domingo, 18 de abril de 2010
La mala cara del Eyjafjallajökull
Por: Jorge Ferrer
Me voy a la cama en domingo con Europa todavía paralizada por una nube de ceniza volcánica salida de esa isla de pastores pertrechados con teléfonos móviles, al decir de Björk.
Tres días y pico con todo un continente, o casi, que suspende el transporte aéreo. Donde los aeropuertos, esos «no lugares» siempre llenos, que dicen los sociólogos, se han convertido en espacios de veras vacíos, inútiles. Y donde periódicos y televisiones parecen obsesionados con esta hecatombe dulce. Tan dulce que no ha matado ni a una mosca, que se sepa.
«Ahora al fin sabemos por qué se extinguieron los dinosaurios», me dijo alguien hoy desde Caracas. «¿Por qué?», le pregunté. «¡Coño! ¡Porque los volcanes les jodieron las vacaciones!»
Va y sí.
Por otro lado, a Rustiom Adagámov, magnífico fotógrafo ruso, se le ocurrió darle la vuelta a una imagen servida por satélite y ahí los tres cráteres del glaciar Eyjafjallajökull aclararon algo la cosa.
De pronto, el Moloch incruento adquirió un rostro ―¡si eso es un rostro!― y el azote del ClubMed y demás entretenimientos frustrados por la humareda de Islandia nos avisó de lo que a Europa, bien peinadita y afeitadita, le toca aguantar.
¡Solavaya!
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