lunes, 3 de mayo de 2010

En silencio ha tenido que ser/ Eugenio Yáñez


En silencio ha tenido que ser
Eugenio Yáñez/ Cubanálisis-El Think-Tank


Sin demasiado alboroto, y casi sin mencionarlo, el raulismo continúa desmontando las estructuras y proyectos del fidelismo. No nos engañemos: no es un golpe de estado, como quieren hacer creer algunos tremendistas desesperadamente necesitados de público y aplausos ante el evidente desconocimiento de la realidad del país después de venderse como expertos. Tampoco es un “pragmatismo” abstracto: es la más lacerante realidad la que ha obligado al general-presidente a echar a un lado aquellos proyectos faraónicos y sin sentido del Comandante para intentar evitar el hundimiento del Titanic revolucionario, que ya casi es menos que una balsa a la deriva.


Por supuesto, el sistema represivo no se modifica nunca, a menos que sea para “perfeccionarlo” y hacerlo más sofisticado y eficiente, más “elegante” y amenazador: el terror selectivo y dosificado rinde excelentes frutos sin necesidad de las chapucerías de Trujillo o Pinochet; pero cuando se considera necesario, el régimen no vacila en recurrir a las turbas organizadas, al lumpen revolucionario que ha creado, fomentado y organizado, o dejar morir de hambre a un prisionero sin demostrar la más mínima sensibilidad por la vida humana. La fidelidad al legado del Comandante es más que evidente en este aspecto.


Tampoco se observan modificaciones, ni siquiera superficiales, en el plano ideológico o la política internacional: se continúa pretendiendo que Estados Unidos entregue todo a cambio de nada, como si la crisis que estuviera poniendo en peligro hasta la existencia misma de la nación fuera norteamericana y no cubana.


Y mientras se obstinan en mantener en la cárcel a más de 200 cubanos cuyo único delito real es pensar diferente a lo que se considera correcto por el régimen, se insiste en exigir la liberación incondicional de cinco espías convictos que cumplen sentencia en Estados Unidos después de un juicio con todas las garantías procesales. Con la evidente intención de adormecer a los cubanos dentro de la Isla y, a la vez, entorpecer cualquier intento de mejoría en las relaciones Cuba-EEUU que se intente por la administración norteamericana.


Sin embargo, al menos siete de los pilares ideológicos del fidelismo desbocado, supuestamente amparados por el pensamiento de Che Guevara, han desaparecido o están a punto de desaparecer en los casi cuatro años que el general Raúl Castro ha estado al frente del país: el médico de la familia, la escuela en el campo, la batalla de ideas, las micro-brigadas, el pleno empleo, la estatización absoluta de la agricultura, y la ofensiva revolucionaria.


En todos los casos, se trata de proyectos que eran económicamente inviables y con muy dudosos resultados sociales, a pesar de lo que pueda proclamar la propaganda totalitaria.


Incluso el programa del médico de la familia, que ciertamente situaba la atención médica primaria a pocos metros de los ciudadanos, y era el mejor recibido por la población, se basaba en un colosal desembolso de recursos y esfuerzos profesionales que no contaban con la infraestructura médica de base para que esa atención primaria pudiera ir mucho más allá de un precario diagnóstico inicial y las indicaciones para que el paciente se dirigiera a policlínicos o centros médicos con más posibilidades que el consultorio de barrio.


Las escuelas en el campo, a pesar de la gigantesca y desmesurada propaganda desplegada desde el primer momento, nunca fue un proyecto con apoyo popular, y los resultados de ese programa de combinación de estudio y trabajo, en el aspecto económico, siempre fueron desastrosos.


Cuando se demostró fehacientemente el absoluto despilfarro de recursos con los jóvenes estudiantes como mano de obra agrícola, los ideólogos del régimen comenzaron a hacer énfasis en los méritos pedagógicos y de enseñanza de tales escuelas.


Muy pronto, sin embargo, las supuestas bondades pedagógicas del tan publicitado programa quedaron al desnudo con los escándalos del gigantesco y masivo fraude escolar en los años ochenta del siglo pasado. Los ideólogos, sin nada concreto que poder mostrar, enfocaron la propaganda hacia la “formación revolucionaria” de los estudiantes en el campo.


Sin embargo, la pretendida “formación” de las nuevas generaciones de cubanos dejó demasiado que desear para poder tomarse en serio alguna bondad cualquiera que quisiera achacársele al proyecto, que ya ni siquiera los cuadros del partido enaltecen.


