martes, 2 de junio de 2015

La banda sonora nacional

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En medio de todo el ruido ambiente, pensando en una Cuba en voz baja.
Ruido (del latín rugitus, rugido) es el término que define a sonidos inarticulados, inarmónicos y confusos. A un follón o alboroto de voces. Al conjunto de interferencias que acompañan la transmisión en las telecomunicaciones. O a un estrépito hecho con un fin particular.
Hoy, de pronto, reparé en que la diaria banda sonora nacional está llena de ruidos. Y que he estado viviendo siempre en medio de un bullicio permanente.
Cuando era niña, eran frecuentes los desfiles, las marchas, las concentraciones. Coros de consignas, congas y tumultos. En la escuela nos enseñaron que los lemas se decían con energía, en alta voz. "Pioneros por el comunismo, seremos como el Che", era como el grito de guerra de los retoños de "hombre nuevo".
Hasta los interminables discursos del Comandante en Jefe aparecían en altos decibelios. Amplificados en las plazas. Las bocinas colocadas en todas las esquinas, para que nadie se quedara sin oírlo: fuerte y claro.
Bien aprendido de los antiguos romanos, "¡Al pueblo pan y circo!" (ni tanto pan, sí mucho circo), hasta en los momentos más difíciles de la vida de los cubanos se hacen fiestas populares. El Partido y el Gobierno orienta jolgorios con pretextos políticos, históricos o porque el equipo Cuba de pelota ganó en algún certamen internacional.
Y la gente va a los carnavales, a las verbenas, a los bailables. Aunque no les alcance el dinero, van a gastarse el último centavo del mes en cerveza y a bailar y a tararear la última canción de Los Van Van, o del cantante u orquesta de moda. A pegarse al lado de los bafles, a que el ruido les nuble el sentido.
Esta tarde, intentado reposar en el sofá sentí el insoportable chirrido de las carriolas que fabrican los niños con pedazos de madera y cajas de bolas. Ellos juegan con eso porque sus padres no pueden comprarles los juguetes en las shoppings, donde un pequeño robot de juguete tiene el precio de dos salarios medios. A lo que habría que agregar el estrépito de carretillas de metal que cargan barriles de agua, porque la sequía está haciendo de las suyas.
Pensé en aquella caótica polifonía cotidiana. Ladridos de perros callejeros. Reverberaciones de motores de carros viejos, mil veces reparados, readaptados. Gritos de personas que se hablan de una acera a otra, de un balcón a otro, gentes que se avisan a voz viva si llegó el pollo a la carnicería. Como fondo ese guirigay tiene golpes de pelotas, porque los jóvenes juegan fútbol o béisbol todas las tardes en medio de la calle. Música alta en casa del vecino. Pregones de vendedores ambulantes.
Y en mi vida estridente, extraño esos meses en que estuve de visita en el extranjero y adoro el suburbio donde vive mi hermano, añoro aquel adorable silencio.
Pienso en una Cuba en voz baja, casi logro el sosiego.
¡Pero el vecino de los altos ha dejado caer un objeto! Y la señora de enfrente le grita a la de al lado que recoja la ropa, que está lloviznando.
Pierdo las esperanzas de disfrutar de un poquito de bendito silencio. Mi pareja me dice: "Esta es la banda sonora nacional".

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