Nuevo Vedado, La Habana, Jorge Luís González Pérez, (PD) En Cuba, en los últimos años, producto de la depauperación de la economía, han proliferado muchos nuevos oficios.
Uno de ellos es el de los recogedores de latas vacías de cerveza y refresco. Esta tarea es ejercida tanto por hombres como por mujeres. Al parecer, da buenos dividendos, pues abundan las personas que van por la calle con sacos, en la recolección de latas para llevarlas a los puntos donde compran materias primas.
En dichos puntos pagan a ocho pesos el kilogramo de latas. Las latas se deben entregar escachadas, por lo que algunos tiran el saco bajo las ruedas de los ómnibus para que les faciliten el trabajo.
Para poder recolectar una cantidad aceptable, hay que saber dónde encontrarlas latas y caminar una buena cantidad de kilómetros diarios.
Tengo un amigo que fue dirigente en una empresa y está casado con una doctora. En la actualidad está jubilado, pero va todos los días a una cafetería de la cadena El Rápido, acompañado de su hijo, para recoger cajas de cartón, latas y botellas plásticas y de cristal que después vende. El resultado final de la gestión, según me ha contado, es unos cuatrocientos pesos mensuales.
Otra forma de ganarse el sustento diario es en las paradas de las guaguas, cambiando un peso por cuatro pesetas. Así, el pasajero se ahorra sesenta centavos al no tener que depositar un peso –el pasaje cuesta 40 centavos, pero la moneda fraccionaria escasea y los choferes nunca tienen cambio para el peso. Y el cambista gana veinte centavos por cada transacción. La cantidad que puede ganar el cambista cada día con esta gestión es unos veinte pesos, un monto similar al salario promedio mensual de un trabajador cubano.
Hubo un personaje muy singular que durante un tiempo alquilaba banquitos de madera en las colas donde se iniciaba el trayecto de una ruta de ómnibus. Esto lo vi hace un tiempo en la esquina de P y Humboldt, en El Vedado, sitio en el cual paraban las rutas 84 y la 190, ya desaparecidas. El costo era de veinte centavos por el tiempo que demorase en llegar la referida guagua, y como las demoras eran enormes, muchas veces no le alcanzaban los asientos portátiles.
Están también los llamados buzos, que son aquellos que registran los contenedores de basura a ver qué encuentran. Estos sujetos, sin muchos escrúpulos, introducen sus manos dentro de la putrefacción que abunda en los contenedores. En el mejor de los casos, escarban con un palo para hallar algo que después de limpiarlo puedan vender.
En muchas partes de la ciudad hay vendedores de todo tipo de objetos usados. En los portales de Carlos III entre Oquendo y Marques González, se venden zapatos, carteras, bolsos y un sinfín de cosas cuyo aspecto varía según el nivel de conservación.
En las piqueras de autos, los llamados buquenques gestionan pasajeros para las carreras que realizan los taxis colectivos. Estos hombres, de voz siempre potente, gritan los destinos de los choferes y estos, a cambio, le pagan una comisión. Están presentes en el Parque de la Fraternidad, la Terminal de Ómnibus, La Palma, Santiago de Las Vegas, la Terminal del Lido, etc.
Los que se dedican al arreglo de colchones pasan por las calles y pregonan. Si aparece un interesado, si no hacen la reparación al instante, conciertan la fecha para efectuar la labor, la cual realizarán después en plena calle, delante del cliente. Lo cual no impide, que si se descuida, le rellenen el colchón con cartones, jabas de nylon y yerba.
También pregonan los vendedores de pan ambulantes, pero los que más llaman la atención son los compradores de oro. Tienen siempre un mismo pregón: “Se compra cualquier pedacito de oro”. Tanto se escucha que fue usado de estribillo en un reguetón.
Siempre ha habido detallistas sui géneris, como el que en los años 60 vendía pavo asado en la Playa de Marianao y eran auras tiñosas que el mismo cazaba, o los que cuando el Periodo Especial vendían como bistec empanizado, frazadas de piso hervidas y condimentadas.
La necesidad agobiante que han padecido y padecen las clases más humildes, bajo la revolución supuestamente hecha por y para ellos, ha llevado a “inventos” que en muchos casos están fuera de la ley y bien pudieran figurar en el Libro Guiness.
jorgeluigonza72015@gmail.com; Jorge Luis González Pérez
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