lunes, 27 de diciembre de 2010

Desde Madrid




Grace Piney


(Martí Noticias, Grace Piney, 28/12/10) - En estos días, en los que el mundo judeocristiano celebra la Navidad los cubanos se conmueven de manera especial. No es el nacimiento de Cristo. La Navidad convoca a la celebración de la familia más que cualquier otra festividad occidental. La cubana es una familia escindida, transida de dolores y de emociones a la que es difícil salvar del varapalo; ha sido uno de los principales pilares de ataque, para su deformación, del castrismo.

Los latinoamericanos en sentido general seguimos siendo, por muchas razones, personas "familiares". La ascendencia no es sólo por nuestra parte "latina", es contenido arraigado también en el substrato americano.

La Navidad celebra la paz y el amor que, supuestamente, debía traer el nacimiento de Cristo. En Cuba, la Navidad pasó de ser la fiesta de las ilusiones, de la renovación, del encuentro, a ser la fecha de las más amargas lágrimas, de las pérdidas y las ausencias. Porque la familia cubana no sólo se dividió, también se "perdió", se "abandonó", se "traicionó" y, sobre todo, se "incomunicó". Todas estas son formas de relacionarse, o de concebir las relaciones, que no habían previsto ni buscado los cubanos.

La historia de la familia cubana está por escribirse, no hablamos de genealogía por supuesto (ya cada quien, gratia lex española y possibilis beneficium se ha hecho cargo de gestionar la recuperación de la rama de su árbol que le entronque con la Madre Patria). Pero sí puede señalarse un periodo en el cual la comunicación entre los que se iban y los que se quedaban llegó al silencio casi absoluto.

Los mayores migrantes del mundo son orientales, de modo que en estos días si celebran es por solidaridad o contagio. Los chinos no deben quedarse sin teléfono en la Noche Buena y Noche Vieja. Las líneas telefónicas y los menguos accesos a internet (precisemos: mail) de Cuba se colapsan. Casi el 20 % de los cubanos viven fuera de su país. Podemos aventurarnos a decir que en todas las familias hay personas en el exterior.

Hay un clásico y efectivo anuncio de televisión cuyo mensaje es una válvula al escape de sollozos, en un sistema de censura seguro no pasaría alguna criba: "A casa / a casa vuelve / por Navidad".

Uno de los temas más dolorosos y asunto más difícil de superar por parte de los migrantes, especialmente "exiliados", es el del regreso. La vuelta es una necesidad del hombre de reencuentro consigo mismo, con la comunidad de origen, con su cultura, con su familia. Los cubanos exiliados, casi en su totalidad, han debido procesar la imposibilidad del retorno y la recuperación de espacios físicos y emocionales. La historia del exilio cubano tampoco está aún escrita, por mucha literatura que haya producido.

Casi podríamos arriesgarnos a decir que no hay otra comunidad de migrantes que conserve a pesar de todos los impedimentos que ha tenido, un vínculo tan arraigado con el país de origen como la cubana. Puede que la causa de lo anterior se encuentre en la razón de esa migración, en las formas, en su continuidad en el tiempo, pero también en la respuesta a quiénes han migrado.

La cubana en el periodo castrista es una migración forzosa, es decir: el cubano no ha elegido por voluntad propia ser un migrante, se ha visto impelido a ello, de manera violenta, y ha tenido como condicionante, también, la letrilla del no retorno y las dificultades, a veces insalvables, para la reunificación familiar; es decir, la pérdida sin remedio y la imposibilidad de "reconciliar" los tiempos y fases de su vida.

En cuanto a quiénes han migrado y cómo eso influye en el tema que abordamos: sólo las primeras olas migratorias cubanas pudieron levantar la carpa y salir andando todos los integrantes de una familia; en las siguientes olas migratorias: han sido los jóvenes, que dejan "por detrás" a los padres, a veces a los hijos, es decir: salen de Cuba pero se mantiene un fuerte vínculo afectivo y emocional que los mantiene "atados" a la Isla.

