miércoles, 11 de septiembre de 2013

Más sobre la dualidad monetaria


Más sobre la dualidad monetaria

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Sin independencia institucional ni resultados macroeconómicos satisfactorios, ¿puede el castrismo eliminar la doble moneda?
Hace algunos ideas en estas mismas páginas exponía argumentos para tratar de situar el debate sobre la dualidad monetaria que existe en Cuba y sus consecuencias. En este trabajo, me propongo reflexionar sobre algunos de los efectos que cabe esperar de la unificación de las monedas.
Supongamos que finalmente, las autoridades del régimen avanzan con la supresión de la dualidad CUC y peso cubano. Y lo hacen por medio de un cambio intermedio que empobrece a los tenedores de CUC (porque reduce la actual relación) y obliga a los que solo tienen acceso a moneda nacional a pagar precios elevados por los productos, pero sin alcanzar los niveles que existen actualmente.
En el corto plazo, los primeros se verán más pobres, con la misma cantidad de CUC, mientras los segundos tendrían acceso a bienes y servicios que percibirían como más baratos al aplicarse un cambio menor. Los primeros tendrían incentivos para cambiar rápido sus tenencias en CUC, antes que se aplicase en cambio más desfavorable. Los segundos apreciarían una ganancia de poder adquisitivo con sus pesos cubanos.
Sin embargo, antes de todo ello, lo primero que tendrá que tener en cuenta el régimen es que el cambio peso cubano con el dólar, principal divisa de circulación en la Isla, o con el euro, por ejemplo, será de obligado mantenimiento para generar estabilidad y confianza interna. Ya no habrá una moneda colchón entre las divisas y el peso cubano, sino que éste tendrá que medirse con las monedas de los distintos países. ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Los que tienen alguna memoria, saben que el cambio del dólar con el peso cubano fue un quebradero de cabeza para el régimen durante el "período especial". Una cosa era el "cambio oficial", el que se establecía por las autoridades en los establecimientos CADECA y en las transacciones oficiales, y otro el "cambio real", el que regulaba en las calles la mayoría de transacciones en el ámbito de la economía informal. Evidentemente, el primero buscaba una paridad imposible, mientras que el segundo exigía una gran cantidad de pesos, y cada vez en aumento, para conseguir un dólar.
El desprecio social hacia la moneda nacional cubana y su escasa capacidad de compra venía motivado por la inyección monetaria del régimen para financiar los déficits desproporcionados del "período especial". El derrumbe socialista dejó al castrismo sin fuentes de financiación soviéticas, sin acceso a los mercados financieros internacionales. El desorbitado gasto estatal de una economía de base estalinista e improductiva se tenía que financiar con la emisión de moneda nacional.
Como consecuencia de ello, en poco tiempo, el peso cubano carecía de valor como medio de transacción, como depósito de valor e incluso, como unidad de cuenta. Es decir, perdió de sopetón el sentido y significado que tienen las monedas de uso común. El dólar empezó a circular por la Isla como moneda fundamental para las transacciones. Las autoridades tuvieron que resignarse, y echar balones fuera al argumento del embargo o del bloqueo.
¿Cabe pensar en que una vez producida la unificación CUC y peso la moneda nacional podría volver a atravesar una situación similar?
Hay varias razones para pensar que puede ocurrir.
Primero, la existencia de un elevado déficit público estructural en la economía estatal de planificación central es un grave desequilibrio que actúa negativamente sobre la solvencia de la moneda. Antes de avanzar cualquier proceso de unificación, ese desajuste entre gastos e ingresos estatales debería estar corregido, ya que la economía castrista, marginada por su impago del préstamo del Club de París, no tiene acceso a la financiación internacional. El déficit, actualmente en un 4% del PIB, seguirá siendo monetizado por la emisión de moneda desde un Banco central que carece de autonomía del poder político y no puede realizar una política monetaria autónoma, independiente y creíble. El crecimiento de la cantidad de dinero en circulación seguirá siendo elevado, y ello producirá tensiones en el cambio con las divisas principales. La gente puede perder confianza en el peso como ocurrió hace una década durante el "período especial". La historia siguiente es bien conocida.
Segundo. Ese temor a las consecuencias de los desequilibrios internos en la nueva moneda unificada puede llevar al régimen a confiar en un tipo de cambio fijo para regular las relaciones con el exterior. La atadura podría establecerse con el euro (grave error) o con el dólar, o con la moneda que se desee. Políticamente hablando, hasta con el bolívar venezolano, emulando una especie de segundo ALBA cuyas consecuencias podrían ser desastrosas para la economía castrista, ya que atarse a Venezuela en las condiciones actuales tiene mucho de suicidio económico. En cualquier caso, un tipo de cambio fijo tiene unos costes políticos internos que el régimen de los Castro difícilmente aceptará (como la responsabilidad monetaria o el control de los gastos ineficientes y la pérdida de los instrumentos de autonomía política) además de las intervenciones de un Banco central comprando y vendiendo la moneda extranjera para cumplir con los objetivos de estabilidad, lo que parece inviable en las actuales condiciones.
Por ello, supongamos que las autoridades aceptan un tipo de cambio flexible, ajustable en función de las condiciones internas y externas. Es dudable. Supondría dejar sin efecto los programas de política económica al uso y confiar todo el futuro de la economía a su competitividad externa, que es más bien cuestionable por los bajos niveles de productividad y de innovación tecnológica. Un tipo de cambio flexible sería, en las condiciones actuales, una grave irresponsabilidad que podría empobrecer notablemente a la economía a medio plazo. Es difícil que esta opción pase si quiera por las prioridades de las autoridades del régimen. Confiar el futuro de la economía al mercado internacional sería la derrota definitiva de la "actualización del socialismo".
Tercero, el ahondamiento de las desigualdades sociales. La moneda única no será un instrumento que frene la distancia entre los cubanos que tienen acceso a las divisas y los que no. Por mucho que se empeñen en señalar que estas diferencias no se cuestionan en la sociedad, es difícil de creer. La dependencia de la canasta normada es cada vez menor, y el auge de los cuentapropistas y los comercios en divisas permite a los cubanos que tienen acceso a la moneda fuerte adquirir bienes y servicios que son imposibles para quienes ganan sueldos medios de 21 dólares mensuales. Pensemos en los pensionistas, por ejemplo.
Conclusión. Difícil lo tienen las autoridades para afrontar el reto de la unificación monetaria si se detienen a reflexionar sobre lo que puede venir.
Todo ello nos devuelve al origen del problema. En la economía castrista no se dan las condiciones institucionales necesarias ni los requisitos macroeconómicos adecuados para afrontar un proceso de unión de dos monedas que, hasta la fecha, han venido funcionando durante casi una década por separado. Una casa, simplemente, no se puede construir empezando por el tejado, requiere primero unas bases sólidas.

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