lunes, 14 de febrero de 2011

Reycito



Escrito por Odalis Álvarez Valerino

Centro Habana, La Habana, 15 de febrero de 2011,


(PD) "Siempre que hay vida tenemos oportunidad de luchar. Creo que es imprescindible saber lo que queremos, ello es tener la mitad de la batalla ganada". Fueron las palabras de Mirta, la madre de Reycito, un niño de 8 años de edad y que apenas entendía lo que expresaba su madre.

Armando, un militar de las Fuerzas Amadas Revolucionarias (FAR) y padre del pequeño, es un hombre duro de carácter y orgulloso de su militancia. No le importa compartir cumpleaños ni días festivos junto a su familia, le interesa más vociferar contra los desafectos y vigilar si son ciertos los chismes del barrio que las necesidades de su hogar. Siempre se mostró indiferente ante los suyos, sin un ápice de afecto. El poco dinero que entregaba a su esposa cada mes, para él, era suficiente.

En cambio, Mirta es una hermosa ama de casa que se agencia de malabares para calzar a su hijo y poner en la mesa un plato decente que comer

Reycito, aunque muy pequeño, siente la necesidad del que no se conforma con poco. Recuerda perfectamente el día que un amigo del aula cumplió años y lo invadió la euforia. El niño acariciaba la idea de que su padre le comprara zapatos, pues ocasionalmente había tenido que salir con las mismas botas del colegio.

Mientras caminaba pensaba cuantos "papitos" le diría a su padre para convencerlo cuando pidiera tal deseo. Pero Armando no creía en bellos paisajes ni en castillos de rosas, fue por eso que no le tembló la voz ni le gimió el alma para decirle que no.

Reycito apareció en la fiesta como tantas veces. Muchos de sus amigos estrenaban calzados, y no faltó quien se burlara de las botas del pequeñín. Aun así nadie pudo quitarle la diversión, el muchacho se olvidó por un momento de las bromas y su alma risueña se sentía libre del régimen paternal.

El niño no sabe a quién culpar, si a la madre por permitir tal sufrimiento, a su padre o los guasones de la escuela que lo hicieron sentir tan mal por un momento. Dice Mirta que no quiere estudiar más. Que quiere ser como su primo José, un vendedor de drogas que viste las mejores ropas del barrio. Y con razón se preocupa Mirta: su sobrino ha ido varias veces a prisión, con tan solo 26 años de edad.

Según su mamá, Reycito desea ser marinero mercante, y no porque le guste, simplemente abraza la idea de irse del país para no ver más a su padre. Ese ser que no le importa nada más que el uniforme verde olivo y las reflexiones de su jefe. Atosiga constantemente al niño para que elija la vida militar, lo que ha dado al traste con las ilusiones del pequeño.

Reycito crece y lo único que tiene en mente son aquellas palabras que expresó una vez a su madre: "Cuando sea grande voy a ser marinero y me iré del país, seré millonario y te voy a llevar conmigo, lejos de papá, para no pasar más trabajo".

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