Se están viendo horrores

Es algo demasiado escandaloso como para que no llame la atención de cualquiera que tenga ojos en la cara y cabeza sobre los hombros. Sin embargo, ni los medios de información, ni los gobiernos, ni las muy civilizadas instituciones internacionales, como la ONU y otras hierbas, parecen haberlo notado. Quizá porque concentraron su interés en la probabilidad, incierta pero esperanzadora, del fin de una guerra que desangra a Colombia desde hace tanto tiempo.
Otra explicación sería que las instituciones y los tanques pensantes del mundo hayan concluido que como el régimen cubano fue el organizador y sustentador de las FARC (entre otras minucias de leso salvajismo), pues, resulta justo que ahora se ocupe de allanar el camino para su posible desmovilización. Es una conclusión atinada que, no obstante, no tendría por qué ser incompatible con el aireo de las cruentas arbitrariedades que padecemos en Cuba, país igualmente desangrado durante décadas por otra (que es casi la misma) banda de forajidos.
Por lo demás, no hace falta ser ni medianamente imaginativo para vislumbrar un proyecto cómplice entre las pandillas de la FARC, el régimen cubano y los socialistas del siglo XXI, quienes seguramente sueñan con una nueva etapa en la que la narcoguerrilla, desmovilizada e integrada a la vida política, intente alcanzar el poder mediante las urnas, con lo cual –siempre según el sueño de esta piara-, Colombia podría quedar incorporada al Alba como paso significativo hacia la formación de la unión de repúblicas soviético-bolivarianas de América Latina.
Se verán horrores, suelen profetizar esos Testigos de Jehová que tocan constantemente a la puerta de las casas habaneras para incordiarnos con sus muelas, amables pero inoportunas. Son infelices trasnochados que anuncian para el futuro los horrores que ellos mismos han padecido ya en las últimas décadas bajo la represión del régimen. Y no sólo ellos, sino todos los cubanos. Y ahora, para colmo, debemos incluir entre tales horrores la actitud fría, indolente, con que el mundo civilizado apoya e incluso aplaude el cambio de look de nuestro cacicazgo, desde una dictadura caudillista, propagadora de la violencia como única política hasta mucho más allá de sus fronteras, a otra dictadura que se empolva la cara, hundida hasta la cintura en el fango de la corrupción, pero con patente de corso (internacional) para impartir moral en calzoncillos.
Hace pocos días, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), declaraba, desde La Habana, que América Latina tiene mucho que aprender de Cuba. No menos trasnochada que los Testigos de Jehová, esta señora, Alicia Bárcena, enunciaba como asunto de futuro algo que ya debió haber ocurrido desde hace tiempo. Pues, a estas alturas, Latinoamérica pudo haber aprendido ya en el mal ejemplo de Cuba lo mucho que debiera hacer para distanciarse de las dictaduras caudillistas que tanto retraso le han ocasionado.
Pero es obvio que no lo aprendió. Y más temprano que tarde veremos el alto precio que pagará por ello, gracias, en gran medida a la CEPAL y a diversas instancias de la ONU, así como a numerosas instituciones y figuras de renombre internacional, premios Nobel, artistas de Hollywood, eminencias científicas, gobiernos, intelectuales, en fin, gente que vive bien y a quienes en el fondo les importan un pepino los desheredados latinoamericanos. Así que se pueden gastar el lujo de promocionar como patrón a la dictadura cubana y después acostarse a dormir tranquilamente, disfrutando del frívolo papel de ser jueces y parte en el adelanto de los horrores que según dicen profetizó la Biblia.
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