Régimen comunista quiere administrar un tractor de 1948
PUERTO PADRE, Cuba, agosto 30._ “Ustedes lo que dan es vergüenza”, dijo mi padre al inspector Wilfredo Aguilera del Toro, alías El Indio, cuando el pasado 4 de abril, enviado por la delegación municipal de la agricultura, vino a cumplir con la cuota de acoso; la correspondiente a ese mes, ejercida por el régimen como represalia por lo que escribo.
Como decía, esa vez utilizaban a mi viejo para acosarme. La amenaza todavía pende sobre nosotros. Mediante Acta de Advertencia, hacían conocer a mi anciano padre, de 87 años, “que tiene tres meses para poner el tractor en perfecto estado”.
¿¡En Cuba poner un tractor Ford de 1948 en “perfecto estado técnico” sin incurrir en delito de receptación…!?
Sólo un ejemplo: ¿Dónde comprar neumáticos traseros 12,4/11-28 y delanteros 6.50/16?
A precios prohibitivos, en divisas, a unos 120 CUC cada uno, quizás los delanteros pudieran adquirirse en los comercios estatales o de manos de un particular honrado.
Pero… ¿y los traseros? Sólo muy escasos equipos estatales usan neumáticos con esas dimensiones. Raros son hoy en Cuba los tractores Ford o Fergusson con sus ruedas originales; como muchos de los vehículos de antes de 1959, la mayoría de esos tractores van con neumáticos sustraídos, desde a carretas para el transporte de cañas hasta a las máquinas de regadío.
En Cuba, como admitiera el mismísimo general Raúl Castro, el robo al Estado es práctica diaria y nadie, ni fiscales ni policías, prestan atención. Por otra parte, si en Cuba fueran a ejercer acción penal contra los receptadores de neumáticos robados, sencillamente paralizaban todo: labores agrícolas y el transporte de pasajeros en la Isla. Pero otra cosa sucede cuando el receptador es considerado un opositor político, a quienes con el menor pretexto, el régimen procura enviarlos a la cárcel o segregarlos hasta de las actividades menos imaginables de la sociedad. Pensando en esto, pregunté al viejo:
-¿Por qué dices que esta gente lo que dan es vergüenza?
Me miró durante unos segundos, con esa mirada que él sólo tiene, en la que observé reflejada toda mi vida, antes de decir:
-¡Cómo no van a dar vergüenza, chico! Esta gente primero destruyó todo lo que los cubanos y los americanos construimos en este país y como si les pareciera poco, también acabaron con todo lo que los rusos les regalaron, y ahora, dándoselas de buenos administradores, vienen a exigirnos por lo que ellos mismos destruyeron. ¿Dónde, dónde se pueden comprar piezas de repuesto y cómo conseguir crédito para recomponer todo lo que esta gente desbarató?
Desde que tuve uso de razón, veía a mi padre de un lado a otro en su Jeep Willys, entre campos y potreros, vacadas y tractores, conduciéndolos él mismo cuando era preciso.
Mi padre poseía tierras propias, pero viendo en él cualidades de organizador y una capacidad de trabajo inagotable para hacer las más dispares cosas al mismo tiempo, alguien que, poseyendo dos vastas y muy prósperas colonias cañeras no contaba con un hombre como él, lo “robó” a mi abuelo.
De tal suerte, muy joven, mi padre se convirtió en el brazo derecho del viejo Manuel Vázquez-Aldana de la Torriente, alguien que a partir de un simple negocio de jardinería, había levantado un emporio cañero.
Revolviendo entre sus cosas, Papá sacó un manojo de papeles amarillentos y, dándome una de aquellas hojas preguntó:
-¿Tú crees que esto es posible hacerlo hoy? ¿Por qué una persona no puede comprar lo que quiera y dónde le venga en ganas si tiene con qué pagarlo?
El papel estaba fechado en noviembre 1 de 1949. Bajo el emblema representado por un arado podía leerse: J. Z. Horter Co. Implementos agrícolas. Y abajo la dirección: Obispo y Oficios, Habana, Cuba.
La carta estaba dirigida al Sr. Manuel V. Aldana, apartado No. 78, Puerto Padre, y decía: “Muy señor nuestro: tenemos mucho gusto en comunicar a usted que ya hemos recibido noticias de la fábrica de que se están embarcando partidas de tractores CATERPILLAR modelo D2 de los que le hemos ofrecido recientemente.”.
Y añadía el tesorero de Horter Co., el señor J. C. Harvard: “Hemos dado orden a la fábrica para que el tractor sea embarcado directamente a Puerto Padre desde los Estados Unidos, a los efectos de ahorrarle los gastos de flete, conducciones, despacho y seguro, sin alterar el precio que dicho tractor tiene en nuestros almacenes aquí en la capital.”.
Cuando terminé de leer, mi padre se quedó mirándome, antes de exclamar:
-¡Tú te imaginas!… ¡Ya desde los años cuarenta aquí en Puerto Padre recibíamos los tractores directamente desde los Estados Unidos!
Pero no se trataba de que mi padre respirara por la herida: según datos de 1959 de la Fábrica Nacional de Implementos Agrícolas, sólo de la marca Fergusson, entre 1950 y 1958 esa empresa había distribuido más de cinco mil tractores en Cuba.
Quizá como todo un símbolo para la posteridad, el 30 de marzo de 1959, Juan Pazos, delegado de los vendedores de la Fábrica Crusellas, industria jabonera que honraba a Cuba, a nombre de aquellos, entregaba al entonces comandante Raúl Castro las llaves de un tractor “para la Reforma Agraria”.
Me preguntó ¿dónde estará el tractor que los vendedores de Crusellas entregaron al General?
El 26 de julio de 2007, decía el General en Camaguey: “Estamos ante el imperativo de hacer producir más la tierra que está ahí, con tractores o con bueyes, como se hizo antes de existir el tractor.”.
Después de existir el tractor, son tantos los que entraron a Cuba, y tantos los tractores que el gobierno del Dr. Castro Ruz y de su hermano, el General, tuvieron en sus manos, que, sin ánimo de ofender a nadie, creo una vergüenza sugerir en pleno siglo XXI cambiar los tractores por bueyes. Todavía resulta más vergonzoso para un gobierno pretender administrar un tractor de 1948 en manos de un anciano de 87 años, cuando ese mismo gobierno dilapidó toda la maquinaria de la nación.
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