miércoles, 23 de marzo de 2011

Fidel Castro, Premio Gadafi de Derechos Humanos




PUBLICADO PARA HOY 23 DE MARZO


POR: MANUEL ZAYAS


En agosto de 1998, la Fundación Muamar al Gadafi de Derechos Humanos concedió el (estrafalario) premio con el nombre del líder libio al comandante en jefe Fidel Castro, según reportó la agencia oficial de noticias Jana.

En el cable noticioso, fechado en Trípoli el 11 de agosto, se anunciaba que el galardón iba dotado con la suma de 250.000 dólares y daba razón de su otorgamiento al dictador cubano por “su resistencia al imperialismo, su lucha en nombre de los principios y su audacia para enfrentar la realidad, que auguran una nueva etapa en la lucha de los pueblos frente a la hegemonía, el embargo y la agresión”.

De acuerdo al reporte libio, Castro recogería el premio el 30 de agosto de ese mismo año en una ceremonia oficial, de la que no se ofrecieron más detalles. Desde su anuncio mismo, la concesión era una realidad que la prensa oficial cubana ocultó por decisión del propio Fidel Castro.

Apresurándose a la entrega oficial del galardón y aprovechando un viaje suyo a República Dominicana, el máximo líder anunció el 23 de agosto una donación suya, a título personal, de 250.000 dólares para la construcción de un politécnico en la localidad de Bani, sin hacer mención siquiera a la procedencia de esos fondos.

A las claras, Fidel Castro no supo cómo reaccionar públicamente ante el premio de su amigo Gadafi, considerado entonces por varias naciones occidentales como patrocinador del terrorismo internacional. Asimismo, temió encarar a la opinión pública y explicar por qué aceptaba una suma monetaria de origen tan sospechoso y un premio con tan extravagante nombre.

Sin dar explicaciones, era preciso deshacerse anticipadamente de una transferencia monetaria que podía servir de prueba de enriquecimiento personal. La entrega oficial del premio, anunciada por el gobierno libio para finales de mes, fue pospuesta.

Dos años después, en la madrugada del 9 de octubre del 2000, tres periodistas oficiales de guardia informativa fuimos conminados a reportar la entrega del galardón a Fidel Castro, que se haría en la sede del Consejo de Estado, en el Palacio de la Revolución de La Habana.

En pasillos vigilados y adornados con cuadros al óleo de Tomás Sánchez dedicados al “Ministro de las FAR General de Ejército Raúl Castro” y lienzos de otros pintores cubanos que convertían la sede del poder en museo, fuimos advertidos de ser pacientes porque a esa hora, dos de la madrugada, tenían lugar conversaciones oficiales, a puertas cerradas, entre Castro y una delegación libia.

Cuando los bostezos se hacían más persistentes, los periodistas de Granma, del Noticiero de Televisión y de la Agencia de Información Nacional (AIN, donde yo trabajaba entonces) fuimos llevados a una sala de espacio reducido para la entrega oficial del premio, pospuesta por dos años por astucia de su receptor.

La teatralización de la ceremonia fue total: el escenario estaba formado por un pequeño podio con micrófono y, en el fondo, las banderas de los dos países; los actores eran el emisario del gobierno libio Abuzed Omar Dorda, embajador ante Naciones Unidas, acompañado por un funcionario de la embajada de Trípoli en La Habana que fungía como traductor, y, por supuesto, el máximo líder. Como público selecto, tres periodistas oficiales.

No hubo fanfarria, pero sonaron los himnos desde un altavoz.

“Al militante Fidel Castro, en reconocimiento de su papel heroico en defensa de su pueblo, como también su resistencia al imperialismo, que lo ha rodeado durante más de tres décadas”, fue la dedicatoria del emisario libio.

Por su parte, Castro se vanaglorió de defender los derechos humanos y dio la consabida perorata habitual: en Cuba “no hay desaparecidos”, y habló de la solidaridad de su país con el Tercer Mundo. Y aprovechó para agradecer a Gadafi por el premio y lo llamó “uno de los grandes rebeldes de estos tiempos”.

Cuando no había nada más que decir, el comandante dirigió su mirada a una de las puertas desde donde escrutaba uno de sus guardias personales, y le dijo, imperativo: “¿Dónde está mi jugo?”. Sin que transcurriera un minuto desde aquella orden, apareció un edecán con una bandeja y tres vasos despampanantes con jugo de naranja. Castro se abalanzó sobre la bandeja, impidiendo que llegara primero a los libios y dando por concluida la farsa protocolar.

Como no había más espectáculo que observar, fuimos sacados de allí y se nos advirtió que el monto en metálico del premio de Gadafi había sido donado por Cuba “para la construcción de una escuela en República Dominicana”.

Salí caminando hasta la sede de la AIN a escribir, citando literalmente, lo que allí se dijo, sin poder mencionar fuentes que no fueran las oficiales. El despacho cablegráfico estuvo listo a las 6 de la mañana y fue revisado por dos editores y enviado al Comité Central para su aprobación.

El centro educativo donado a República Dominicana fue el Politécnico Máximo Gómez, construido con dinero aportado exclusivamente por “Cuba” o Fidel Castro, según se mire, en la ciudad de Bani. Fuentes dominicanas han asegurado que el costo de la construcción del centro de estudios ascendió a 50 millones de pesos dominicanos, lo que, al cambio actual, equivaldría a alrededor de 1.300.000 dólares, cinco veces el regalito de Muamar al Gadafi a Fidel Castro.

En 2003, Fidel Castro realizó su última visita oficial a Libia, y allí estrechó la mano de Gadafi, “uno de los grandes rebeldes de estos tiempos”. Gadafi paseó a Castro por cuanto palacio posee.

Los reportes oficiales solo dieron detalles de la visita al palacio bombardeado en Trípolí en 1986 por la aviación estadounidense por órden del presidente Ronald Reagan, y en el que murió una hija adoptiva de Gadafi.

La admiración entre el sátrapa caribeño y libio es tal que, hasta la fecha, Fidel Castro no ha condenado los crímenes de Gadafi contra la población libia, ni ha opinado sobre la cuantiosa fortuna que el clan Gadafi posee. Parece que tampoco lo hará.

Manuel Zayas, Barcelona, Diario de Cuba

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