martes, 2 de septiembre de 2014

Del cacicazgo político al delirio por el dinero

Se trata del clásico vividor de provincias que sabe que lo principal es aparentar una fidelidad absoluta al poder

Foto de archivo
Foto de archivo
GUANTÁNAMO, Cuba -Cuando se escriba de verdad la historia de Cuba posterior a 1959, seguramente saldrán a la luz muchas verdades. Uno de los aspectos más reveladores corresponderá indudablemente a la historia de las provincias del país, aunque los historiadores enfrentarán un obstáculo extraordinario pues las historias locales han quedado sin asidero, sujetas únicamente a la memoria de los ciudadanos y ya sabemos cuán frágil es la mente humana, sobre todo cuando no se alimenta bien y permanece acosada por el Alzheimer.
Una de las causas que ha provocado la ausencia de datos objetivos se debe a la inexistencia de un periodismo que refleje fielmente la cotidianidad nacional, mucho menos la local. Ciudades del interior del país que siempre tuvieron importancia en la vida nacional y que en el período republicano contaban hasta con diez periódicos, se vieron desprovistas de un plumazo de estos medios de comunicación y algunas hasta sin emisoras de radio hasta bien entrada la década de los años ochenta del pasado siglo. Esta supresión de los medios de prensa fue una jugada muy bien pensada por el régimen de Fidel Castro, pues limitó de forma extrema la circulación de noticias e ideas, así como la participación ciudadana en asuntos de la comunidad, algo que siempre ha contado con el beneplácito de los gobiernos totalitarios.
De esa presencia en una prensa dinámica, plural y verdaderamente objetiva dada su multiplicidad de visiones, que existía antes de 1959, muchas ciudades del interior pasaron a verse reflejadas de vez en vez por el órgano oficial del comité provincial del partido único de su provincia, caracterizados todos por la ausencia de crítica a sus dirigentes y por el ejercicio de un periodismo triunfalista y consignero. Esto favoreció extraordinariamente a los cacicazgos provinciales, un fenómeno de las localidades del interior del país consistente en la permanencia en las zonas de poder de un grupo de personas que hizo-y todavía hace-un daño extraordinario a nuestra sociedad.
El cacique es el clásico vividor que sabe que lo principal es aparentar una fidelidad absoluta al poder. Conoce que las malversaciones y los errores cometidos al realizar la gestión encomendada pueden perdonarse, pero que la falta de fidelidad al partido y al líder jamás recibirán igual tratamiento. De ahí la ira popular provocada por las fugas de quienes hasta el día antes de la partida -o de la quedada- hacían furibundas demostraciones de apego al gobierno.
Otra de sus características es su capacidad mutante: lo mismo dirige un combinado cárnico que una empresa de comercio, un tribunal que una siderúrgica, una empresa ganadera que la dirección provincial de cultura. Los caciques se destacan por su alta flotabilidad: tipos de corcho, los llama el pueblo. No importa cuántos errores-y horrores- cometan, pues siempre saldrán bien parados. Ellos son “cuadros” y se ofenden cuando se les dice que han llegado al límite de sus posibilidades y deben ocupar una plaza de menor relevancia, o cuando se les critica públicamente o se les dicen de frente cuatro verdades.
Uno de los momentos más dramáticos en la vida de estos vividores es el llamado “acto de la perreta del cacique”, que ocurre cuando sienten amenazada su jerarquía. Entonces envían sus reclamaciones con su pedigrí revolucionario a La Habana y lanzan sus diatribas contra los comprovincianos que los sacaron de las mieles del poder, parodiando la frase del gran “libador”.
La característica más nefasta de los caciques provinciales se manifiesta cuando tienen que cerrar filas ante quien se atreve a cuestionar sus procederes. En ese momento olvidan las diferencias que puedan existir entre los miembros del clan y aniquilan despiadadamente a quien hizo uso de la reclamación o la crítica, sea bien o mal intencionado o el más fiel de los adictos a los líderes del castrismo.
Últimamente estos personajes tienden a estimular los matrimonios entre sus hijos. Y hasta hay caciquitos que asombran por el meteórico ascenso de sus carreras y otros que realizan reiterados viajes al extranjero con la esperanza de implantar en las provincias el cacicazgo del dinero.
Tengo la esperanza de que llegará un día en que toda esta morralla estará como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando.

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