miércoles, 4 de agosto de 2010

HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 5 DE AGOSTO


En Caibarién


• Santos católicos que celebran su día el 5 de agosto:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

Nuestra Señora de las Nieves y San Emigdio, mártir

- En el Almanaque Campesino de 1946:

Nuestra Señora de las Nieves y San Emigdio, mártir



• Natalicios cubanos:

Gorordo Juliá, Luis: -Nació en Caibarién el 5 de agosto de 1885. Abogado, orador, educador y amigo de las letras y los libros. En 1911 se graduó en la Universidad de La Habana gracias a la protección que le dispensaron Zayas y González Lanuza, puesto que desde pequeño venía luchando con toda suerte de obstáculos por haber quedado huérfano de padre y los bienes de éste al azar. Terminada su carrera se lanzó a la política. Años después se refugio en los libros y empleó buena parte del caudal heredado en formar su biblioteca. Como profesor dio clases en colegios de Remedios y de Placetas, hasta que mil y una contrariedades le hicieron desistir para encerrarse de nuevo en el santuario de su biblioteca "en convivencia consigo mismo", allá en su amada Caibarién.



El 5 de agosto en la Historia de Cuba

• 1876 -

- Jacques de Sores en La Habana - Pérez de Angulo en Guanabacoa.

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 439-440 nos describe los acontecimientos del 5 de agosto de 1876 en la Historia de Cuba:

“Al amanecer de un día de julio de 1555 apareció frente al puerto de La Habana un navío. A la vista de la población, en dirección al Oeste, pasó el bajel cerca de la boca de la bahía. Poco después, por la caleta situada al otro lado del bosque que circundaba la villa, bajó a tierra y avanzó sobre la parte urbana de La Habana la gente armada que venía en el extraño buque, que resultó comandado por Jacques de Sores. Para arribar a La Habana y desembarcar sin tropiezos, la expedición utilizó a un piloto portugués, desertor de las filas españolas. Sores tenía anunciado su propósito de consumar la hazaña a que daba cima.

“La ofensiva de Sores hizo huir a Gonzalo Pérez de Angulo. Con su familia y lo que pudo arrastrar de sus bienes muebles, el Gobernador se dirigió a Guanabacoa, apenas salida de la condición de aldea de indios. El alcaide Juan de Lobera se encerró en la fortaleza con un grupo de españoles, negros y mestizos. A la acometida del corsario respondieron Lobera y los suyos con, una resistencia heroica. El Alcaide pretendió batallar hasta caer muerto. Pero sus parciales reaccionaron ante la superioridad del enemigo. Reprocharon a Lobera que quisiera sacrificarlos también. Los sitiados se rindieron en condiciones honrosas. Sores prometió respetar sus vidas y el honor de sus mujeres. La artillería manejada por Lobera en el terraplén de la fortaleza quedó cubierta con la bandera de Francia.

“Pérez de Angulo añadió a su cobardía la mayor insensatez. La fortaleza, su guardia y los vecinos se hallaban a la merced de los enemigos. Entonces el Gobernador concibió la idea de sorprender a éstos. Con unos centenares de hombres, en su minoría españoles, trabó el combate, con burla de lo pactado por Sores y Lobera. La indignación del corsario no tuvo límites. La sangre corrió en abundancia. Lobera escapó de la furia de Sores tras esfuerzos extraordinarios. El Gobernador y los residuos de su mal dispuesta mesnada huyeron a Bainoa.

“Sores puso precio al rescate de Lobera, pagado por los amigos del Alcaide. Lo exigió también en cuanto a la población. Juzgó miserable la cantidad de mil pesos que le fue ofrecida. Contemplaba defraudada su esperanza de encontrar en La Habana enormes tesoros. Decidió dejar trágica memoria de su visita. Ultrajó las imágenes de la iglesia. Quemó las embarcaciones surtas en el puerto. Redujo a cenizas la villa. Sólo quedaron en pie las paredes del templo, del hospital y de las casas de Juan de Rojas. Algunas correrías por las estancias comarcanas, donde ahorcó a los esclavos capturados, completaron su obra devastadora.

“Sores abandonó La Habana el 5 de agosto de 1555. A su invasión siguieron las depredaciones de otros corsarios franceses. Se movieron entre La Habana y Mariel. Desembarcaron. Sacaron dinero del rescate de blancos y negros. Recogieron cueros. Demolieron caseríos. Dejaron La Habana totalmente perdida. Los vecinos de esta villa censuraron a Pérez de Angulo y a los consejeros y auxiliares del Emperador que habían desatendido las demandas enderezadas a crear las defensas indispensables. La destrucción de La Habana era una calamidad más para Cuba.”






