lunes, 20 de octubre de 2014

DRAMA DE LOS REFUGIADOS

Infobae en la frontera turco-siria: el drama de los refugiados que escapan de ISIS y Al-Assad

Laureano Pérez Izquierdo, desde Turquía
El drama humanitario se respira en Kilis, la ciudad fronteriza turca que aloja a más de un cuarto de millón de sirios. Cómo es morir y sobrevivir en la zona más caliente del planeta
Ahmed tiene 12 años y desde hace poco más de dos ve cómo sus hermanos mueren en la guerra. Con la mirada atenta y en silencio se le detiene el corazón cada vez que ve salir a Mousab camino a AleppoSiria, desde el refugio que encontraron en Turquía. Pero no dice nada. Es su imaginación la que vuela: ve a su hermano con un rifle Kalashnikov colgando del hombro en medio del infierno. Aunque es muy chico, sospecha que es probable que uno de estos días no vuelva a verlo.
Hace dos años su padre, Mohammed Ahmed Kassar, decidió refugiar a toda su familia en la ciudad turca de Kilisa pocos kilómetros de la guerra interna que desangra a Siria. Ya había visto cómo los bombardeos y las armas de última generación del régimen de Bashar Al-Assadhabían puesto fin a sus dos hijos mayores. "Mis dos hijos son mártires, por mi patria hice ese sacrificio". 
Mohammed se quiebra. Llora en silencio. Tapa su rostro con sus curtidas manos. De fondo se escucha el adhan canto del almuédano que se emite desde la mezquita principal de la ciudad. Es el llamado islámico a rezar.
El pequeño Ahmed con sus hermanas gemelas, en su casa de Kilis.
Este hombre de 50 y que sólo habla árabe no quiere saber nada con volver a Aleppo, su ciudad. Hasta hace dos años era camionero en Dubai. Con la familia lejos, cada mes enviaba dinero para que tuvieran una educación y la comida suficiente para vivir. Hasta que un llamado lo hizo volver. La casa de su yerno había sido destruida por el régimen de Al-Assad y comenzaba una cruenta guerra en las calles, entre vecinos. 
Al regresar supo que su hijo mayor había sido herido de gravedad durante un bombardeo: murió a los pocos días. Logró mudarlos a un pueblo cercano. Pero al mismo tiempo otro de sus hijos se enrolaba en el Ejército Libre Sirio. Mismo destino, en el mortal frente. Era hora de abandonar Siria. Kilis, a pocos kilómetros de la próxima Turquía, sería su destino.
Mousab hace pocos meses decidió unirse a la resistencia, tal como sus difuntos hermanos. Fue designado "vigilante", la tercera línea de combate. Sin embargo, falta poco para que llegue al frente de batalla. Sus amigos y vecinos caen a diario. Y las fuerzas, los combatientes y las armas no son interminables. Su padre lo sabe e intenta convencerlo para que no emprenda el inexorable regreso. 
Cada diez días su hijo los visita y pasa dos de descanso con ellos. Ahora está en casa. O en el refugio turco que ellos llaman "casa". Se baña, come y duerme. También piensa sobre su futuro y enumera en silencio los combatientes de su edad que no pudieron evadir el fuego enemigo. La discusión con su padre sobre qué hacer es constante y desgarradora. Pero va a volver. Ya es hora de volver.
Mousab habla calmo. Tranquilo. Hasta tímidamente. Quizás sea la inconsciencia de su edad o la fiereza de su pueblo. O la paz interior producto de su fe.
Mousab Kassar, miembro del Ejército Libre de Siria, en casa de sus padres, durante un descanso.
"Tengo miedo de morir, pero sé que regreso allá a morir", dice Mousab Infobae. Cree que podría ser considerado un mártir más -como sus hermanos- y reconoce que la religión lo inspira y contiene. "El islam me afectó de forma positiva en esta guerra. Antes no era practicante, y ahora me di cuenta del valor de la religión. Antes no sentía nada, y ahora le doy valor a Alá". Alá es la esperanza y lo que le da sentido a su lucha y a la de los demás soldados adolescentes que mueren a diario a su lado.
Mousab sigue: "La solidaridad entre nosotros es grande. Pero Al-Assad está mejor armado", reconoce. Se esperanza y sueña: "Con fuerzas aéreas pronto podríamos atacar a Al-Assad y tener el control sobre todo el país". A esa conclusión llega, seguramente, después de largas noches de vigilia, en conversaciones con compañeros para mantenerse alerta y no caer vencidos por el cansancio. "Si sólo pudiéramos tener fuerzas aéreas", se ilusiona el novel guerrero. 
Sus días en una Aleppo bombardeada no son lo que solían ser cuando jugaba en sus calles, inocente y pensando otro futuro. "No tenemos baños, nos aseamos donde podemos y cuando podemos". Tampoco la logística del Ejército Libre sostiene las necesidades básicas. Comen lo que elaboran con sus propias manos: "Cocinamos pan en hornos con la harina que llevamos desde acá". Sólo pan y poco más durante los días de combate hasta regresar a casa.
Su padre interrumpe. Quiere que sus hijos más pequeños crezcan en Siria pero sabe que es imposible por el momento y no sabe cuándo la situación podrá cambiar. "No, no. No quiero volver más a Aleppo", afirma rodeado por sus pequeñas gemelas de tres años, que no saben bien porque hay tanta gente en su pequeña casa. Sonríen, abrazan y juegan con su hermano Mousab a quien ven cada tanto. 
