miércoles, 27 de abril de 2016

A ver… ¿Qué me compraré?


Las mujeres cubanas, como la ‘Cucarachita Martina’, seguirán sacando cuentas que nunca llegarán a buen fin

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(Foto: cibercuba.com)
(Foto: cibercuba.com)
LA HABANA, Cuba.- En las mañanas de cada día mi madre me pone los pelos de punta. Siempre la misma consulta: “Mi’jo, ¿qué cocino hoy?” Mi respuesta, una ligera subida de hombros, se repite cada vez.
Decidir qué comer en Cuba es más que complicado. Resulta un misterio tan enorme como el de la Trinidad, y quizá más tremendo que aquel que se refiere a la Encarnación, o a ese que implica al Ser.
Y hasta parecía que las preguntas que me hace mi madre podían tener finalmente una respuesta, sobre todo cuando comenzaron a correr de boca en boca los rumores. ¡Una rebaja de precios! Así decían muchos por toda la ciudad, en el país entero. La crecida vehemencia de los interesados hacía creer en un milagro. “En estos días se dará la noticia”. “Se decidirá en el congreso del Partido Comunista”. “Hay que estar atentos”.
Aunque en la isla una decisión como esa sería tenida, únicamente, como manifestación de la voluntad divina, las colas para comprar periódicos se hicieron infinitas. Nadie quería perderse la noticia, y mucho menos hacer gastos innecesarios. Era preciso ahorrar hasta el último centavo para usarlos luego, tras el anuncio. Esperamos. ¡Y sucedió el milagro! El 21 de abril, el Granma, órgano oficial del Partido Comunista, lo hizo público. Allí estaba la información tan cacareada. Y hasta fue tenido como bueno, al menos por esta vez, que el periódico tuviera tan poquitas páginas, y que se hiciera tan fácil descubrir el titular, y con ello la confirmación de la noticia.
Mi madre no lo pensó dos veces y lanzó desde el balcón la bolsa que había amarrado previamente con el extremo de una soga, y también creyó como un buen augurio que se enredara con las ramas del árbol de vencedor que crece en el parterre. Dentro puso los cinco pesos que cobraron los revendedores del Diario esa mañana. “¡Cinco pesos mamá! ¡El precio de una libra de arroz!”. Así le dije, y ella respondió con cierto desgano, y ya decepcionada: “A partir de mañana la libra costará cuatro pesos”.  Y remató: “solo un pesito de rebaja, y los chícharos cincuenta centavos menos. ¿Será una burla?”.
Así que aquello que los decisores suponían que debía entenderse como bueno, a mi madre le pareció una broma de muy mal gusto, y para demostrarlo se puso a sacar cuentas que implicaron a los doscientos pesos cubanos que cobra cada mes, y como cada mes, también hizo otras cuentas: dividió esos doscientos entre veinticinco, para llegar como siempre a la cifra de ocho CUC, y como cada mes volvió a preguntarse lo mismo: “¿Qué puedo hacer en la cocina con ocho CUC?”
Mi madre, hacedora de magias delante del fogón, tomó una hoja de papel, un lápiz, y se puso a sacar sus cuentas. Si compraba la bolsita de aceite de quinientos mililitros podía ahorrar ahora veinte centavos. Anotó también el costo de cinco libras de arroz, veinte pesos, lo que significaba un ahorro de cinco pesos en moneda nacional, con los que se podría comprar veinticinco centavos de CUC, y que al sumarlos con los veinte que ahorró tras la compra imaginaria del aceite, hacían un total de cuarenta y cinco centavos. “Cuarenta y cinco centavos… ¿qué me compraré?”. Y volvió a la lista del Granma.
Buscó mucho, y sacó cuentas, pero encontró poco. Con esos ahorritos no llegaría más allá de cuatro cuadraditos de caldo de bacon con bijol o a la misma cantidad de caldo de pollo con tomate, o quizá a un paquete de chicoticos con sabor a queso, que no de queso. Mi madre podría comprarse cuatro sobres pequeñitos de Canela Findy, pero, ¿con qué dinero iba a comprar la leche, el arroz y el azúcar para hacer luego un arroz con leche al que pudiera rociar canela Findy? Entonces no le quedó más remedio que seguir imaginando que hacía ahorros…, que hacía compras…
Ella, que siempre ha creído que la felicidad tiene mucho que ver con los placeres de la mesa, se empeñó en las cuentas y olvidó que debía cocinar. Descubrió entonces que para preparar un kilogramo de picadillo de res, de segunda calidad, tendría que invertir algo más de la mitad de su salario, y otro tanto en las especias. Sintió mucha rabia, y por  mucho que me he empeñado en disuadirla, solo consigo alimentar su obcecado espíritu. Cada vez que tiene una oportunidad vuelve a las cuentas, y se entristece. Hasta se pregunta por lo que sirvieron en el Palacio de las Convenciones en esos días del congreso del Partido Comunista, y hasta quisiera saber un poco de sus costos. ¿Habrán servido pescuezo de pollo o pechuga?
Ella tiene la certeza, como yo, de que son una burla las rebajas. Son risibles los precios que describiera la prensa oficial. Mi madre, como tantas mujeres cubanas, seguirán haciendo sumas, y ahorrando, para conseguir juntar el valor que tiene al menos una libra de muslo de pollo, pero lo más probable es que se empeñen, finalmente, en hervir una patas de pollo o algunos pescuezos para la sopa, y que el arroz con pollo del domingo, lo que tenga de pollo sea el carapacho y algunas lánguidas alitas.
Las mujeres cubanas, como la Cucarachita Martina, seguirán sacando cuentas que nunca llegarán a buen fin. ¿Qué me compraré? Esa es la pregunta que van a hacerse cada día, y tendrán como respuesta una infinita angustia, un salobre desconcierto. Y ninguno de los comensales para los que cocinan caerá en la olla por la golosina de la cebolla, porque seguirá siendo un lujo ponerle a la sopa una cebolla enterita, o un carapacho de pollo; porque ese huesillos cuestan, ahora y rebajados, 75 centavos de CUC. Y también será una ostentación echarle unos pescuezos que se pueden conseguir, únicamente, después de pagar un CUC por el kilogramo. ¡Dios mío, que es pescuezo y no caviar!
Indignante es constatar tales precios. Ofensivo es que luego de un congreso aparezcan rebajas tan discretas. Es humillante, vergonzoso, injusto, irritante, vejatorio, degradante, indecente, despreciable, deshonesto, escandaloso, impúdico, obsceno, deshonroso. Ay, y es tan bueno que crezca el número de sinónimos para ponerlos a dialogar con esas discretísimas rebajas en los precios.
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ACERCA DEL AUTOR

Jorge Ángel Pérez

Jorge Ángel Pérez

(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas

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