La separación de padres e hijos por períodos más o menos prolongados, había profundizado la brecha generacional más allá de lo normal y había aportado otro elemento de disfuncionalidad a la difícil situación de la familia cubana.


La “batalla de ideas” fue una de las primeras bajas provocadas por la ofensiva raulista: millones y millones de dólares e infinidad de recursos habían sido destinados a un absurdo proyecto de tono propagandístico y de “educación política”, -más de lo mismo y actuando de forma paralela a los aparatos del partido- y asignados a la dirección de un mediocre que incluso llegó a ser designado vicepresidente del consejo de ministros.


Sin pena ni gloria, y prácticamente sin anuncio público, el proyecto fue totalmente cancelado y el mediocre pasado a prolongado plan payama, hasta que un buen día se anunció que el Comandante Ramiro Valdés se hacía cargo de las inversiones relacionadas con tal batalla de pacotilla.


Recientemente, el movimiento de las micro-brigadas para la construcción de viviendas, que ya hace mucho tiempo era un cadáver maloliente, recibió oficialmente el certificado de defunción con la autorización de la construcción y reparación de viviendas “con esfuerzo propio” por parte de la población.


A partir de ahora, el “plustrabajo” de los constructores va a depender de los mismos interesados y sus necesidades, y queda en el olvido aquel brutal esfuerzo de los micro-brigadistas, trabajando diez horas diarias de lunes a sábado, y cinco el domingo, para construir, además de apartamentos, policlínicos, centros comerciales y otras instalaciones, para al final de una jornada de unos tres años o más tener que discutir en las asambleas sindicales quienes recibían los apartamentos, en base a los llamados méritos revolucionarios, sin considerar para nada quiénes habían estado construyendo tales viviendas trabajando literalmente de sol a sol durante tanto tiempo.


Terminó el mito del pleno empleo y la constante propaganda del miedo al desempleo en el capitalismo, cuando Raúl Castro dijo claramente que más un millón de trabajadores en todo el país estaban de más en las plantillas infladas. A ello hay que sumarle los miles y miles de trabajadores azucareros desocupados desde la “reestructuración” de la industria azucarera y que no han sido reubicados todavía.


La novedad no es la cifra, sino su reconocimiento público por el régimen. Las plantillas han estado infladas desde siempre, porque fue la manera de proclamar que la revolución había terminado con el desempleo y el “tiempo muerto” en el país: generando innecesarias estructuras administrativas donde siempre cabían más personas, aunque no tuvieran nada que hacer.


Naturalmente, la realidad se cobró su precio frente al timo de la propaganda, con la permanente espiral inflacionaria en la economía cubana, muy eufemísticamente llamada exceso de circulante. ¿Cuántas campañas de “lucha contra el burocratismo” han sido lanzadas en el país durante medio siglo? Incluyendo la muy publicitada de Che Guevara y su lamentable documento “contra el burocratismo”, que demuestra cuán lejos estaba de la realidad.


En los primeros años sesenta del siglo pasado se anunció a todo bombo y platillo que el Ministerio de Comercio Interior (MINCIN) había hecho una profunda reestructuración organizativa, y que el aparato central de ese ministerio había quedado con solamente 82 personas, en un momento en que cualquier ministerio del país trabajaban tranquilamente cientos de personas. Aunque no se hizo público este detalle, incluso fue eliminada hasta la plaza de secretaria del ministro, y era el propio ministro quién contestaba el teléfono: a esos extremos llegó la payasada, que naturalmente no duró demasiado, y poco tiempo después el MINCIN volvía a ser nuevamente otro elefante más en medio de la cristalería de la economía nacional.


La única manera de reducir el desempleo en un país depende de la continua realización de inversiones que generan más puestos de trabajo, y de que todas las personas puedan desarrollar libremente su iniciativa y decidir si trabajan para otros como empleados, o para sí mismas por cuenta propia, con la única restricción de que hay que respetar las leyes, que, por otra parte, no pueden ser arbitrarias ni estrafalarias, como sucede en Cuba desde hace muchos años.


Este primero de mayo del 2010 los trabajadores cubanos desfilaron con el fantasma del desempleo sobre sus espaldas y sus corazones, sabiendo que un millón de ellos recibirán dentro de poco el aviso de “excedente”, y con las únicas opciones de irse a trabajar en la agricultura o la construcción, porque, simplemente, la economía no solamente no puede continuar soportando tan pesada carga, sino porque ni alcanza el dinero para pagar los salarios, a pesar de que el país esos salarios son ridícula y criminalmente bajos y, además, insuficientes para la supervivencia.


