viernes, 5 de noviembre de 2010

VIVIR EN LA ACERA



Por Gladys Linares



Lawton, La Habana, 6 de noviembre de 2010 (PD) Venir para La Habana en busca de mejores oportunidades no es algo nuevo, pero a partir de 1959, a medida que se agudizaban el desempleo y la escasez, fue mayor la migración hacia la capital.
El municipio Diez de Octubre es uno de los más densamente poblados del país. Sólo en el barrio de Lawton hay más de 24 300 habitantes. Sin embargo, a pesar del crecimiento poblacional, el incremento del número de viviendas ha sido ínfimo. Es por eso que para buscar espacios las familias se han visto precisadas a acudir a cuantos inventos se puedan imaginar.

Por supuesto, una vez improvisada la vivienda, las personas requieren de los servicios básicos, como agua corriente, o al menos potable, electricidad, instalaciones sanitarias, etc. No está de más decir, que cualquier gestión en este sentido con las autoridades competentes, resulta infructuosa en muchos casos, y en otros se demora bastante. Por este motivo, algunas personas se atreven a instalar estos servicios por su cuenta, y es así que por ejemplo, rompen las aceras para conectarse al servicio de agua.

Los apagones, por otra parte, durante casi todo el año obligan a muchos a salir a la acera en busca de ventilación.
Poco a poco, la gente ha comenzado a emplear la acera como extensión del reducido espacio habitable. Es frecuente ver a un grupo de personas sentadas afuera de su casa, que conversan, gritan, beben ron y oyen música muy alta.

Hoy, oímos a cualquiera decir con la mayor naturalidad: -¡Pedro, saca la mesa, vamos a romper con el dominó!

Y así mesas, sillas, dominó o ajedrez, ocupan la acera e impiden el paso de transeúntes sin tener en cuenta las reglas de convivencia social. Hace poco, vi a un ciego tropezar con las rejas de un garaje, que según la última moda, abren para afuera.
Un día le escuché exclamar molesta a una mujer que preparaba los alimentos en la acera: -¡No me interesa que me critiquen, pero tengo que escoger el arroz aquí porque allá dentro me ahogo del calor!

Pero no es este el único problema del hacinamiento en nuestra ciudad. Cierto día presencié cómo un inspector de Vivienda amonestaba a una señora que en un pequeño espacio acondicionó una sala, y para tener acceso a la calle, construyó los escalones en la acera. La señora, indignada, protestó: -¿Qué es lo que usted quiere, que yo no pueda sentarme a descansar? Si hago los escalones adentro, no me cabe ni un sillón…

Un amigo que vino hace algún tiempo de Camagüey, y que vive agregado con sus suegros, me comentó: “El gobierno se ocupa de construir en otros países, pero para nosotros todo son trabas. Si nos dieran facilidades, no serían pocos los que construyan sus propias casas, porque a nadie le gusta vivir agregado y hacinado. ¿Quién no aspira, al menos, a procurarse un techo y vivir decorosamente?”

primaveradigital@gmail.com
Foto: Marcelo López

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