El primero que nos enseñó a pensar

A los trece años de edad, Varela regresó a La Habana, y en 1802, ingresó en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En 1806, luego de haber obtenido el bachillerato en Teología, tomó los hábitos sacerdotales. Su brillantez intelectual se puso de manifiesto cuando, en 1811, obtuvo la Cátedra de Latinidad y Retórica y la de Filosofía en el mencionado Seminario. Ese mismo año se ordenó sacerdote.
A pesar de su formación religiosa, Félix Varela se caracterizó por su oposición al escolasticismo en la enseñanza, la cual renovó al usar el idioma español en sus clases y libros de textos, en vez del latín. Se adhirió a la filosofía ecléctica y favoreció el método de la experimentación en el aprendizaje de las ciencias. Luego de haber sido admitido como socio de número de la Real Sociedad Económica, comienza a publicar sus discursos en diversos medios como “Diario del gobierno”, ”El Observador Habanero” y “Memorias de la Real Sociedad Económica de La Habana”.
En 1822, con sólo 35 años de edad, fue elegido diputado a las Cortes. Ese año presentó una propuesta solicitando el reconocimiento de la independencia de Hispanoamérica y escribió un texto donde expresaba la necesidad de eliminar la esclavitud de los negros en la isla de Cuba. Cuando Fernando VII reimplantó el absolutismo, Varela tuvo que refugiarse en el territorio de Gibraltar. Hallándose allí, supo que había sido condenado a muerte, razón por la cual partió hacia los Estados Unidos, país donde vivió el resto de su vida.
Desde su destierro en la ciudad de Nueva York, publicó el periódico “El Habanero”, el cual enviaba secretamente a Cuba, donde era leído ávidamente por la juventud que comenzaba a ver en la independencia la única salida a los males del país.
Varela fue un ardiente defensor de la fe católica, en un ambiente netamente protestante y hostil. Su labor religiosa le granjeó el reconocimiento de la comunidad católica neoyorkina. Fue, obviamente, un hombre dedicado a la causa de Dios, pero también un pensador revolucionario y un profesor que supo combinar la fe con la ciencia.
Sobre él, escribió José de la Luz y Caballero, en la Gaceta de Puerto Príncipe, el 20 de abril de 1840:”Mientras se piense en Cuba, se pensará con afecto y veneración en el primero que nos enseñó a pensar”. Y ante su tumba, el 6 de agosto de 1892, dijo José Martí: “Aquél patriota entero, que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo…aquí estamos de guardia, velando los huesos del santo cubano, y no le hemos de deshonrar el nombre”.
Juan Pablo II dijo en su Mensaje al Mundo de la Cultura, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 23 de enero de 1998: “Hijo preclaro de esta tierra es el P. Félix Varela y Morales, considerado por muchos como piedra fundacional de la nacionalidad cubana. Él mismo es, en su persona, la mejor síntesis que podemos encontrar entre fe y cultura cubana. Maestro de generaciones de cubanos, enseñó que para asumir responsablemente la existencia lo primero que se debe aprender es el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia”.
Y Benedicto XVI, durante la Homilía en la Santa Misa, celebrada en la Plaza José Martí, el 28 de marzo del 2012, dijo: “Ejemplo preclaro de esta labor fue el insigne sacerdote Félix Varela, educador y maestro, hijo ilustre de esta ciudad de La Habana, que ha pasado a la historia de Cuba como el primero que enseñó a pensar a su pueblo. El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre, ya que esta transformación dependerá de la vida espiritual del hombre, pues “no hay patria sin virtud”.
A pesar de la magnitud e importancia que ha tenido el pensamiento de Varela para la conformación de la nacionalidad cubana, su obra, como la de José Antonio Saco, Francisco de Arango y Parreño, José de la Luz y Caballero, entre otros, continúa sin divulgarse suficientemente en Cuba, y por tanto, resulta desconocida para la mayor parte del pueblo.
Esto quizás se deba a que sus postulados se sustentan en una sólida creencia religiosa, proyectada hacia las más hondas virtudes humanas y el disfrute de la libertad. De ahí sus indudables resonancias subversivas para cualquier clase de absolutismo, sea monárquico como el español del siglo XIX, o totalitarista como el implantado en Cuba desde 1959.
Nota:
Para la redacción de este artículo consulté el Tomo II del Diccionario de la Literatura Cubana; el prólogo de Cartas a Elpidio, Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1997, escrito por Emilia Gallego Alfonso y las notas del Calendario editado por la Iglesia Católica de Cuba en este 2013, Año de la Fe.
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