Isabel Rubio
En Patriotas Cubanas
Por la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta

Nacida en Paso Real de Guane, el día 8 de Julio de 1837, publicamos la biografía de esta mujer extraordinaria, que por su prestigio, sus excelentes dotes caritativas, su inteligencia, su patriotismo y su valor, diera gloria a nuestra amada región vueltabajera.

Transcurrida su niñez en el hogar paterno que con honor presidiera la figura de su progenitor el bondadoso galeno Enrique Rubio, vio morir a la madre de su adoración, la señora Prudencia Díaz, cuando sólo contaba seis años de edad.

Diez años después, en plena juventud, cuando constituía la mayor admiración por su arrogante figura y por su simpatía natural, contrajo matrimonio con el señor Joaquín Gómez, de cuya unión nacieron sus hijos Ana María, Isabel, Rosa y Modesto.

Siempre ardió en Isabel Rubio, la heroica mujer que fuera un día nombrada Capitana de Sanidad, de nuestro Ejército Libertador, por el Titán de Bronce, la llama de la libertad, y en su botiquín de Paso Real, a más de derramar el bien a manos llenas, aliviando al necesitado, curando al enfermo, con la sabia intuición que para la medicina tenía, sin duda por herencia, hacía labor revolucionaria entre los moradores de la comarca guanera, que a la hora de la redención, pusieron de manifiesto que no había sido sembrada en balde la simiente de la libertad.

Los contratiempos de su vida ocasionados por la muerte de Ana María, su primogénita que le dejara sus dos retoños a cuidar, Cesar y Octavio, la súbita locura del Coronel Enrique Canals, casado con Isabel, gracias al cual por su vivienda en Cayo Hueso, pudo lograr conexiones con los exilados revolucionarios; y la muerte de Rosa, entregándole al fruto precioso de sus amores: Rosita Penichet, templaron el alma de aquella mujer sublime, que a los 58 años de edad tuviera los mismos arrestos de la primera juventud y redoblado el anhelo sublime de lograr la independencia de Cuba.

Cuando el General Maceo llegara triunfante a Paso Real de Guane, en Enero de 1896, ya hacía tiempo que la noble casona de Isabel Rubio, que con orgullo visitó, era foco de la revolución y templo de la más sacrosanta de las ideas.

Sus más caras ilusiones, su hijo Modesto y su nieto Cesar, se unieron de inmediato a la causa de la liberación. Y la matrona ejemplar acompañada de íntimos y de familiares allegados, engrosó las filas mambisas, para ejemplo y estímulo de las masas guaneras, que su palabra vibrante había exaltado. Isabel Rubio nunca temió a la muerte, curó sin descanso en plena manigua a los valientes mambises que peleaban por Cuba, agotó sus medicinas producto de su peculio particular, consumió también las enviadas por adictos a la revolución, que por distintos caminos hacían llegar a sus manos, y cuando no tuvo con que curar, buscó hierbas por los campos, deshizo sus sábanas y ropas íntimas para fabricar hilas y vendajes y convirtió en harapos sus vestidos, para que no quedaran al descubierto las carnes que derramaban la sangre santa de la libertad.

Noches en vela, días de incertidumbre, semanas sin alimento, dolores que apenas sintiera porque los atenuaba la fiebre de la esperanza, pasó nuestra ilustre biografiada que obsesionada por Cuba libre, arrostraba los mayores sacrificios.

Dos años de peregrinar en desigual y reñidísima pelea, sorprenden a Isabel Rubio, ya sexagenaria, en el Hospital de sangre por ella improvisado en Loma Gallarda, frente a San Diego de los Baños, la tarde del 12 de Febrero de 1898. La guerrilla de Antonio Llodrás, copa al pequeño Campamento y ante la valentía de Isabel que en la puerta del mismo les grita que sólo son mujeres y niños, la respuesta es una descarga que la hace caer herida en una pierna.

Conducida a posteriori en calidad de prisionera de guerra al Hospital de San Isidro de la capital pinareña, fue asistida de su herida que por su curación tardía estaba gangrenada y precipitaba su fatal desenlace.

Inútiles fueron los esfuerzos de su hermano el doctor Antonio Rubio, para que se la dejaran trasladar a su consulta particular y rodeada de sus sobrinas Petrona, Rosa, Matilde y María Luisa, exhaló su postrer suspiro el día 15 de febrero de 1898, cuando la luz del sol que tantas veces alumbrara sus manos hábiles para curar otros heridos, se perdía en el horizonte de aquel triste atardecer invernal.

La sublime heroína pinareña, cuyo único homenaje hasta ahora perdurable ha sido el nombre de una calle de esta Ciudad y el del poblado que la viera nacer, murió con la nobleza de los que prefieren darlo todo por la libertad de los suyos y de su patria.