Es lo que siempre había estado sucediendo desde 1959, pero por primera se hace público con tal crudeza y sin demasiados adornos.


La estatización casi absoluta de la agricultura es otro de los pilares del fidelismo que se ha derrumbado. Nadie se llame a engaño: la propiedad privada y cooperativa subsistieron en Cuba a pesar de las intenciones de Fidel Castro de borrarlas del mapa. Si pudieron subsistir fue gracias a su efectividad productiva y económica en contraste con la debacle permanente de la agricultura estatal.


En 1963 las cooperativas cañeras, creadas por la ley de reforma Agraria de 1959, se convirtieron en granjas estatales, “granjas del pueblo”, por decisión gubernamental.


Posteriormente, en los años setenta, se comenzaron a desarrollar los así llamados “planes agropecuarios”, que integraban las tierras de los campesinos a las empresas estatales, en busca, supuestamente, de economías de escala y eficiencia, pero destruyendo sembrados, árboles frutales, crías, y sobre todo, la experiencia campesina en el cultivo de la tierra y el amor a lo suyo.


Cuando Raúl Castro se refería hace poco a que en Cuba ya no se ven las frutas, y se preguntaba qué se había hecho de los frutales que tenían nuestros abuelos, podría muy fácilmente haber sabido el por qué de ese vacío sin pasar mucho trabajo: bastaba que fuera a preguntarle a su convaleciente hermano qué fueron esos “planes especiales” y cómo fue que terminaron.


Aunque el general-presidente debería saberlo: el “líder” de la organización de los campesinos durante muchos años era un hombre de los suyos en el Segundo Frente Oriental cuando la lucha guerrillera, y el designado para enmendar el entuerto cuando se intentaron posteriormente determinadas reformas en el marco del llamado Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, era otro de sus hombres del Segundo Frente.


Los primeros pasos para desmantelar el fidelismo en la agricultura, bastante tímidos, por cierto, se dieron con la entrega en usufructo de tierras que se encontraban improductivas por la ineficiencia estatal: a pesar de las limitaciones y las muchas arbitrariedades que han caracterizado este proceso, era el reconocimiento de que el siempre presente papá-estado era incapaz de ponerlas a producir.


El paso siguiente se está gestando en las falsas cooperativas llamadas UBPC (Unidades Básicas de Producción Cooperativa), que en realidad son entidades estatales disfrazadas con algunos elementos de cooperativa y que, por consiguiente, siguen siendo ineficientes y poco productivas, aunque lo hacen mejor que las empresas estatales.


En estos momentos el 30% de las tierras en manos privadas y verdaderas cooperativas produce más del 70% de la producción de alimentos del país, a pesar de los huracanes, sequías y demás calamidades naturales “contrarrevolucionarias” que solamente afectan a las empresas socialistas. Las falsas cooperativas llamadas UBPC tienen aproximadamente un 40% de la tierra: si tales tierras fueran convertidas en verdaderas cooperativas podría duplicarse la producción de alimentos en el país.


Y ese es el próximo paso que se está perfilando ante el absoluto desastre de la agricultura estatal, junto a la reorganización en la moribunda industria azucarera para crear una corporación con participación de capital extranjero.


El próximo “velorio” que se está preparando en estos momentos es el de la llamada “ofensiva revolucionaria”, implantada por Fidel Castro en 1968, y que terminó con casi todos los vestigios de pequeña empresa privada en el país, acercando a Cuba al terrible modelo coreano bajo la justificación que era para quebrar el espinazo tanto a la pequeña burguesía como a la contrarrevolución, y que condenó para siempre a la economía cubana a la ineficiencia, el despilfarro y la sustracción ilegal de recursos.


Se cuenta que en la reunión del buró político que se celebrara antes de anunciarse al país tal medida, después de haberse visto los pro y los contra que tal decisión acarreaba, y estar claro para casi todos los presentes que irremediablemente se desarticularía por completo la economía, el Comandante Juan Almeida le preguntó a Fidel Castro por qué insistía en aplicarla, a lo que el Comandante respondió: “Porque me sale de los co…”.


