martes, 12 de abril de 2011
Decadente educación en Cuba por maestros emergentes
Jóvenes sin vocación ni aura de educadores, pero dispuestos a pararse al frente de un aula llena de coetáneos.
martinoticias.com 12 de abril de 2011
Foto: Reuters El crédito –o descrédito-- de haber creado en Cuba los llamados “profesores generales integrales, más conocidos como maestros emergentes, le cabe por entero al ex gobernante Fidel Castro.
Sobre ésta que la bloguera Miriam Celaya describe como “una de tantas descabelladas pesadillas surgidas del magín del señor F.” conocíamos que se organizó como otro ejército urgente más. Esta vez, de jóvenes sin vocación ni aura de educadores, pero dispuestos a pararse al frente de un aula llena de coetáneos y desbarrar, en tonos marginales, ahora de álgebra y luego de historia, a cambio de un salario aceptable para su edad, de saltarse el SMO y de poder mudarse a la prohibida “capital de todos los cubanos”.
Tan desastroso fue su desempeño que abrieron una fuerte demanda para una nueva categoría de cuentapropistas: los maestros repasadores.
Sin embargo, nadie nos había acercado a la carne y los huesos de los maestros emergentes como Regina Coyula en este post titulado “Mala experiencia”. Apareció en su blog “Malaletra” el pasado 9 de abril:
Hace poco me preguntaron por la etapa en que impartí clases. Mi experiencia docente fue con Profesores Generales Integrales, conocidos como Profesores Emergentes o “Instantáneos”. Además de ayudarlos en la preparación de las clases que debían impartir, los visitaba y evaluaba en el aula. Aquellos muchachos eran muy jóvenes y provenían en su mayoría de las provincias orientales. El magisterio se ha convertido en una actividad bastante preterida, no recibe estimulación salarial en CUC, tiene prohibición para viajar al extranjero y las exigencias de lidiar con estudiantes alborotadores son muy altas, por lo que nadie quiere (o quería, voy a hablar de lo que conocí) ser profesor. Estos muchachos se incorporaban al plan de magisterio, trabajaban y estudiaban por un salario interesante para alguien de 17, 18 años, venían para la capital, y los varones no tenían que pasar Servicio Militar. Llegaron apocados y sencillos, y no todos, pero la mayoría, sobre todo los varones, enseguida le cogieron el juego a la situación. Como el régimen de la escuela era becado, algunos compraban golosinas y cigarros para vender entre los alumnos. Las relaciones sexuales con alumnos (sexuales no significa amorosas) eran frecuentes. Me tocaba confeccionar los exámenes y hubo una oportunidad en que se iba a poner una prueba en el horario de la tarde y sobre las once cité a los responsables de mi asignatura para entregarles la prueba y la clave de calificación con las respuestas correctas. El ejercicio era muy sencillo, contestar verdadero o falso, enlazar columnas y cosas así. A la hora de almuerzo ya los alumnos sabían, no las respuestas, ¡ojalá!, sino el orden de la clave de calificación. Armé un desastre con sólo cambiar el orden de las preguntas.
En la fiesta de fin de curso, aquellos muchachitos provincianos habían transformado su imagen con zapatillas Adidas o Nike, calzoncillos Emporio Armani salidos por sobre unos jeans de esos que vienen decolorados y rotos de fábrica; brillantes pulóveres Dolce Gabbana, vistosos tatuajes y dientes y casquillos de oro como remate a la prosperidad capitalina. Sabía del trueque de notas por bienes materiales, y a juzgar por aquel look, mucho trueque se había producido. No se sentían haciendo nada amoral, era lo que les había tocado y sacaban provecho como mejor podían o sabían. Salvo honrosas excepciones, todavía algunos deben andar “educando” a las nuevas generaciones.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario