“En terrenos del ingenio Cayajabo, Maceo pasó revista el día 27 a las tropas del brigadier Aguirre, llenas de ardor y entusiasmo con la presencia del insigne capitán. Después de las expansiones naturales y de los parabienes mutuos, se concertó el plan de operaciones que habría de ponerse en práctica durante la excursión por la provincia de la Habana, y al efecto se trazó el cuadro de marchas de la columna por un período de ocho días. Maceo se proponía hacer la excursión por el Norte de la provincia, aproximándose todo lo más posible a la capital con objeto de llamar la atención de Wéyler y dar tiempo a que el general Gómez volviera de Matanzas. Entre las noticias que comunicó Aguirre sobre el estado de la guerra en la Habana, se señalaban los actos de barbarie cometidos por las tropas de Wéyler en diferentes lugares de la provincia. No sólo estaban comprobados los asesinatos de la loma del Gato, sino otros más recientes e igualmente inexcusables. Además, se cogió un correo de los españoles, y entre las cartas que se examinaron se halló la de un soldado a otro compañero del castillo de San Severino, en la que, del modo más sencillo, pero elocuente, compendiaba toda la política del nuevo capitán general y sus horrendos procedimientos: -"Ahora nuestros jefes no se andan con chiquitas; a todo el que encontramos por el campo, le cortamos la cabeza". -Impresionado el general Maceo por los terribles sucesos de que fue instruido, y previendo el nuevo sesgo que iba a tomar la guerra, se decidió a escribir una carta al general Wéyler, en la que grabó toda la indignación de su alma, e hizo al mismo tiempo responsable a la jefatura del ejército español de la conducta que podrían adoptar los jefes de las fuerzas cubanas en lo sucesivo, al sentir la necesidad, traída por los lamentos de las víctimas, de aplicar las represalias.
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“A pesar de todo cuanto se había publicado por la prensa respecto de usted, jamás quise darle crédito y basar en ella un Juicio de su conducta: tal cúmulo de atrocidades, tantos crímenes repugnantes y deshonrosos para cualquier hombre de honor, estimábalos de imposible ejecución en un militar de la elevada categoría de usted. Parecíanme más bien aquellas acusaciones obra de mala fe o de ruin venganza personal; y creía que usted tendría buen cuidado en dar un solemne mentís a sus detractores, colocándose a la altura, que la caballerosidad exige con sólo adoptar en el trato de los heridos y prisioneros de guerra de este ejército, el sistema generoso seguido desde su comienzo por la Revolución con los heridos y prisioneros españoles. Pero, por desgracia, la dominación española ha de llevar siempre aparejada la infamia; y aunque los yerros y abusos de la pasada guerra parecieron corregirse al comenzar ésta, hoy viene a demostrarse que sólo desconociendo ciertos antecedentes invariables y una tradicional incorregible intransigencia, hubiera podido juzgarse olvidada para siempre, por España, la senda funesta de la ferocidad contra gentes indefensas y de los asesinatos impunes. En mi marcha, durante el actual período de esta campaña, veo con asombro, con horror, cómo se confirma la triste fama de que usted goza y se repiten aquellos hechos reveladores de salvaje ensañamiento. ¡Cómo!, Es decir que hasta los vecinos pacíficos -nada digamos de heridos y prisioneros de guerra- han de ser sacrificados a la rabia que dio nombre y celebridad al duque de Alba? Es así como corresponde España, por medio de usted, a la clemencia y benignidad con que nosotros, redentores de este sufrido pueblo, procedemos en idéntico caso? ¡Qué baldón para usted y para España! La tolerancia de incendios de bohíos y asesinatos como los de Nueva Paz y loma del Gato, y otros crímenes aun más repugnantes cometidos por columnas españolas, especialmente las de los coroneles Molina y Vicuña, le hacen a usted reo ante la humanidad entera: el nombre de usted quedará para siempre infamado, y aquí, y fuera de aquí, recordado con asco y horror. Por humanidad, cediendo a impulsos honrados y generosos, a la vez que identificado con el espíritu y tendencias de la revolución, yo jamás tomaré represalias, pero al mismo tiempo preveo que tan abominable conducta por parte de usted y los suyos, provocará en no lejano plazo venganzas particulares, a las que sucumbirán, sin que pueda yo impedirlo, aunque haya de castigarlo, centenares de inocentes. Por esta última razón, puesto que la guerra sólo debe alcanzar a los combatientes y es inhumano hacer sufrir las consecuencias de ella a los demás, invito a usted a que vuelva sobre sus pasos, si se reconoce culpable, o a que reprima con mano severa aquellos delitos, si es que fueron cometidos sin su anuencia. En todo caso evite usted que sea derramada una sola gota de sangre fuera del campo de batalla; sea usted clemente con tantos infelices pacíficos, que, obrando así, imitará con honrosa emulación nuestra conducta y nuestros procedimientos. -En campaña, 27 de Febrero de 1896.-A. Maceo.
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