“Esto se jodió”, es la expresión que más usan los cubanos para referirse a la gravísima situación en que se encuentra el país
LA HABANA, Cuba.- “El mundo, tal cual lo conocemos, muy pronto llegará a su fin”, esta es más o menos la traducción al español del parlamento de uno de los personajes de 2012, la famosa película de catastrofismo dirigida por Roland Emmerich. Thomas Wilson, presidente de los Estados Unidos en el filme, anuncia la noticia a sus homólogos de otras naciones que, de inmediato, vuelcan todos los recursos en el diseño de una vía de escape que solo admite a unos cuantos elegidos, es decir, a aquellos con suficiente poder y capital para comprar un cupo en una especie de bote salvavidas.
No hace mucho, un vecino, militante del Partido Comunista y ex miembro de las Fuerzas Armadas, me comentaba que, al ver el filme, aunque fantasioso en sus teorías y muy alejado de nuestro contexto, no podía dejar de pensar que podía ser visto como una parábola de lo que sucedía con eso que algunos aún se atreven a nombrar como “revolución cubana” pero solo porque no encuentran otro nombre con el que bautizar el engendro en que ha devenido ese proyecto social de los años 60 que, mediante promesas, fintas y malabares, encandiló a algunos y encegueció a multitudes.
Debido a la propia experiencia personal de mi vecino, el secretismo con que los “elegidos” manejaron la debacle en el filme le hacía pensar en una Cuba donde estuviera pasando algo parecido, no tanto por los pactos y conversaciones secretas de los últimos meses (con norteamericanos, rusos, chinos, coreanos del norte y europeos) ―que para nada son moda en nuestras relaciones internaciones―, sino más bien porque había asistido a un par de reuniones partidistas, muy confidenciales, donde algunos altos dirigentes habían hablado de la situación cubana actual con un tono que le “sonaba a fin del mundo”, muy similar al de Thomas Wilson y, en consecuencia, muy distante del entusiasmo que proyectan los medios de propaganda oficiales donde a los cubanos del futuro, es decir, aquellos elegidos que logren ponerse a resguardo y sobrevivan a las medidas de choque actuales, les espera un porvenir próspero y sostenible pero tan distante en el tiempo como el mismísimo Reino de los Cielos de las Sagradas Escrituras.
“Parece que ahora la cosa realmente no tiene remedio”, se lamentaba mi vecino para más tarde preguntarse: “¿Pero cómo se le dice al pueblo que esto ya no aguanta más?”. Una pregunta que, según la práctica habitual del gobierno, pudiera haber sido esta otra: “Y ahora, ¿qué más les inventamos?” O, peor aún, “¿cómo les decimos que no están incluidos en nuestros planes de salvación?”, lo que evidencia no solo la desfachatez de la aceptación del engaño colectivo como acción “benefactora” sino la desconexión de aquellos que integran la cúpula del poder con la realidad que conocen los cubanos.
La gente, en el día a día, ya no necesita de esclarecimientos; ha descubierto por sí misma que viven en un sálvese quien pueda y que la construcción del socialismo es solo otro globo inflado, por no decir una canción de cuna que provoca más desvelos que sueños porque solo hay que sentarse a la mesa perpetuamente desierta y tocarse los bolsillos vacíos para percatarse de que el país avanza cuesta abajo, con prisa y sin pausa, hacia el más despiadado de los sistemas sociales donde cada cual, con los recursos que tiene a mano y sin pensar en el bien común, se construye su propia balsa de salvamento o se dispone a dar brazadas y a patalear para mantenerse a flote hasta que pase lo peor.
“Esto se jodió”, es la expresión que más usan los cubanos (después de aquella otra, mucho más sonora, de “esto está de p…”) para referirse a la gravísima situación en la que se encuentra el país, a la que algunos analistas, engañados con la palabra “cambio”, quisieran llamar “camino a la transición” pero que los más lúcidos no titubean en denominar por su verdadero nombre: “final definitivo”, basados, sobre todo, en cientos de síntomas y datos alarmantes como el incremento del número de personas que han decidido emigrar a pesar de las promesas de mejoría, el aumento de las ideas y expresiones anexionistas entre los más jóvenes, el decrecimiento de la natalidad a causa de la incertidumbre, el inmovilismo social y la imagen negativa que proyectan el Partido Comunista, sus “cuadros de dirección” y las instituciones que ellos administran, todas secuestradas por la corrupción y devastadas por el pillaje.
“No están construyendo el socialismo, están diseñando una pequeña balsa de salvación donde solo caben unos pocos. A nosotros nos queda esperar por un milagro”, me dice con resignación este viejo vecino al que también le oigo calificar a los dirigentes, a los que tanta lealtad juró cuando era militar, como a unos grandes “infladores”: “Han inflado tantos globos para mantener esto a flote que nuestro escudo debería ser un gran zepelín y nuestro héroe nacional, Matías Pérez”.
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