viernes, 20 de agosto de 2010

CHAMACO, UN FILME DE SEGURO POLÉMICO

PUBLICADO PARA HOY 21 DE AGOSTO


Por Hugo Araña

Matanzas(PD) Ya está en nuestro poder una copia del filme cubano Chamaco dirigido por Juan Carlos Cremata Alberti. La película, de tema poco común en nuestra filmografía y que ha creado expectativas, aun se espera que la proyecten en las salas del país

El controvertido filme proviene de la obra teatral del mismo nombre que fue dirigida por Carlos Cedrán y su grupo Argos. La obra levantó todo tipo de opiniones, no por su puesta en escena, sino por los conflictos que mostraba: la depauperación moral de jóvenes y no jóvenes que pululan en horas de la madrugada por el Parque de la Fraternidad habanero, donde la prostitución, la droga, el juego ilícito, y los negocios turbios han marcado significativamente ese céntrico lugar.

Cremata, según confesión propia, para llevar a Chamaco al cine, tuvo poca ayuda. Al parecer, eso conspiró para dotar a su trabajo de una calidad aceptable, que no logra. Ciertas escenas parecen imprecisas, no acabadas. Se conoce que tuvo que filmar con sólo una cámara, por lo tanto, le fue imposible conseguir planos más sugerentes y convincentes. A no ser que se haya propuso de antemano con ese casi estatismo en muchas de sus tomas, acercarse al denominado Cine Pobre preconizado y puesto en práctica en Cuba por el extinto director cinematográfico Humberto Solás.

Es justo tener en cuenta que al disponer de pocas herramientas se vio obligado a apoyarse en el amparo de la luz natural como un actor más que predominara en las locaciones exteriores.

Las atmósferas opresivas por momentos desfiguran los contornos de los lugares y los rostros de los personajes (recordemos que prácticamente todo transcurre de madrugada), a través de tonos oscuros, medios y totales.

Los personajes, al parecer, viven encerrados en ese fátum imposible de romper, ya que de antemano son víctimas y victimarios de ellos mismos. Los desenlaces, mórbidos, estallan sin concesiones algunas. Todos están marcados además de por la violencia, por la doble moral, con tintes trágicos producto de una marginación cada día en aumento en el entorno cubano.

El mismo ambiente donde transcurre la mayoría de las escenas, por ironía o no, tiene a la estatua de nuestro Apóstol José Martí situado en un tercer plano de dicho Parque, lo que dice mucho e inquieta por momentos. El Apóstol, silencioso testigo del aquelarre social y moral de estos seres sumergidos en un ambiente sórdido, a veces por necesidades económicas, la inmundicia personal de cada cual, o el desengaño, lo mismo en profesionales jurídicos que merodean dicho lugar en pos de satisfacer lo verdaderamente oculto que el cuerpo les reclama, o de los que ponen su cuerpo en venta temporal para menguar necesidades económicas. La indiferencia y el estatismo marmóleo de la estatua dan mucho que pensar. Sus prédicas no se tienen en cuenta, o se han tergiversado, pudiera ser el mensaje.

Los personajes están sujetos a una aberración que no tiene salida. Se convierten en en inocentes y asesinos o asesinos inocentes sin escape alguno, cuando no, cómplices.

Cremata jugó con todos ellos como marionetas de un macabro guiñol. No les brinda ateniéndose fielmente a la obra escrita por Abel González Melo, algo sano, espiritual, para sentirse como seres humanos, aunque arrastren puntos grises en sus existencias.

Son títeres humanos en situaciones que muchos cubanos, tanto capitalinos como del interior de la isla, conocen. Prostituirse, oculto o no, ya no escandaliza, sino al contrario, hoy en día se toma como natural, debido a las bajas condiciones morales y económicas por las que atraviesa nuestro país desde los años 90.

