viernes, 6 de mayo de 2016

Yo no estuve en la plaza este domingo…


Este 1º de Mayo, como cada vez, volví a ser un delincuente

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cubaLA HABANA, Cuba.- “El siudadano refiere que no asistio a la plasa”. Así fue transcribiendo el policía mi declaración…, y yo espero que, después de esta advertencia, el lector comprenda mi empeño en preservar su ortografía. Esa mañana llegué mas tarde al Palacio del Segundo Cabo, edificio que entonces servía de sede a varias editoriales cubanas pertenecientes al Instituto Cubano del Libro. Allí trabajaba como editor. Con solo entrar noté el alboroto. Luego me enteraría del robo. La secretaria contó solícita: “Se llevaron el libro de Maradona”. Odalys se refería a un ejemplar de Yo soy el Diego de la gente, que serviría como base para preparar una edición cubana de las memorias del futbolista argentino.
Peor resultaría la noticia de que estaban desaparecidos los dos tomos del diccionario de María Moliner, que la editorial había comprado hacía muy pocos días, y que tenía tan felices a los editores. El que representaba la autoridad dejó bien claras sus sospechas. El robo se produjo, según él, mientras los trabajadores celebraban su día con una marcha en la Plaza. Creía que los ladrones aprovecharon la efervescencia revolucionaria para perpetrar la fechoría. Las investigaciones se iniciaron el 2 de mayo. Y el encargado descubrir al ladrón me preguntó si había estado celebrando en la Plaza. “¿Qué aporta eso a su investigación?” Le respondí.
Mi “irreverencia” lo puso de mal humor y volvió a preguntar, y yo volví a repetirme hasta el cansancio…  Por eso terminé en una estación de policías. El hecho de que no respondiera a su pregunta, y la posibilidad de que no estuviera en la plaza durante esa jornada, me acercaba al proceder de un ladrón. Resulta que en la Cuba de los últimos cincuenta y siete años, el que no asiste al desfile del primer día de Mayo es un delincuente. Y este 1º de Mayo, como cada vez, volví a ser un delincuente.
Tampoco fui esta vez, y por qué hacerlo si soy un desempleado. La Plaza es, al menos ese día, un espacio para los “trabajadores” y hace mucho rato que yo había dejado de estar en la plantilla de la Editorial Arte y Literatura, en la que trabajé muchos años, hasta que alguien decidiera convertirla en una empresa ¿socialista? Casi graciosa fue la actitud del sindicato, cuando me invitaron a que siguiera asociado, incluso tras el despido. Ese mismo sindicato que bajó la cabeza cuando la dirección del instituto y de la editorial echó a la calle a muchos de sus editores, me invitó entonces a seguir junto a ellos.
Resulta que en Cuba, sindicato y administración son términos idénticos, tanto se parecen que el uno podría convertirse en sustituto del otro, y hasta en un mismo contexto. El sindicato en Cuba es la síntesis de la administración, y viceversa, son tan indivisibles que dan vergüenza. Por eso no estuve allí el domingo, aunque debí estar y mostrar mis desacuerdos, que son muchos, “tantos que se atropellan”. ¿Acaso podría mostrar mis desacuerdos sin que recibiera luego represalias? ¿Podía hacerlo alguien? Quien se atreve puede ser enfrentado por los enardecidos obreros…, y peor es que tras el castigo no serán relacionados con los protestantes de Hymarket Square, allá en el Chicago de 1886.
Unos días antes del desfile se anunciaron las tan cacareadas rebajas de algunos productos alimenticios, pero nadie se atrevió a demostrar que tal “rebaja” era una afrenta. No hubo quien protestara por el alza en el precio de los cigarros, nadie defendió su derecho a morir como le diera la gana. No tuve noticias de padre alguno que exigiera, durante el desfile, mejoras en la educación. Ninguno tomó la palabra en esa tribuna copada por el poder, ni habló de los tantos defectos de la enseñanza en Cuba. Todos acataron los ditirambos de una prensa oficial que insiste cada vez en hacer ver que la revolución convirtió los cuarteles en escuelas, y nadie habla de los antecedentes.
Nadie menciona nunca en la plaza, que antes de 1959, y con la instauración de la República, muchos cuarteles fueron convertidos en escuelas, en muchos sitios de la geografía cubana. No tengo noticias tampoco de que alguien exhibiera una pancarta reclamando mejoras, ahora mismo, en la educación; avances que aliviaran un bolsillo harto ya de pagar repasadores. Nunca se mencionó lo ridículo y desventajoso que es para el futuro de la nación, esa municipalización de la universidad.
En esa Plaza debió mencionarse el deterioro del sistema de salud. Alguien debió levantar su voz en contra del racismo renovado que vive la nación cubana. Los homosexuales pudieron unirse para hacer reclamos. Habría sido tan bueno desmentir la tan presumida igualdad, porque no es cierta. ¿Cuántos en Cuba podemos hacer vacaciones en Turquía? Yo sé de Antonio, el hijo de Fidel. ¿Cuántos podemos hacer vacaciones en París? Yo sé de Antonio, el hijo de Antonio y nieto de Fidel. Y cuando pienso en ellos me viene a la mente mi pobre sobrina que tiene dos trabajos y nunca puede venir a visitarme desde Villa Clara.
No todos somos iguales. No todos podemos tener unas vacaciones elegantes, como esos que antes mencioné. Y pensando en esos dos Antonios, es decir en el nieto y en el hijo de Fidel, me vienen a la mente aquellos locos escolásticos del siglo XIV, y pienso en el entusiasmo que habrían sentido al conocerlos, les habrían venido como anillo al dedo para probar la ubicuidad que cacareaban, con ellos habrían podido demostrar su teoría de que todo podía estar en todo el espacio.
Ellos podían estar en la plaza y a la vez en Bodrum, en París y en Roma, en la quinta avenida de Nueva York. Lo malo es que no todos tenemos ese don. Eso lo sabía bien aquel policía. “Si usted no fue a la plaza, usted puede ser el ladrón”. Aunque pensándolo bien podría montarme en ese carro de los locos escolásticos del siglo XIV. Y decir usted puede estar en la plaza y perpetrar a la vez un robo, en el mismo instante, y a unos cuantos kilómetros de distancia. Usted puede estar en la plaza, y a la vez robar en cualquier parte. ¿Esa no es acaso la esencia del ladrón? ¿Acaso no roban para estar en otras partes?
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ACERCA DEL AUTOR

Jorge Ángel Pérez

Jorge Ángel Pérez

(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas

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