martes, 10 de septiembre de 2013

Agosto el mes más cruel


Ramón Díaz Marzo
Cuba actualidad, Habana Vieja, La Habana, (PD) "No hay mal que por bien no venga", dice el refrán. Y es paradójico pues de los momentos difíciles es que surgen los nuevos caminos, las nuevas aristas del diamante de la existencia, el que no se debe dejar de pulir.
Siempre ha sido bueno tener un lugar a donde ir, especialmente en los tiempos de crisis. Y especialmente si uno vive en un solar.
¿Qué es un solar? El lector extranjero pensará que es un solaris, un lugar donde las personas toman el sol de la mañana y el sol de la tarde. Pero en Cuba, los solares, antes del triunfo de la revolución de 1959, eran áreas de habitaciones separadas entre sí por delgadas paredes de tabla y donde los vecinos del lugar sólo disponían de un baño colectivo y un lugar también colectivo para lavar la ropa. Fueron y siguen siendo todavía barracones modernos.
Ahora con la incomprensible desidia de los Brothers de Birán en relación a la ausencia de construcción de nuevas viviendas, edificios altos en ciudad de la Habana, todos los viejos inmuebles a punto del derrumbe o en la cola para desaparecer, se han convertido en barracones en Centro Habana y la Habana Vieja.
El pasado mes de agosto, algunos de mis vecinos cargados de hijos, otros sin dinero para llevar a sus hijos a lugares de esparcimiento infantil, y otros sin cultura para llevar a sus hijos a los museos, soltaron a su prole en el mismísimo pasillo donde tengo mis dos habitaciones para que patinaran, efectuaran torneos de campo y pista, y jugaran a policías y ladrones. El ruido provocado por estos juegos se tornó infernal para mí; no sólo para escribir, sino para estar tranquilamente en mi casa haciendo otras cosas.
Pensé que me encontraba en un callejón sin salida, en un laberinto sin salida. Pero todo está sujeto a cambios repentinos.
Salí a caminar, "por esas calles" de la Habana Vieja y repentinamente recordé qué me había ocurrido en el año 2007: escribí un libro sentado en los parques.
Así que al siguiente día salí con mi resma de papel sujetada por un aguantapapel y me senté en el parque de mi preferencia a escribir esta crónica.
Todo me llegó al dedillo pues una prima hermana me envió desde España medicamentos imposibles de encontrar en Cuba, especialmente el que te quita el dolor en las rodillas, con la indicación expresa (de mi prima) que tenía que salir de mis dos habitaciones y caminar durante una hora sin parar. Y ciertamente así lo hice, porque sin percatarme, la soledad me podría literalmente dentro de mis dos habitaciones, y no lo comprendía.
De manera que estos niños con su ruido y los vecinos con su música a todo volumen, me hicieron un favor: me obligaron a salir de una cueva donde no tenía con quien conversar, aunque se trate de boberías.
Y las boberías –que te hacen humano- las encontré en el Parque de Armas donde algunos amigos venden libros viejos.
Así que el mes de agosto, entre el parque de mi preferencia y donde se venden libros viejos, alcancé la salvación y el conocimiento de que no se puede estar tantos días solo dentro de una casa sin hablar con nadie.
Mis días de anacoreta han terminado. Además, descubrí que la manecilla de mi reloj biológico giraba erráticamente y mi salud mermaba.
Ahora me levanto y durante todo el día tengo un horario programado. El ser humano no puede vivir sin las leyes de los hábitos establecidos, porque los hábitos le dan un sentido biológico y filosófico a la vida.
Agosto habrá sido el mes más cruel pero me ofreció descubrimientos y opciones de las cuales me había olvidado.
La ignorancia y la maldad disfrazada de inocencia no pudieron derrotarme. Siempre hay una puerta de salida ante todas las contingencias. Lo que hay es que tener la mente abierta y dejarse guiar por el sentido común.
Continuaré escribiendo aunque estallen las más terribles tormentas y tormentos. Nadie puede detenerme porque Dios está conmigo.
Para Cuba actualidad: ramon597@correodecuba.cu

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