Guillermo Moncada
En Próceres
Por Néstor Carbonel

“Nació en 1838.”
“Murió el 5 de abril de 1895.”


“Por el color no son grandes los hombres, sino por sus virtudes. Blancos hay que viven como entre tinieblas, y negros para quienes la vida es un rayo de sol, o un copo de nieve. Negro era Guillermo Moncada -el bravo y recio Guillermón-, y nadie que no sea un pedante barbilindo o un Narciso danzarín, si piensa en él, le ve la piel oscura y el pelo rizoso y áspero, y los labios gruesos y abultados, y no el alma heroica, impetuosa y soberbia, de quien sólo quería la existencia por el placer de honrarla y engrandecerla... Muchos defensores puros, abnegados, valientes, tuvo Cuba en sus guerras por la libertad e independencia. Entre los más puros y más abnegados y más valientes, está el que, de humilde cuna, de lo más feo del universo de la esclavitud -supo alzarse hasta donde ya no lo hubiera sido posible- ni aun queriendo sacudirse la luz y volver a ser pequeño...



“En Oriente, en Santiago de Cuba, nació. ¿Sus padres? Del montón anónimo. De niño aprendió a leer y a escribir. De mozo, se hizo carpintero, oficio con el que supo ganarse el pan que comía. Por su estatura, casi gigantesca, sus amigos le llamaron Guillermón, sobrenombre que fue luego -como afirma Regino Boti- "nuncio de terror y augurio de pánico entre las fuerzas integristas que representaron en Cuba la colonia y la tiranía". Conocedor de la conspiración de Céspedes y Aguilera, estuvo, arma al brazo, esperando la hora. Así, cuando el 10 de octubre de 1868 estalló al fin la cólera de los cubanos, él, seguido de unos cuantos, se echó al monte, resuelto e intrépido. A las órdenes del comandante Antonio Velázquez entra en fuego por vez primera, mereciendo por su valor el primer grado en la milicia rebelde.



“A poco, y después de otros combates, logra su ascenso a capitán. Y es entonces que comienza su figura a tomar relieve, su personalidad a destacarse entre la pléyade de los libertadores. Cuando, en sustitución de Donato Mármol, fue nombrado Máximo Gómez Jefe del Departamento oriental, y quiso conocer personalmente a todos los jefes de fuerzas que habían de operar a sus órdenes, cuentan que el coronel Policarpo Pineda, al llevarse a cabo la revista de las suyas, se adelantó, y señalando a Guillermón, dijo —General Gómez, le presento a mi primer capitán, porque es bueno y se puede tener confianza en él.



“Cuando el General Gómez, efectuada esta revista, concibe el propósito de atacar el poblado de Ti-Arriba, le confía la vanguardia de la columna en marcha. Apenas habían adelantado algunos tramos, se divisa al enemigo. El general Gómez le ordena que rompa el fuego y avance. Como si llevara dos espuelas clavadas al espíritu, arremete Moncada a la tropa española, la cual, sorprendida, se desmoraliza y huye precipitadamente. En este encuentro fue herido en el pecho, por lo que se vio en la necesidad de aceptar su baja y atender a su curación. Largos días se vio lejos del somatén de los combates, al cabo de los cuales volvió a unirse al general Gómez, dispuesto a conquistar nuevos lauros. Herido grave el coronel Pineda, es nombrado Guillermón comandante y jefe de la tropa que aquél mandaba. Como al hacerse cargo de las fuerzas de Pineda se le ordenó tratara de evitar los abusos que venía cometiendo en la jurisdicción de Guantánamo el desdichado cubano Miguel Pérez y Céspedes, que al frente de su guerrilla asolaba los cafetales cuyos dueños eran adictos a la causa de la libertad, y los custodiaba y defendía cuando eran sus dueños amantes de la colonia, Guillermón -como un héroe de novela- sintió que el corazón le latía con más rapidez tan pronto supo la designación que de él se había hecho, pues tenía ansias de entablar combate: de vencer al famoso guerrillero!



“Fue su primer encuentro con éste, después de cruzarse carteles de desafío. Sí, Guillermón, en marcha por un camino, encontró un papel en el que se leía: "A Guillermo Moncada, en donde se encuentre. -Mambí: No está lejos el día en que pueda, sobre el campo de la lucha, bañado por tu sangre, izar la bandera española sobre las trizas de la bandera cubana.- Miguel Pérez y Céspedes." Al dorso del mismo papel, dicen que Guillermón escribió y dejó caer luego en el mismo sitio: "A Miguel Pérez y Céspedes, en donde se hallare.- Enemigo: Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto de nada; pero te prometo que mi brazo de negro y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria. Y siento que un hermano extraviado me brinde la oportunidad de quitar el filo a mi machete. Mas, porque Cuba sea libre, hasta el mismo mal es bien.- Guillermón."