El filme, desde su mismo comienzo, muestra una escena plana, de conjunto, larga, sumida de tonos medios a oscuros, algo a lo Rembrant. Lo que más se destaca en la escena, es la limpiadora del Parque, interpretada sobriamente por Alina Rodríguez, en fuerte contraste con el vestuario y maquillaje del travesti - algo sobreactuado-, y la estatua de Martí al fondo. En primer plano inferior, un joven supuestamente dormido en el piso por una borrachera que desatará todo lo que vendrá después.

Técnicamente, Cremata casi inmoviliza la cámara, ignoramos si lo hizo adrede, o porque no tenía otros recursos para filmar. El resultado motiva en el espectador cierto desosiego, como si el director pretendiera obligar a prestar toda su atención (que no lo logra suficientemente), en esa noche fría del 24 de diciembre habanero, punto propicio para desembocar en todo lo que acontecerá: situaciones chocantes, brutales, ásperas.

Aún donde el sexo hace de las suyas, unos cortes a cierto inútil regodeo, principalmente entre el victimario y la hermana del asesinado, hubieran dado más ritmo.

El mismo uso de los interiores fue mínimo, los exteriores se llevaron el mayor por ciento del filme, con escenas más logradas, a excepción cuando padre e hijo en la casa, sostienen una discusión cargada de verdades ocultas, desgarradas, a cargo de Aramís Delgado y Caleb Casas. Este último convenció en los close ups al sugerir en los metatextos de sus parlamentos, fue su mejor escena. Pero ambos actores se empastan convincentemente.

Por otra parte, Fidel Betancourt, en su Karín, vehemente a través del uso de sus silencios, por momentos, no es que convenza en su actuación, sino que nos transmite sin saberlo, el arrastre de su fatídico personaje, en una búsqueda inútil de su verdad que ni conoce. Vivir “en lo fácil” es su modus vivendi, pero a la vez, actúa como cómplice nefasto de la policía, convirtiéndose en un clásico miriñaque del destino que él mismo asumió a conciencia o por su falta de experiencia, al pensar o creer que la vida era esa y obviar otros posibles matices que nunca conoció, o que no le enseñaron. Optó por prostituirse sin tener en cuenta que tarde o temprano caería en el hoyo negro de la fatalidad, que lo trastocará hasta en la angustia trágica de su final.

Es de notar Francisco García en el papel del viejo homosexual. Cuando lo representó en el teatro convenció; en el filme, pensamos que fue más bien una caricatura del personaje. Punto que lamentamos, porque conocemos la calidad de este actor. Aunque pudiera ser que siguió las orientaciones del director en mostrarlo más externo.

Un detalle que Cremata logra, a lo mejor sin proponérselo, fue el uso de los claroscuros de la noche habanera. Puede que a veces moleste, pero sin lugar a dudas, es el ingrediente primordial, cómplice o alcahueta, para que estos seres deambulen, enfebrecidos y sumidos en sus pasiones irracionales o mercantiles. Es el necesario toque del ambiente propicio en esa zona habanera, bella y degradante al mismo tiempo (y poética, que no demeritamos) que él asumió como reto.

Chamaco, cuando se proyecte en las salas cinematográficas de la Isla, de seguro levantará todo tipo de opiniones y reacciones como sucedió con ‘Fresa y chocolate’, tanto adversas como positivas. Porque eso sí, motivará interés por los conflictos que socavan nuestra realidad en silencio, como si no existieran. Parecen ajenos a ellos los que debieran tenerlos en cuenta para entender lo que sucede en nuestra sociedad, con el triste desgajo del desencanto moral que sufre la población, donde todo ni siquiera es rosado, sino a veces bastante gris y brutal. Sus causas no se avienen a este comentario.

Chamaco está ahí, frente a nosotros. Mercancía apetecible la que estos muchachos llevarán al paroxismo sexual del cliente de turno. Pero, ¡ojo!, no los califiquemos como unos extraviados. Detrás existen otros problemas que no se han podido resolver. En no pocas situaciones, el maleficio que pudiera acosar a cualquiera, destruye hasta el mejor de los sueños, máxime en esos años riesgosos de la adolescencia, que Cremata por momentos nos muestra, pero sin logarlo íntegramente con la calidad artística necesaria.

primaveradigital@gmail.com

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