"¡LOS DOS SON IGUALES! ¡AL-ASSAD Y EL ESTADO ISLÁMICO!"
Tras abandonar SiriaMohammed y su familia vivieron en el campo de refugiados de Kilis o "instalaciones de Alojamiento", como la llaman eufemísticamente al centro humanitario donde sobrevivien más de 250 mil sirios. Al tiempo consiguieron algo en la ciudad, a pocos minutos de allí.
"En Siria es difícil vivir. Si te encuentras con uno de Daesh -como llama Mohammed al Estado Islámico- debes tener la barba de tal forma. Si es uno de Al-Nusra, debemos estar de otra manera, si es el Ejército Libre, con el rifle colgando, si es alguien de Al-Assad, te matan". Se le pregunta cuál cree que es la diferencia entre el régimen sirio y los terroristas del ISIS. "¡Los dos son iguales! ¡Al-Assad y el Estado Islámico!".
Mohammed Ahmed Kassar cuenta su historia a Infobae. A su lado, Ahmed, su pequeño "intérprete", en su casa de Kilis.
Mousab ofrece unos pocos detalles antes de que baje el sol y haya que partir. "En el Ejército Libre ya combaten mujeres", dice y revela que en los últimos días sus compañeros detuvieron a combatientes de Al-Assad de diferentes nacionalidades. Entre ellos, un cubano. También relata que un alto oficial iraní murió durante un enfrentamiento en el campo de batalla. Irán y Siria lo niegan. Pero pocos le creen. La ayuda internacional a la dictadura siria es constante. Los rebeldes sólo luchan con lo que pueden robar a sus enemigos caídos, muchos de ellos vecinos y hasta hermanos. "Nadie nos da armamento", concluye el joven. Y repite, como un karma: "Si sólo tuviéramos aviones...".
La vida en el campamento
Mustafá tiene 25 años y vivió toda su vida en Hader Alshajour, un pequeño pueblo sirio a sólo diez kilómetros de la frontera con Turquía. Se acerca tímido con un inglés claro y bien estructurado. "Si quieren permiso para ingresar -al campamento- tienen que ir a la oficina en el centro de Kilis", aconseja. Es el mayor de cuatro hermanos y agradece estar con ellos en ese refugio turco. En él aprendió a hablar el idioma local y el inglés, que le ayuda a su nueva y precaria profesión: "Soy exchanger", dice, algo así como un intermediario que vende y conecta gente para que hagan negocios. Pequeños negocios, desde luego.
Campo de refugiados de Kilis, en el límite turco con Siria. Allí viven 250 mil personas.
"Acá tengo todo. Sólo necesito algo de dinero para mis cosas. Ropa y cigarrillos", cuenta este joven de tez oscura, prolijamente vestido, con barba recortada milimétricamente, anteojos y extremadamente flaco. Este "exchanger" se lamenta por no contar con pasaporte, lo que le otorgaría la posibilidad de viajar y buscar una esperanza, quizás una mejor vida. "Sólo tengo mi documento sirio". La opción es clara: volver a Siria para morir o permanecer en el campamento.
Puesto fronterizo turco. Cientos de sirios esperan su turno para pasar los controles y regresar tras hacer intercambios.
Puesto fronterizo turco, en la ciudad de Kilis. Del otro lado, la guerra siria y los terroristas del Estado Islámico.
Mustafá explica la vida en esa peligrosa frontera.
Es viernes, día de intercambios. La actividad se da en un "limbo" entre ambos controles migratorios: un espacio de 500 metros de longitud donde ni turcos ni sirios traspasan a Siria. Del lado turco, el lugar está lleno de personas que caminan de un lado a otro. Niños que juegan entre ellos; otros que empujan carretillas repletas de bolsas. Y alguno con signos de la guerra: el rostro quemado posiblemente por una explosión ya no le permite sonreír a un pequeño que sale y entra de las "instalaciones de alojamiento" con un carro de carga. 
Viejos, jóvenes, maduros, niños, hombres, mujeres. Muchos esperan un autobús que los lleve de regreso al centro de Kilis después de hacer su transacción. Otros proveen de comida o ropa a quienes dormirán otro día más en el campamento. Autos cargados hasta lo inimaginable, inclinados hacia adelante, con sus amortiguadores vencidos y sus techos hundidos por la carga. Un solo conductor para optimizar la logística. Kilómetros de camiones estacionados en la ruta esperando su turno para llegar al "limbo" y emprender rápido la vuelta. Cruzar de lado sirio no sólo es poco inteligente, sino suicida para un vehículo tan visible.
Para los sirios que aún se animan a vivir en zona de guerra llegar hasta ese lugar no es fácil. Regresar a sus pueblos, menos. Deben hacerlo por caminos improvisados, por tierra, sin demarcar, en medio de la nada. Nunca por la ruta principal que une la oficina de migraciones con Aleppo, el enclave a pocos kilómetros del límite que MohammedMustafá y sus familias debieron abandonar para no morir. El mismo que cada diez días repite Mousab para luchar contra el régimen de Al-Assad.

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