martes, 27 de agosto de 2013

La venganza de Rebeca


La venganza de Rebeca

 | Por Tania Díaz Castro
playa-la-puntilla-santa-fe
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LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Rebeca es nacida y criada en Santa Fe, pueblo costero situado al oeste de La Habana. De piel tostada por el sol caribeño y por el mestizaje, me contó su vida, y no pude dejar de recordar aquella novela que leí hace tanto, escrita por la inglesa Daphne du Maurier, y titulada Rebeca.
Esta Rebeca criolla también es de armas tomar. Un día se miró en un espejito que guardaba en la celda donde la tenían presa, se vio mil veces más bella que la misma Blanca Nieves del cuento, y juró a sí misma que vencería, porque el destino, el suyo, lo iba a dirigir ella contra viento y marea, y que hasta se vengaría de quienes le hicieron tanto daño, siendo muy joven.
No había nacido para prostituta. Provenía de unos padres ejemplares, muy unidos en matrimonio. Y la educación de Rebeca, tanto en la escuela como en su hogar, había sido la mejor. Pero vivía en Cuba, donde todo se hace muy difícil. Desde conseguir un buen cepillo de dientes, hasta un vestido para una fiesta.
“Yo quería vivir, conocer la vida de verdad –confiesa con ojillos pícaros y más verdes que el mar de Santa Fe-, quería tener cosas bonitas, comprarles a mis padres lo que necesitaran, visitar lugares agradables, conversar con hombres inteligentes, cultos, que no me miraran tontamente como un objeto sexual, como me ocurría con los chicos de mi edad”.
Una noche, conoció a Peter: “El sueco más lindo que ha nacido. Quince años mayor que yo, pero todo un Adonis. Respetuoso,  gentil, comprensivo… De entrada, le dije que le confesaría algo muy importante. Él se puso muy serio y me preguntó: ¿Estás enferma? Para nada, respondí. Y entonces le conté que había sido jinetera y había tenido varias relaciones con extranjeros. Mi confesión resultó beneficiosa. Le gustó mi sinceridad. Luego me dijo: ¿Ramera? Le respondí que sí, casi avergonzada, y soltó una carcajada que jamás la he podido olvidar”.
La verdad, según me aclara Rebeca, es que le había mentido a Peter: “Él fue mi primer extranjero –precisa-. Una semana antes, un gallego, sólo por comprarme un par de zapatos, casi me obliga a ir a la cama con él. En un descuido, cuando fue al baño, me le escapé hasta con los zapatos nuevos puestos”.
Pero con el sueco el asunto fue diferente, porque éste sí le gustaba: “Con él descubrí que los hombres podían tener un olor muy agradable, a perfume bueno, contemplaba sus uñas arregladas, muy limpias, su ropa de buena calidad, y, sobre todo, su buen gusto al escoger los platos en los restaurantes y los regalos que me hizo”.
El final feliz de esta historia de amor era previsible. Rebeca atrapó el corazón de Peter: “Nos casamos hasta por la iglesia –cuenta-, me fui a vivir con él a Oslo, donde fuimos muy felices y cada año venimos a pasar el invierno en una preciosa casa que me compró aquí, en Santa Fe, a dos cuadras de mis padres, donde tengo lo necesario para ser feliz”.
¿Y por qué entonces la venganza?, le pregunté. “Estuve dos años presa, acusada de jinetera por el jefe del sector de la policía del municipio Playa. El 23 de junio del 2001, el mismo día que a Fidel Castro le dio el primer patatús en el barrio habanero del Cotorro, me llevaron a la cárcel. Yo tenía 19 años y, como te dije, sólo había conocido al gallego aquel. Eso bastó para sufrir los horrores de la prisión cubana, que recuerdo como una pesadilla interminable”.
Un día, en la Prisión Manto Negro, una mujer militar dijo, sólo por ofender a Rebeca, que Fidel Castro no quería putas en su país: “Esas palabras no las olvido –me asegura-. Tampoco olvidé a esa mujer. He vuelto a encontrármela recientemente en la calle, muy mal vestida, hecha talco. Y me bastó con mirarla de los pies a la cabeza, para que comprendiera que con esa simple mirada me estaba vengando de ella”.

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