "La Mano del Negro", a las seis de la mañana, por una escolta de cazadores del regimiento de infantería de Tarragona, haciendo, previamente, el Sargento Mayor de la plaza, en la persona de Armenteros, la degradación de las insignias militares. Aparece en la certificación firmada por Jiménez y Bayona, que, efectuado el fusilamiento, desfilaron las tropas ante los cadáveres que fueron conducidos al cementerio general donde fueron sepultados. Los restos de Armenteros, Hernández Echerri y Arcís, fueron, años después, trasladados, del cementerio de la calle de la Boca, al Mausoleo de la calle del Desengaño. La señorita Amanda Segura, tal vez, por error, adquirió la bóveda que tenía la inscripción "Isidoro de Armenteros"; pero, enterados de esto el Dr. Francisco Iznaga e Ingeniero, Guillermo G. Fischer, trataron de obtener de la Srta. Segura que se conservara el mármol como una reliquia histórica, no habiéndose aun (1913) resuelto la patriótica cuestión.

“Sobre esta tragedia existe algo que no se ha puesto en claro, en relación con la carta que se dice dirigió Doña Elena Echerri a Micaela del Rey, Vda. de Armenteros, con motivo de un proyecto de casamiento, en segundas nupcias, de dicha viuda. Es erróneo afirmar que se tratara de un oficial del ejército español. No falta quien diga que Micaela del Rey contrajo relaciones con un señor de apellido Iznaga, compañero de conspiración de su esposo y que, por la misma causa, fue a los presidios de Africa. Próxima a contraer matrimonio, consultó el caso con su hermana de dolor, la madre de Fernando Hernández Echerri, la cual le contestó con la famosa, carta llena de indignación (2). (Véase Apéndice 8)

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