“En la zona ocupada por los cafetales de Guantánamo se encontraron, al fin, Moncada y Pérez. El jefe español atacó al cubano. En los primeros momentos, la victoria hubiérase creído de parte de aquél. Pero el cubano, después de cinco horas de rudo batallar, ordena una carga al machete, entrando él el primero, dando voces de aliento, por entre las huestes contrarias, despedazándolas. En la lucha, cuerpo a cuerpo, cayó Miguel Pérez y Céspedes. Con el parte del combate, rendido al general Gómez, le envió Guillermón las insignias militares del terrible jefe de las escuadras de Guantánamo. Por su comportamiento en esta acción fue ascendido a Teniente Coronel.



“Después de alcanzada esta victoria, continuó peleando con más ardor si cabe. En la Indiana toma participación, y más tarde en el encuentro que contra una columna al mando del general español Palanca tuvieron los cubanos, acaudillados por Gómez. En esta función de guerra, Moncada cargó nuevamente al machete, haciendo una carnicería. Pero al terminar la faena, sus compañeros tuvieron que levantar en brazos el cuerpo robusto de su amado Ayax, herido en un muslo por el plomo del adversario... Antes de los dos meses ya se encontraba de nuevo en disposición de arremeter, al frente de los suyos. Moncada, después de esa su segunda herida, tomó parte en las acciones de Báguano, Samá, Los Palos, El Capeyal, Holguín, Las Cabezadas de Báguano y El Zarzal, combate éste donde el propio Guillermón, en lance personal, le arrancó la vida al Teniente Coronel español Sostrada. Hecho tan singular le valió las estrellas de coronel.



“Luego, y después de combatir en Santa María de Holguín, pasa al Camagüey, donde toma parte en la acción de El Naranjo, una de las más gloriosas de nuestras guerras de independencia. En El Naranjo es nuevamente herido, lo que le priva de hallarse más tarde en la batalla de Las Guásimas, estupenda victoria lograda por las huestes del ejército libertador: ¡inmarcesible laurel sobre la espada del cien veces glorioso caudillo Máximo Gómez...! A curarse pasó Guillermón a la jurisdicción oriental. Apenas se siente bueno, incorpórase a las fuerzas de Antonio Maceo, entonces Jefe de aquella División. Al lado del Capitán sin émulo, estuvo hasta que, después de la protesta de Baraguá, aquél marchó al extranjero. Y cuando, disuelto el Gobierno de la República, y sin fe los militares, llegó la hora de la disolución, Moncada, como quien ha cumplido todo su deber, firma la adhesión al Convenio, y se retira, triste, pero acaso rumiando esperanzas, a su hogar abandonado...



“Vino después la guerra chiquita, la revolución del 79, y Moncada, fiel a su juramento, volvió a la lucha. En unión de José Maceo y Quintín Banderas abandona la ciudad de Santiago de Cuba. A los pocos días sostiene un encuentro con las tropas españolas en Mayarí y el Macío... Pero reducidos a poco los cubanos, tuvieron nuevamente que entablar negociaciones con las españoles. Pero las negociaciones entabladas entonces fueron más dolorosas y más inicuas que las anteriores. Los bravos jefes de esa mueva intentona fueron, unos muertos calladamente y otros enviados a los presidios de Africa. A España fue trasladado Guillermón junto con el general Calixto García, el de la frente gloriosa...



“Al abandonar el presidio volvió a Cuba, a su Oriente. Allí supo de la creación del Partido Revolucionario Cubano, la obra de Martí, y se puso a conspirar en espera de la hora en que había nuevamente de tomar el camino de la manigua. Dos días antes del 24 de febrero de 1895, Guillermón, con conocimiento de la orden de levantamiento, se echó al monte en compañía del pulcro Rafael Portuondo Tamayo, joven de lo más distinguido de Santiago de Cuba, después general de la revolución. Al monte se fue Guillermón, pero no era ya el Hércules invencible de la guerra grande. Comido por la tisis, había salido poco menos que moribundo, porque no concebía que los cubanos estuvieran peleando por su libertad y él no fuera de ellos. Un mes y medio escaso duró aquella existencia preciosa bajo la enseña de la rebeldía. No pudo el pobre ni siquiera saber que no dejaba la revolución en mal estado. ¡Acaso si la visión última que tuvo fue la de la patria, sujeta por nuevas y más recias cadenas...”

No hay comentarios:

Publicar un comentario