domingo, 19 de marzo de 2017

Recuento, 50 Años después.


El 23 de marzo se cumplen 50 años del cierre del Reclusorio Nacional de Isla de Pinos. Cinco décadas no han logrado borrar de la memoria las experiencias de los sobrevivientes de más de 15,000 prisioneros políticos que entre 1959-1967 poblaron circulares, edificios, pabellones, celdas de castigo y campos de trabajo forzado.

El próximo 26 retendremos el presidio. Quizás sea nuestro último gran encuentro bajo la simbólica carpa de las Circulares, en consecuencia Ramiro Gómez Barrueco está preparando una antología de Presidio, testimonios y anécdotas, experiencias inolvidables.

Durante esos años la mayoría de los reclusos sufrieron severas palizas. La alimentación nunca superó los niveles de sobrevivencia, condiciones de vida precarias y jornadas de trabajo que se extendían por doce y catorce horas, según estuviera el odio como instrumento de lucha en las mentes de los esbirros al servicio de la tiranía.

Memoria, que no significa odios ni venganzas, sino una clara consciencia de que el sadismo criminal de los victimarios de oficio no debe quedar impune. Ningún gobernante o torturador de vocación debe saciarse sobre ciudadanos indefensos.

El reclusorio nacional fue clausurado porque la dictadura fracasó en sus propósitos  de lograr  por medio del trabajo esclavo, y la violencia entronizada en el Plan de Trabajo Camilo Cienfuegos, la rehabilitación política de los millares de hombres  que tenía en esa prisión.

El régimen cerró el Presidio porque se percató que la represión en vez de lograr sus  objetivos  de “reeducar”, a los presos, los reafirmaba en sus convicciones y en cierta medida los alentaba a pasar de la resistencia pasiva ante golpes, bayonetazos y asesinatos, a una resistencia activa que podía escaparse del control de la guarnición.

No se pretende sugerir que el régimen actuó por miedo, no, simplemente, como  generadores de violencia, tenían conciencia que el terror tiene que ser controlado para lograr los objetivos deseados.  

También se hace esta evocación porque los prisioneros políticos están orgullosos de haber estado encarcelados por una de las causas más justas en la historia de la nación. Acontecimiento que por intensidad y extensión tiene caracteres distintos a otras gestas realizadas por el pueblo cubano sin que esto implique que el haber estado encerrados otorga derechos y privilegios, lo contrario, la prisión es fuente de mayores deberes para los que transitaron por ella.

El presidio fue y es expresión genuina del carácter nacional. Plural en pensamiento político, amplio en creencias religiosas, mosaico de razas y reflejo del espectro social.

El presidio fue contradictorio y coherente. Los orígenes  y compromisos políticos de los que lo integraron confrontaban o coincidían con los que se estrenaban en esos  avatares.
En aquella cárcel poesía y epopeya se confundían y todavía hoy, a pesar de casi seis décadas de totalitarismo,  hombres y mujeres continúan escribiendo en las paredes de nuevas y viejas prisiones.

En presidio la muerte estaba al acecho, era una eterna, fiel y asexual compañera lo mismo cuando dinamitaron las circulares, en el Plan de Trabajo, o la reclusión solitaria

La muerte  o la invalidez atacaban sin piedad ni aviso. La bayoneta, el disparo alevoso o la enfermedad no tratada, dejó a muchos entre las rejas. El suicidio fue para algunos la razón en aquella locura interminable. La demencia apagó inteligencias y sesgó espíritus. La batalla fue dura, aun así continúa.  

Impresos en la memoria están esbirros como Campeón y Brazo de Oro. Pensar en ellos y sus iguales reedita requisas, hambre desesperada, desnudez contestaría, la abyecta mojonera, trabajo esclavo, dinamita, mutilación y muerte.

Aquello permanece con nosotros y dentro de nosotros.
Presente la ternura perdida. La juventud que se fue a galope. Las arrugas y las canas, la vejez que al trote se apoderaba de todos.

De las playas y fiestas que no conocimos. De las novias y esposas que fueron fieles hasta el final, pero también de las que vencidas por el dolor y el largo andar, tomaron otro rumbo.

Cuantas pasiones mordimos con las piernas y los dientes. Cuantos no tuvieron hijos, porque al cumplir con su deber se marchitó su cuerpo. Todo eso, junto a los muertos, locos y lisiados, integran el inmenso tributo que los presos políticos, hombres y mujeres, han rendido a Cuba.

Muchos están cansados. Se encuentran en las  fronteras de la frustración y decepción, pero como dijo Manuel Villanueva, hay que subir la montaña, y encontrarnos en la cima.

Es un deber vencer ese agotamiento como se hizo individual y colectivamente en Presidio. Los compromisos no se cancelan en la derrota sino en la victoria y  los deberes nunca deben ser desechados como trapos viejos, menos,  si los criminales no han pagado su deuda.




Pedro Corzo
Periodista
(305) 498-1714

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