martes, 23 de agosto de 2011

Entre albergues y ciclones se derrumba la esperanza de los evacuados



Durante la temporada ciclónica los cubanos se mantienen a expensas de una posible evacuación. Experiencias anteriores hacen la espera insufrible.

martinoticias.com 23 de agosto de 2011

Los habitantes de la zona oriental de Cuba se preparan como pueden para las lluvias que se avecinan con el paso del huracán Irene. Ante la necesidad de evacuación, los afectados recuerdan con pesar y hasta indignación las ocasiones anteriores.

“Se evacuan principalmente a las personas que viven en casas deterioradas de la periferia, pero en el centro de la ciudad también hay viviendas en esta situación y las autoridades no parecen notarlas,” apuntó Luis Felipe Rojas, residente en San Germán, Holguín.

Los lugares destinados a la evacuación son en su mayoría escuelas urbanas, que carecen de la cantidad de camas y colchones necesarios para recibir a los evacuados. Las autoridades cubanas intentan suplir las insuficiencias, pero lo único seguro para estas personas es un techo más sólido que el de sus viviendas.

“Se hace un registro de los vecinos que acceden recibir en sus casas a quienes precisan ser evacuadas. En algunos casos se les facilitan unos pocos alimentos para apoyar el consumo de los evacuados,” explica el ingeniero Hergues Frandín, vecino de Songo La Maya, en Santiago de Cuba.

Unos pocos eligen permanecer en sus hogares a pesar del peligro inminente. Las autoridades insisten y “casi obligan”, pero de mantener la negativa, quedan responsables de su propia suerte. Los motivos van desde el miedo a ser robados y “perder así lo poco que poseen”, hasta el rechazo a las deplorables condiciones de evacuación, según refiere la periodista independiente Aini Martín.

Aini, quien reside en La Habana, apunta que muchos prefieren refugiarse en casas de amistades, aunque no sean muy confortables, pues conocen la insalubridad y las faltas de todo tipo les esperan en los albergues.

El estado cubano oculta sus errores y deficiencias en el enfrentamiento de fenómenos naturales tras colosales cifras de evacuados y mínimas cantidades de fallecidos. Olvidan que los detalles hacen la diferencia.

“Se habilitan literas y colchonetas delgadas de los dormitorios de las escuelas, hasta que se agote la cantidad existente. El resto de los insumos necesarios deben llevarlos consigo las familias desde sus casas. Se cuida de no ubicarlos en lugares donde pudieran desplomarse el techo o las ventanas por los fuertes vientos,” continúa explicando Hergues.

Por su parte Rolando Pupo, campesino de San Juan y Martínez en Pinar del Río, narra su experiencia: “Una vez me evacuaron con mi esposa y tal fue la situación que no duré ahí ni tres horas. Cogí y vine para aquí para el barrio. Les daban un colchoncito a los niños y los padres en el piso. En una habitación en que cabían 20 personas metían 40. A las doce de la noche cerraban la puerta y todo el mundo hacinado ahí, sin corriente.”

La alimentación garantizada por el estado es la básica. “La comida es pésima –comenta Pupo - arroz, sopa de chícharos, huevo sancochado o mortadella, y el desayuno un pancito con un poquito de agua con azúcar o ‘cerelá’.”

Sobre la asistencia médica y la limpieza Hergues expresa: “Para dar los primeros auxilios a los evacuados, se dispone en cada centro de al menos una enfermera y si surge un caso de gravedad se traslada al hospital en un ómnibus destinado para ese uso. Pero la higiene es precaria, en ello influye la falta de agua, el exceso de personas en espacios insuficientes y los hábitos de los evacuados.”

“Yo he visto muy poca gente bañándose cuando están albergados. Sí se cuenta con agua para tomar, o si no te ponen una pipa. Pero para bañarse, nada más hay que calcular que, por ejemplo: 300 personas disponen de un baño con capacidad para 10”, señala el campesino pinareño sobre el abastecimiento de agua.

Una vez pasado el temporal, las personas son regresadas a sus hogares. Si para desgracia de muchas de ellas, su casa fue dañada parcialmente o destruida por completo, deben esperar nuevamente por la ayuda del estado. Sus nombres se registran en listados para responder a sus demandas según las posibilidades del estado y sin límite de tiempo. Algunos de ellos permanecen albergados.

Como medida paliativa, se les dan materiales para construir ‘un contenedor’, o sea una habitación de proporciones pequeñas, con el propósito de que vivan en ella por un tiempo, hasta que paulatinamente el estado les facilite materiales a precios asequibles para edificar su vivienda definitiva.

El problema se agrava cuando las condiciones temporales se convierten en permanentes. “En el 2002 – denuncia Pupo - el ciclón Isidoro tumbó unas cuantas casas en esta zona de Pinar y todavía las familias están viviendo en contenedores, porque el estado no les da material para poder hacer esas casas rápido. Estas personas han ido al Poder Popular, al Partido, pero es por gusto. Les dicen que tiene que esperar porque todavía no es tu turno, que no hay recursos, que no hay materiales, que la crisis, que el bloqueo… y uno se cansa de protestar y de hablar.”

La insuficiente producción de materiales de la construcción, unida al desvío de los recursos destinados a viviendas afectadas por fenómenos naturales, provoca que la espera de las familias se prolongue durante años. Las protestas a organizaciones políticas y de masas se pierden en laberínticas excusas e interminables esperas.

“En el municipio Palma Soriano de Santiago de Cuba hay viviendas que fueron destruidas cuando el huracán Ike y todavía la gente está viviendo en los pedacitos de casa que tuvieron que construir momentáneamente, esperando que el gobierno les hiciera la casa. Ya ellos no soportan otra mentira. Prefieren quedarse en su casa, antes de ir a un refugio, porque saben que el gobierno no se preocupa por las condiciones de la persona que está evacuada”, enfatiza Tania Montoya, Dama de Blanco residente en Santiago de Cuba.

En septiembre de 2008, Cuba fue afectada por los ciclones Gustav y Ike en menos de ocho días. Más de medio millón de viviendas resultaron dañadas, situación que se sumó a la ya notable carencia de viviendas.

No falta quien usa al ciclón como motivo del derrumbe de su casa o sale en medio de la tormenta y arranca los palos que la sostienen, con la esperanza de que el gobierno note al fin el estado de su ya maltrecha vivienda y les facilite materiales para su reparación y quién sabe si hasta su construcción total.

”Muchos prefieren quedarse en su casa aunque se las lleve el viento, para ver si el gobierno, se toma la dignidad de suministrarles tan siquiera los materiales o vendérselos a un precio módico para que ellos puedan construir su vivienda”, confirma Montoya.

Todas estas experiencias provocan que los cubanos reciban con angustia la noticia de la evacuación y en el caso de los más ‘cabeciduros’ con una tajante negativa. Una de las entrevistadas resumió la experiencia así: “después que te tiran allí, ya eres como una vaca suelta en un potrero. ¡Sálvese quien pueda!”

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