Cuba actualidad, Marianao, La Habana, (PD) Héctor Pablo Rodríguez Gómez pudo haber sido un mártir de la Revolución, como sus amigos Gildo Fleites y Guido López o un victorioso sobreviviente como René Rodríguez Santos, porque como ellos, hizo temprana amistad con el Dr. Fidel Castro en La Habana de mediados de siglo.
Acompañó al joven político a una excursión nocturna para obtener fotos de la finca La Chata, del entonces presidente Prío y participó en las primeras lecciones de arme y desarme impartidas por alguien apodado El Coreano, en una azotea de la Universidad. Más de una vez, convidó al político a compartir el almuerzo de Eloisa en Luyanó, su barriada, donde Héctico aseguraba haber puesto letreros de "Abajo el PSP" por órdenes de su amigo, entonces ortodoxo. Hasta ahí sus vínculos. No fue reclutado para tomar parte en el Asalto al Cuartel Moncada.
Héctor partió rumbo a México por su cuenta, enrolándose como tripulante de una goleta que hacía la navegación hasta Yucatán. Allí permaneció varios años, recorriendo todo el país azteca, ganándose el pan con los más variados oficios, desde vendedor ambulante de ropa hasta extra de cine, auspiciado por Cantinflas, quien, a su decir, era un hombre muy generoso, especialmente con los cuates cubanos. De sus muchas anécdotas, referiré dos.
A los pocos meses de estar en México, sacó una discusión con un mexicano en una taberna y se fueron a las manos, confiado el cubano en que la gente no tardaría en apartarlos, como era costumbre aquí en Cuba. Sin embargo, los presentes, en vez de intervenir, formaron un círculo alrededor de los peleadores y comenzaron a disfrutar del espectáculo. Golpes iban y venían, pero nada: él no veía cómo terminar aquello. En un lance, lo empujó contra la pared, el mexicano perdió el equilibrio y se cayó sentado, ocasión que Héctor aprovechó para salir corriendo de la taberna, dando por terminada la pelea.
La otra fue mucho más romántica, aunque terminó peor para él. Joven, descendiente de isleños, trigueño y simpatiquísimo, además de cubano, las mexicanas se le daban con facilidad. Así, entabló relaciones con una señora de provincias, quien alquiló un apartamento en el DF, que les serviría como discreto nido de amor durante sus visitas a la capital. Héctor podía disponer del mismo en su ausencia, así que el cubano no demoró en armar buenas fiestas, con la compañia de sus compatriotas y bellas mejicanitas. Durante una de ellas, apareció inesperadamente la mera dueña y aquello fue el acabóse. Antes de que Héctor intentase calmarla, la Doña le propinó un botellazo en el centro de la cara, del cual le quedó para siempre una herida en forma de 7 en el puente de la nariz.
Por supuesto, tuvo poco o ningún contacto con los futuros expedicionarios del Granma . Al triunfo de la revolución, permaneció en México algún tiempo, hasta que determinó volver a Cuba, en los primeros años de la década del 60. No hizo esfuerzo alguno por contactar con el viejo amigo, ahora encumbrado como Máximo Líder, título este que al español Jorge Semprún siempre le pareció el supremo exponente de la egolatría.
Héctor salió adelante, como en México, adaptando los esquemas de la picaresca al socialismo cubano. Así, fue capaz de venderle libros de Lenin nada menos que a los últimos pequeños propietarios de fabriquitas de dulce guayaba. Se hacía acompañar de un caballero ya mayor, bien vestido, a quien llamaba "acá el Doctor", ambos portadores de maletines. El secreto radicaba en presentarse por primera vez cuando el dueño del chinchal no estuviese presente. Dejaba el recado: "Dígale que dos compañeros estuvimos aquí y que volveremos pronto". Entonces, dejaban transcurrir un par de días, para que el dueño se intrigase y los tomase como los muy temidos interventores. Cuando por fin llegaban, Héctor le floreaba una introducción ambigua –"acá el Doctor no abría su boca: era analfabeto"- que culminaba con el siguiente bocadillo: "Compañero, ahora nuestra Revolución se acerca a Usted para ofrecerle el pan de la cultura" y en ese momento extraía del maletín los ejemplares, que podían ser las Obras Escogidas de Lenin o Paradiso de José Lezama Lima. El dueño respiraba aliviado y les compraba los libros.
El caso es que no pudo volver a salir de Cuba. Cuando el Puente Varadero-Miami presentó, pero los burócratas yankis le recordaron que una vez había entrado ilegal allí y lo rechazaron. Entonces, optó por recuperar uno de los oficios familiares y se hizo plomero A, oficio del que se jubiló a su edad, luego de desempeñarse algunos años como dirigente sindical de base. Ya jubilado, atendió las instalaciones sanitarias de los Carmelitas, en su sede de Infanta y Neptuno.
Este fue mi inolvidable primo hermano Héctor Pablo Rodríguez Gómez, que en su santísima alegría descanse.
Para Cuba actualidad: rhur46@yahoo.com
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