Bajo tales criterios hormonales desaparecieron las pequeñas empresas y los productores privados que producían infinidad de productos y servicios para la población, productos y servicios que no tenía ningún sentido que fueran producidos y ejecutados por empresas estatales, ya clara y reiteradamente ineficientes en esos momentos, y que por su tamaño y alcance no estaban en condiciones de satisfacer esas necesidades. Pero la satisfacción, aunque fuera a medias, de las necesidades de la población, no estaba en los planes de Fidel Castro, interesado en cerrar totalmente el puño del poder sobre todos los cubanos.


Cuarenta y dos años después de aquel desastre, ante la casi absoluta paralización del país por la ineficiencia y el inmovilismo, y con el descontento popular y la tensión social creciendo a raudales continuamente, se ha comenzado a experimentar tímidamente con algunas barberías, peluquerías, y taxistas, para que funcionen en condiciones de “arrendamiento” (no de propietarios) de sus establecimientos o vehículos, pagando una cantidad determinada por tal arrendamiento, y encargándose de la gestión por ellos mismos, incluida la obtención de suministros y la fijación de precios y horarios de trabajo, quitando esa carga de las manos del Estado y pretendiendo controlar, a la vez, el creciente fenómeno de la sustracción y desvío de recursos.


Este camino, aunque se haya comenzado tan tímidamente, parece que tendrá que seguirlo el régimen de todas maneras, sencillamente porque la gestión estatal en estos momentos no es para nada capaz de controlar estas actividades, y es evidente que se le han ido de las manos desde hace mucho tiempo.


Como ocurre siempre, el proceso se lleva a cabo mediante arbitrariedades y regulaciones absurdas, donde el estado es siempre el que sale mejor parado, pero aún así son muchos los trabajadores que han aceptado el reto y han comenzado a trabajar encargándose por ellos mismos de la gestión en forma individual o colectiva, y en la medida que se pueda extender el proyecto serán muchos más los que se incorporarán a estas modalidades.


Interesante es que sobre estos temas se habla cada vez más abiertamente por los cubanos dentro de la Isla, y no solamente por los de a pie, y se han comenzado a publicar análisis y declaraciones sobre estos asuntos por intelectuales con determinado prestigio profesional. Esto demuestra que el régimen ha dado cierta luz verde a que el tema se vaya discutiendo poco a poco y haciéndose público para comenzar a preparar las condiciones sicológicas para su aplicación.


Sin embargo, nadie debe confundirse: como desde hace mucho tiempo se ha expresado reiteradamente por Cubanálisis-El Think-Tank, el desmontaje del fidelismo se ha estado haciendo, y se continuará haciendo todo el tiempo, a nombre del Comandante y siguiendo las enseñanzas del Comandante, que además de “invencible” es también genial y visionario.


El extremo absoluto de este enfoque, provocado por la terrible situación económica y social que vive el país, y sin recursos para resolverla, sería ver cualquier día hasta un McDonald’s en La Habana con una foto de Fidel Castro en su interior, pero McDonald’s al fin. Porque lo único que no puede ser cuestionado por ninguna circunstancia o situación, so pena de la más severa represión, es la figura iluminada y sagrada del Gran Timonel caribeño, compendio de sabiduría y dedicación a su pueblo.


Sin embargo, cabría preguntarse, si se sabe que el régimen no está en ningún sentido interesado en desarrollar un enfoque reformista verdadero, sino solamente medidas de mercurocromo para intentar paliar la colosal crisis política, económica y social en la que vive el país, y sin perspectivas reales de soluciones profundas y de largo plazo, ¿por qué estos ajustes en el funcionamiento de la economía y el país tienen que hacerse de una manera tan silenciosa, y casi como si no se estuviera haciendo?


La respuesta es muy sencilla: porque el enemigo, que se opone en todo momento a cualquier medida que pudiera aliviar o mejorar la terrible situación de los cubanos, vigila continuamente cada paso que se pretende dar por el régimen, para poder torpedearlo, sabotearlo, dificultarlo, desmoronarlo, para que no pueda funcionar.


Sencillamente por eso.


Aunque ese enemigo todos sabemos que no está en Miami o en el exilio o los disidentes, no lo crea nadie. Ni está en el gobierno de los Estados Unidos. Ni tampoco en la Unión Europea, a pesar de la tremendísima “campaña mediática” que el régimen alega que se ha lanzado contra Cuba. Nada de eso. Ese no es el enemigo de esas acciones.


El enemigo, el verdadero enemigo, está en Punto Cero

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