
Escrito por Odelín Alfonso Torna
Arroyo Naranjo, La Habana
(PD) Mi vecino El Profesor, como le llamaban en el barrio de Parcelación Moderna, Arroyo Naranjo, murió de un coma de azúcar, dicen que a raíz de una borrachera que cogió con el estómago pegado al espinazo.
Se dice también que por el barrio La Prosperidad, en el municipio San Miguel del Padrón, Toña, Miguel el negro y Francisco el Guayabero, frecuentan los primeros auxilios cada vez que se enrolan en largos episodios etílicos.
En comentarios anteriores he hablado sobre los índices de alcoholismo en Cuba, con mayor incidencia en las edades de 25 a 42 años. Es un fenómeno que genera conflictos sociales, muertes u otros padecimientos fatales. En una sociedad degradada como la nuestra, el alto costo de la vida impide que la mayoría coma y beba dignamente.
Recientemente supimos que la Corte Federal de Apelaciones de los Estados Unidos, desestimó la solicitud de la francesa Pernod Ricard de comercializar el Habana Club cubano en territorio norteamericano.
¿Significa algo para estos y otros cubanos, con o sin apego enfermizo al alambique, enajenados y siempre en busca del último trago, la disputa legal entre las marcas de ron Bacardí y Habana Club?
¿Existe la posibilidad de que todos los cubanos dentro de la isla degusten el Habana Club? ¿Por qué el grueso del ron Habana Club que se produce en Cuba (más de 3 millones 800 mil cajas) se distribuye en 120 países, según registra la comercializadora francesa Pernod Ricard?
Cuando leemos o escuchamos los argumentos castristas sobre el derecho de patentar, en territorio norteamericano, el ron cubano Habana Club, pocos se percatan que tras la pelea “legal” los verdaderos ladrones se “aburrieron” de robar en su patio y desde 1993 quieren operar en otros lares con la complicidad de una empresa foránea.
Si vemos los precios de una botella de ron o licor de fabricación nacional, el más barato representa cuatro días de salario para un obrero. Lo que sugiere el castrismo es ron de esquina, ese que se destila en los márgenes de la pobreza y se bebe en canecas plásticas por 20 ó 25 pesos la botella.
Es poco probable que El Profesor y sus camaradas de alambique tuviesen dinero para comprar las marcas nacionales Legendario, Ronda, Nucay o Cienfuegos. Día a día arriesgan la vida con la ingestión de bebidas caseras o adulteradas.
A partir de enero de 1959, los gobernantes cubanos consiguieron apropiarse de todo cuanto le pareció factible para armar la revolución comunista, sin mirar los años de sacrificio y dedicación de varias generaciones de cubanos.
No es necesario hurgar en una vieja disputa que data de 1994 entre la empresa cubana Cubaexport -representada en el mercado internacional por la francesa Pernod Ricard- y el ron Bacardí que se fabrica en Puerto Rico, todo por ganar la patente de un producto poco asequible para los cubanos en la isla. Más bien pensemos hacia dónde va el monto de la venta de más de un millón de cajas, lote que le corresponde a la participación de Cuba en este jugoso negocio.
Considero que la decisión de la Corte Federal tiene sustento legal, sólo por el hecho de que Cubaexport, Pernod Ricard y el gremio de ladrones que nos desgobierna, le exprimen a los viejos toneles de Bacardí en La Habana más de 100 millones de dólares cada año.
¿El ron Habana Club que se vende en Cuba es tan asequible para el bolsillo como el Bacardí para los cubanos de Miami? La respuesta está en la botella de Habana Club (añejo 7 años) que se comercializa en Cuba al precio de 11.90 pesos convertibles, el salario mensual de Toña, Miguel y el Guayabero.
Es irreversible el índice de alcoholismo en Cuba. El daño es tal que los camaradas de la caneca, además de la ponina, ponen el muerto.
odelinalfonso@yahoo.com
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