Es cierto que las primeras olas migratorias cubanas consideraban que saldrían por un lapso de tiempo mínimo prudencial, el tiempo en el que, como en anteriores ocasiones políticas, la situación volviera a su cauce. Se equivocaban: "abandonaron" una plaza sitiada por militares que rápidamente afianzaron su poder, atacaron con todos sus recursos el modelo social de la Nación cubana, implementaron el terror, la desestructuración de la familia y el silencio. Esa generación tardó en aceptar la imposibilidad del retorno.

Hoy, si no han sido protagonistas desde el exilio de las relaciones políticas con Cuba (léase; "si no están fichados"), pueden entrar y salir; pueden "visitar" a sus familiares y poco más, para lo que (¡por supuesto: sigue siendo la Cuba castrista!), deben pedir permiso a los dueños de la granjita para que se les otorgue tiempo de estancia en su propio país.

No es hasta finales de los 80 principios de los 90 que las olas migratorias ya salen con la idea de lo definitivo. Hay que añadir que algunas de estas han ido con más espuma que las anteriores y que ha llegado a ser una posibilidad real: En estos momentos hay una gran cantidad de cubanos que sí pueden entrar y salir de Cuba, que han podido establecerse en el exterior sin perder sus propiedades y contando con la posibilidad de entrada y salida (este es otro tema). En opinión de muchos: pagan un alto precio: siguen siendo rehenes, en el exterior, del terror y el silencio.

El Gobierno cubano es experto en hacer canjes truculentos: al inicio de lo que se ha llamado "Revolución" consiguió que muchos cubanos depusieran sus derechos y libertades, su individualidad, en aras de una promesa de mejoramiento colectivo. Ahora ha cambiado la posibilidad de nadar por el silencio. Esto último ya no ha sido difícil: el Gobierno cubano ha "entrenado" a varias generaciones para que se desentiendan de los asuntos públicos, de lo que debía ocuparse, en exclusiva, el Estado.

Aunque los exiliados cubanos no parece que sientan la carga del "abandono", es una de las ideas que, por perniciosa y por su posibilidad de hacer daño, se ha manejado. El Gobierno cubano les ha tachado de "traidores", de "apátridas" y por parte de sus familias pueden haber recibido el reproche, a veces el rechazo e incluso la violencia de todas las partes.

Pero el "abandono" contiene en sí mismo otras ideas y actitudes que no presenta la comunidad cubana en el exilio: el rechazo a la herencia propia, a la cultura del país de origen. En verdad ocurre exactamente lo contrario: incluso los cubanos que se (nos) reconocen (mos) como "ciudadanos del mundo" se sienten orgullosos de su cubanía, siguen reconociéndola como suya y ejercen de cubanos, independientemente de lo que digan sus pasaportes e independientemente de su compromiso cívico o político con Cuba.

Tampoco proyectan un "abandono" del lugar, algo no sujeto, por supuesto, al hecho físico del lugar de residencia. Recordemos que para muchos de los cubanos ese "en el exterior" es la mayor parte de sus vidas y que el tema de la posibilidad del "abandono" ha podido ser uno de sus conflictos en alguna fase, al menos un tema al que enfrentarse en algún momento.

Dejar el lugar: abandonar a la familia, a los amigos, los espacios, representa vivir sin referencias y sin seguridad o tener que rehacerlas/inventárselas.

Podría representar negación y, como algo que podría ser muy doloroso para quien parte, el Gobierno cubano se encargó durante décadas de intentar que quien ha salido si no la siente al menos se lo cuestione y de utilizar ese argumento para dividir a las familias en "los que se quedan" y "los que se van".

Si casi un 20 % de los cubanos vive en el exilio y una gran cantidad de ellos querría haber visto a sus familias reunidas en estas fechas, esta no debe haber sido una "noche buena": ¡no la han pasado con sus familias… no la han pasado en Cuba!

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