
Escrito por Miguel Iturria Savon
El Cotorro, La Habana
12 de abril de 2011
(PD) Los turistas que entran a los cafés, bares y restaurantes de la calle Obispo, en el Casco histórico de La Habana, son sorprendidos por los sones y guarachas interpretados por las agrupaciones de pequeño formato que actúan para los comensales. Como las ofertas son carísimas, suponen que el menú incluye los ritmos criollos, las descargas de jazz y las canciones del pentagrama universal tocadas con sabor local. Quizás por eso no entienden por qué uno de los músicos pasa el sombrero e intenta venderles un disco al terminar cada tanda.
Serían más espléndidos si conversaran con los artistas. Entonces sabrían que a pesar de su nivel profesional y después de tocar diez o doce horas al día, solo llevan a casa lo que recolectan cuando pasan el sombrero o el güiro, pues de su salario en moneda nacional no hablan por vergüenza.
Al preguntarles acerca de sus ingresos a cantantes e instrumentistas contratados en bares, hoteles y restaurantes de Obispo, Prado, la Avenida del Puerto y otras plazas y arterias turísticas de la capital, comprobamos que devengan 160 cuc al mes para la agrupación. De esa cifra, el 50 % corresponde a la empresa que los representa, el 10% va a las arcas de la oficina tributaria (ONAT) y el resto lo reparten entre ellos, casi ocho dólares al mes.
Si el centro programa a dos grupos, cada uno trabaja 15 días al mes, pero solo les pagan cuatro días; quienes laboran el mes completo, cobran por ocho. Si protestan, contratan a otro.
A los músicos les corresponde procurarse los instrumentos, el sonido, el transporte, la promoción y hasta gestionar el contrato en los centros diurnos o nocturnos, incluidos el Salón Rosado de la Tropical y las casas de la música de La Habana (una en Galiano y otra en Miramar), Varadero y Santiago de Cuba, donde se cobran las entradas y los programadores priorizan a las orquestas de mayor audiencia, aunque no representen lo más genuino de la música cubana.
El forcejeo musical exige la evaluación, la filiación a una empresa de los ministerios de Cultura o Turismo y el respeto a las normas del cuerpo de inspectores, quienes pueden decomisarles los instrumentos, imponerles multas milenarias o cerrarles el contrato si venden discos o cometen otras irregularidades, aunque a veces estimulan el soborno para compensar su propio salario.
Las reglas dictadas por las empresas contribuyeron a desactivar a decenas de conjuntos vocales e instrumentales, obligados a realizar 19 actividades al mes en momentos en que disminuía la demanda artística por las carencias de presupuesto y el cierre de liceos y otros escenarios.
La desmesura de las normas ha sido criticada por personalidades como Adalberto Álvarez, Juan Formell, Lourdes Torres y Tony Pinelly, quien afirmó en una emisora de la capital que "si las empresas volaran por los aires no pagarían el daño que les hacen a los creadores".
Obligados a costear sus propios discos, los músicos que pasan el sombrero enfrentan también la competencia de reguetoneros emergentes y de figuras favorecidas por la televisión y por los sellos discográficos estatales, lo cual les abre las puertas de agencias que pagan mejor y comercializan en divisas sus espectáculos, casi siempre inspirados en ritmos y patrones extranjeros.
La imitación de lo foráneo es censurada por personalidades que hablan de "la necesidad de vestir de largo lo más auténtico y promover lo cubano sin desdeñar lo universal".
Rafael Lay, director de la orquesta Aragón, dijo al diario Juventud Rebelde que le sorprendió saber que la charanga del siglo XX no es "apropiada para actuar en las casas de la música", cuyos programadores prefieren el reggaetón.
Un ex cantante de dicha agrupación advierte que "desde La Habana es imposible saber el talento que se pierde en las provincias, salvo las excursiones ocasionales de Cándido Fabré o la Original de Manzanillo", lo que determina éxodos de grupos y directores a la capital, convertida en puente hacia el extranjero.
Otro vocalista considera denigrante pasar el sombrero en los bares de La Habana; cree que "estamos paralizados en el tiempo", pues "cuando las voces de Cuba eran promovidas, los artistas de México, Puerto Rico y Dominicana, venían a grabar en la isla del son y la rumba, y alternaban con nuestras figuras en la Sonora Matancera y en Tropicana. Ahora las grandes voces actúan en cabarets y muchas veces no han grabado discos".
Evoca al respecto a soneros silenciados y celebridades rescatadas desde el extranjero, como los integrantes del Buena Vista Social Club. Asegura que "a la juventud cubana les falta su espejo musical". Por eso escucha lo foráneo mientras sus músicos sobreviven pasando el sombrero en los bares para turistas.
culturakiss@yahoo.es
Fotos: Miguel Iturria
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