La Habana y Miami: muy cerca y muy lejos
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -El pasado domingo, tras una estancia de varias semanas en la ciudad de Miami, viajé de regreso a Cuba. Son muchos los amigos que me han pedido que comparta con ellos mis impresiones sobre el viaje. Lo he hecho con gusto, pero creo que es correcto que también las dé a conocer a un círculo más amplio de lectores. Comenzaré por ello con este artículo.
Si tuviera que caracterizar a la metrópoli sudfloridana en una sola palabra, diría: pujanza. Para alguien como yo, acostumbrado a mirar los viejos edificios habaneros, que desde la implantación del comunismo parecen haber sido atacados por una lepra implacable que los corroe y deforma, la contemplación de las construcciones miamenses, nuevas o en perfecto estado de conservación y mantenimiento, resulta anonadante.
Recorrí en automóvil —que es allí el medio de transporte apropiado— cientos de kilómetros por toda la ciudad y otros parajes del Sur de la Florida. En todo ese tiempo pude contar con los dedos de una mano las casas que llamaron mi atención por presentar cierto grado de deterioro. Y esto en términos relativos, porque esos mismos inmuebles, ubicados en La Habana, parecerían normales y aun bien cuidados.
Algo similar puedo decir del parque automotor. Salvo algunos pocos clásicos (lo mismo que nuestros “almendrones”, sólo que en impecable estado), el resto de los vehículos son modernos; no resultan inusuales los carros deportivos de las más acreditadas marcas europeas. Entre las decenas de miles de automóviles que vi en calles y avenidas, sólo conté tres que tuvieran un desperfecto evidente.
Alguno pudiera pensar que esos contrastes son normales, habida cuenta de que estoy hablando del país más desarrollado del mundo. Yo, sin embargo, tomo tales afirmaciones con un grano de sal. No hay que olvidar cuál era la situación en enero de 1959, cuando, al decir del poeta palaciego, “llegó el Comandante y mandó a parar”.
Las estadísticas demuestran que, en aquella lejana época, Cuba ocupaba el primer lugar en la América Latina por el número de vehículos motorizados con respecto a la población. También por entonces era Miami una ciudad pequeña de características provincianas, incapaz de resistir ser comparada con La Habana.
En Cuba, a fines de los cincuenta ya se habían erigido algunos edificios de gran altura y belleza en el nuevo centro de la capital, por la zona de La Rampa. Parar en seco ese admirable proceso fue uno de los “logros” de la Revolución. En la metrópoli sudfloridana, sin embargo, la erección de rascacielos ha continuado de manera sistemática. Como resultado de todo esto, es hoy La Habana la que no resiste una comparación con Miami.
Lo más interesante de ese desarrollo ha sido el papel preponderante que ha correspondido en él a nuestros compatriotas. Desde la trepa de los castristas al poder, la salida de cubanos con rumbo norte constituyó una sangría indetenible. Cuba, país de inmigrantes, se convirtió en uno de emigrantes. En el Sur de la Florida, las cosas han llegado al extremo de que, al encontrarse con un desconocido, lo mejor que puede hacer un hispanoparlante es dirigirse a él en castellano.
A la luz de todas esas realidades, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Cuál habría sido el desarrollo de Cuba si el nuevo régimen no hubiese propiciado esa incesante hemorragia humana? ¿Si no hubiera prescindido alegremente de los líderes empresariales y de otros compatriotas emprendedores, por el solo hecho de no plegarse a la “dictadura del proletariado”, el “ateísmo científico” y el “materialismo histórico”?
¿Cuál sería la situación hoy si todo el gigantesco esfuerzo que esos compatriotas consagraron al desarrollo de esa parte de los Estados Unidos lo hubieran dedicado a mantener e impulsar el progreso de La Habana y otras ciudades cubanas?
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