viernes, 20 de agosto de 2010

POR QUÉ BAILA EL MONO

PUBLICADO PARA HOY 21 DE AGOSTO



Por Gladys Linares



Lawton, Ciudad Habana,(PD) Hace unos días me encontré con mi vecina Olga. Estaba molesta por el tiempo que había perdido en el banco de Dolores entre 18 y 19, en el barrio capitalino de Lawton, para cobrar su pensión de 200 pesos, y me comentó lo sucedido:

“Cuando llegué atendían a tres personas – explicó –, y observé que en la cuarta ventanilla había dos jóvenes que entre conversaciones en voz baja, risas y miradas pícaras, pasaban el tiempo. Me acerqué y les pregunté si estaban atendiendo al público. La muchacha me respondió que sí, pero me fulminó con la mirada. A pesar de que me quedé cerca, ellos siguieron en su relajo, hasta que llegó una mujer a vender creo que croquetas y en pleno horario de trabajo comenzó la compra. Entonces sí tuve que esperar.”

Olga confiesa que su primer impulso fue dar un escándalo, pero luego pensó que probablemente esas croquetas serían ese día el plato fuerte en la mayoría de los hogares de aquellos empleados. Se imaginó los malabares que haría esa misma muchacha, igual que hacen ella y otros millones de cubanos para estirar un sueldo cuya elasticidad es bien limitada. Entonces, en nombre de nuestra tragedia común, esperó callada.

Mientras me contaba, llegamos a la panadería. Abrí la libreta de racionamiento, saqué el dinero y me sobresalté cuando escuché el alarido de la hosca empleada, la misma que cobra, despacha y habla – o grita – sobre el pan descubierto: “¡¡¡No tengo cambio!!! ¡Si no tiene el dinero exacto no puedo despacharle!”

Abrí la boca para darle una respuesta contundente que frenara su grosería, pero noté el calor imperante en el local, las moscas, el ventilador que no les permiten encender en aras del plan de ahorro energético. Me di cuenta de que no resolvería nada si discutía con ella. Después de media hora, pudimos al fin comprar el pan.

Al pasar frente al quiosco de la Tienda Recaudadora de Divisas (TRD) de la esquina de 15 y Dolores, Olga me comentó: “Hace dos días vine aquí a comprar pollo. La empleada me mostró un paquete sin la etiqueta del precio, como es la nueva costumbre. Le pregunté por qué no la tenía, me miró y murmuró algo que no entendí. Ahí caí en cuenta de que las propinas han disminuido” dijo sin perder su sentido del humor. “La empleada puso el paquete sobre la pesa y me dijo que eran 3,85 CUC. Entonces le pregunté cuánto pesaba y me dio la callada por respuesta. Yo tenía derecho a saber, así que insistí. Ella de mala gana rectificó en la calculadora y me entregó el vale de 3,85 CUC al tiempo que me indicaba que lo mirara bien. Lo revisé, pero no decía el peso.”

Comprendo el punto de vista de mi vecina: si la mayoría enfrentamos diariamente los mismos problemas, ¿por qué maltratarnos unos a otros?

Aquella jornada trajo a mi memoria cierta anécdota que una vez me narró un marinero. Resulta que hace varios años, el entonces Ministro del Transporte, de visita en un barco inglés de convenio – donde los marineros cubanos recibían un buen salario en divisas – elogió el buen trabajo de estos, a diferencia del de quienes trabajaban en buques cubanos. Al oír esto, el maquinista le respondió: “Dígame, Ministro, ¿usted ha visto esos monitos amaestrados que bailan en el circo?” “Sí.”, dijo éste. “Pues sepa – continuó el maquinista – que esos monitos no bailan por la música que les tocan. Bailan porque les dan maní.”

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