viernes, 12 de febrero de 2010

EL DILEMA DE LA VERDAD



Por Frank Cosme

Santos Suárez, La Habana, 11 febrero de 2010, (PD) Ciento cincuenta y nueve años antes de Cristo dejó de existir un poeta latino nombrado Terencio. Sus obras, solo conocidas por los estudiosos del latín, no llegan al gran público. Sin embargo, una frase de una de sus obras, Veritas odium parit, (la verdad engendra el odio), ha sobrevivido.

En una de las obras cumbres de la literatura castellana, La Celestina, su autor Fernando de Rojas la utiliza en boca de esta al subrayar: Mal me quieren mis comadres porque digo las verdades.

Cristo, el profeta de profetas, nos enseña que: Solo la verdad nos hará libres.

En el siglo XIX, uno de los grandes maestros que hemos tenido los cubanos, y al que por supuesto tampoco le hemos hecho caso, nos vuelve a recordar: Solo la verdad nos pondrá la toga viril.

Desde Terencio a Cristo, desde Cristo a José de la Luz y Caballero, miles de pensadores se han preguntado lo mismo que le preguntó Poncio Pilatos al propio Cristo: ¿Y qué es la verdad?

Resulta un gran dilema esto que se llama verdad. Por un lado nos acarrea odio, por el otro nos hace libres.

En medio de la crisis que divide al pueblo cubano, estas enseñanzas que nos trae la historia del mundo y la nuestra propia, no se acaban de entender. Asombra ver como los actuales cubanos, de aquí y de allá, se desgastan en interminables duelos verbales que no conducen a algún tipo de acuerdo.

Algunos piensan que eso nunca ha sucedido, que es algo nuevo y que solo nos pasa a los cubanos.

Hace más de 300 años, los suizos fueron el pueblo más pendenciero de Europa. Broncas entre partidarios de señores feudales, entre católicos y protestantes, entre regiones que hablaban distintos idiomas. Eran tan tozudos, belicosos y amigos de no ceder, que los reyes de toda Europa los contrataban para que fueran sus tropas elite, sus guardaespaldas. La guardia suiza del Vaticano tiene sus raíces en esta época. Es lo único que ha quedado como ejemplo simbólico de quienes eran los suizos.

Llegó un momento en su historia que la nación suiza, a través de golpes y porrazos, supo conjugar las dos verdades expresadas por Terencio y Cristo.

Nadie es máximo líder en Suiza desde hace más de 300 años. Ni siquiera se oye hablar del presidente de esa nación, porque esa función se alterna entre tres que representan a las distintas regiones de ese país que hablan tres idiomas distintos. El pueblo se reúne y hace sus propias leyes.

La labor de divulgar la verdad corresponde a la prensa. Pero hay que tener mucho tacto y sobre todo mucho amor y capacidad de ponerse en lugar de los demás a la hora de criticar. Aún así, se hieren inconscientemente algunas personas que tampoco entienden que una crítica lógica ayuda a mejorar desde un producto a consumir hasta una nación. Un ejemplo muy actual es lo que le sucede a la Toyota con su híbrido Prior.

Cuando todo es continuamente alabado y bendecido, no mejora un producto, no progresa una nación.

Suizos, irlandeses, y españoles tienen la misma sangre, son celtas, de ahí tal vez esa idiosincrasia beligerante. Los primeros hace siglos que supieron dominarla, los otros todavía no lo han logrado totalmente.

Los cubanos somos una mezcla de celtíberos, yorubas-mandingas, cantoneses (que a muchos se les olvida) y una pizca de yucatecos. Al parecer, una combinación muy explosiva. Y digo al parecer, porque José Martí logró hacerles comprender a todos que solo había una raza, la cubana. Dedicó toda su vida a unificar un pueblo pendenciero. Tuvo disputas con líderes reconocidos de la guerra del 68, incluso una ruptura con ellos, pero al final triunfó el amor por su tierra y su gente, algo que llegaron a comprender incluso aquellos que rompieron con él. No en balde le llamamos los cubanos el Apóstol. Lamentablemente sus enseñanzas después de instaurada la República parecen haberse olvidado.

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