Nos estamos quedando sin cromos
La calidad de la pelota nacional, en franca caída libre, es la gran culpable de que la afición se aleje de los estadios.
Ahora mismo, en la temporada otoñal en Cuba, todos se preguntan por qué los estadios están vacíos. El clásico entre Santiago de Cuba e Industriales, que antaño se jugaba con las gradas hasta la bandera, fue una versión descafeinada de aquellos encuentros a colmillo afilado donde la tensión flotaba en el terreno y las tribunas.
Olvídense de esos juegos calientes que daban las sensación de una auténtica guerra civil deportiva. En el último clásico, celebrado en el viejo estadio del Cerro, con capacidad para 55.000 fanáticos, asistieron menos de 6.000 espectadores.
Se pudiera pensar que la crisis económica que lleva ya 25 años es una de las causas. O que el caótico servicio de transporte urbano provoca que los aficionados prefieran ver los partidos en sus casas.
No lo creo. No hay experiencia más exultante para los chiflados por el deporte de las bolas y los strikes que estar tres horas y media sentados en las gradas hablando de pelota, comparando estadísticas de jugadores de diferentes generaciones y previendo jugadas y estrategias que demuestran conocimientos profundos de béisbol.
Más que una sobredosis de ego, es una especie de sedante. El ritmo lento y sabroso de un juego da para hacer amigos, charlar sobre las últimas noticias de lo que acontece en la MLB, y hasta ligar una de esas jevas que a su paso obligan hacer silencio y asisten al estadio con la intención de jinetear a algún pelotero de postín.
Pero la calidad de la pelota cubana, en franca caída libre, donde nadie sabe cuándo tocará fondo, es el gran culpable de que la afición se aleje de los estadios.
Y lo peor es que ya se perdió una franja amplia de jóvenes de entre 15 y 30 años que no les gusta la pelota. Y gastan horas discutiendo sobre fútbol europeo, el impresionante arranque goleador de CR7 o esperan con ansiedad el próximo clásico Real Madrid-Barcelona.
Otros, los que no están para perder el tiempo viendo partidos francamente malos, con jugadores bisoños, managers conservadores y pitchers con herramientas de béisbol escolar, optan por seguir los juegos de la Gran Carpa y la actuación de los peloteros cubanos.
Nos estamos quedando sin cromos. El desguace es considerable. El 50%
de los jugadores del equipo nacional que participó en el último Clásico Mundial, decidió ser peloteros libres, ganar salarios de varios millones y administrar sus finanzas.
Mire usted, José Dariel Abreu, Yasmani Tomás, José Miguel Fernández, Erisbel Arruebarrena y Andy Ibáñez, además de Rusney Castillo, castigado por intento de salida del país, y los lanzadores Odrisamer Despaigne, Misael Siverio, Diosdanis Castillo y Raisel Iglesias hicieron mutis.
No se marcharon jugadores de bulto. Eran peloteros anclas, tipos que invitaban a ir a los estadios, pese a la nevera y la billetera vacías. Es como si para la próxima temporada de la MLB, Miguel Cabrera, Mike Trout o Nelson Cruz abandonaran sus equipos y se enrolaran en la liga de Japón.
No se puede negar que hay jugadores con un plus para atraer a los fanáticos. La gente sigue a equipos, pero también a peloteros. A nadie, excepto un fan incorregible, le gusta ver una nómina repleta de novatos que pierden más juegos de los que ganan.
Y es lo que viene aconteciendo. Las estrellas o los prospectos en ciernes brincaron el charco. Por suerte, todavía algo queda en el saco. Pitchers de calibre como Freddy Asiel Álvarez o Norge Luis Ruiz.
Bateadores especiales como Alexander Malleta, Rudy Reyes, Alexander Bell o Yosvani Peraza. Quizás para los scouts lo más interesante es ver jugadores noveles o en pleno desarrollo que pintan para grandes.
Tocando a la puerta del equipo nacional están Roel Santos, Luis Yander la O y Lourdes Gourriell Jr., segundo en jonrones con cuatro y colíder en impulsadas con 19. Los tres con menos de 23 años.
Hay otra camada que viene detrás, con buenas maneras, en las edades comprendidas entre los 17 y 21 años. Pero aún deben madurar, corregir defectos técnicos y acumular horas de juego.
A la ausencia de estrellas se debe sumar que los tres grandes, Alfredo Despaigne, Frederick Cepeda y Yulieski Gourriell, por su compromiso en la liga japonesa, no se incorporarán a sus equipos hasta después del 24 de noviembre.
La pelota en Cuba es la más joven del mundo, con un promedio de edad de 24 años. Un poco en serio, un poco en broma, en el estadio del Cerro un aficionado comentaba que se ha convertido en una liga de desarrollo, sucursal de la MLB.
Si usted se da una vuelta por el Latinoamericano observará a muchos fanáticos hacer cábalas de hasta cuándo seguirán jugando en la Isla los talentos más prominentes.
La ausencia de estrellas convierte a la mayoría de los partidos en un bostezo. Es una de las clave de por qué las gradas están vacías. No es problema de dinero. La entrada a los estadios sigue costando el ridículo precio de un peso. O cinco centavos de dólar.
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