Por Jorge Luís González SuárezPublicado Hoy
El Cerro, La Habana, 20 de mayo de 2010, (PD) Llegar a la senectud es un don de Dios. La vida nos puede sonreír, darnos sufrimientos o inquietudes, pero es común que enfrentemos dolencias por la acumulación de los años en nuestro calendario.
Los hombres al tener una avanzada edad adquirimos casi siempre un malestar común, trastornos de origen prostáticos que nos obligan a visitar al médico y recibir algún tratamiento.
Con suma amabilidad, la doctora me remitió al Policlínico Plaza para adquirir el correspondiente turno de urología. Allí se me comunicó que hasta el 5 de enero no se daban, pues los del año en curso estaban agotados.
Regresé en la fecha fijada y se me estableció consulta para la última semana del mes; la explicación recibida por la demora fue que solamente existía un doctor en esa especialidad para atender los casos de varios centros asistenciales.
Cuando fue a tratarme el facultativo, denotó la falta de un chequeo previo y me ordenó un ultrasonido en mi lugar de origen, dándome turno para el mes siguiente. Fui a realizarme la prueba descrita, pero en esos momentos, el instrumento se hallaba roto. Ya cuando pude hacérmela, se había pasado la cita establecida.
Hube de volver al origen de todo para iniciar nuevos trámites, pero esta vez el tiempo se alargaba a casi tres meses para una nueva visita al urólogo. Tomé entonces la actitud que adoptan muchos cubanos: ir por la izquierda.
Me resolvieron para que me atendiese un especialista del hospital “Salvador Allende” (antigua Quinta Covadonga). Recibí la atención adecuada, aunque lenta por el exceso de pacientes. Después de practicar el análisis necesario de PSA y aplicarme el enema correspondiente –algo increíblemente difícil de solucionar por la falta de medios en las farmacias- para efectuarme una biopsia, la institución cerró porqué se iba de forma exclusiva a la atención de los casos de la epidemia AH1N1.
No cejé en mi empeño. Esta vez, después de tres meses más de espera, volví a la carga con una nueva ayuda hacia un lugar más indicado, el Hospital Oncológico.
Allí, para poder acceder al examen por el médico, hay que concurrir los jueves muy temprano, pues las capacidades son insuficientes, producto posiblemente de la falta de personal en esta especialidad como del prestigio que goza además este galeno.
Durante los últimos seis meses se me completaron y repitieron pruebas para determinar un diagnóstico concluyente. Al fin, a principios de mayo del 2010 se me informó que tengo una hiperplasia benigna con próstata fibromatosa grado 1. En lenguaje sencillo, no existe cáncer y nada más que inflamación a pesar de tener el referido PSA bastante elevado pues de 4, que es la cifra normal, ha subido a 45.28.
Pregunté por el tratamiento a seguir y aparte de recomendarme una dieta sana, me hizo la siguiente pregunta: “¿Tiene usted alguien que viva en el exterior?”
Según el doctor, el único medicamento que existe para estos casos son las tabletas Finasteride o Proscar, cuyo costo, por lo menos en Europa, es 125 Euros por 6 meses.
La interpelación que me hago es: ¿Cómo un jubilado que percibe una pensión de $270 MN puede costear un tratamiento por tiempo indefinido con sus ingresos? Obvio es que resulta imposible.
El sistema de salud cubano se sigue considerando como uno de los dos grandes logros de la revolución, pero cuando se profundiza en su estructura organizativa, se detectan grietas que se deben rellenar.
Ante todo, ¿Qué importancia tiene determinar un padecimiento para el cual el remedio o alivio esta fuera del alcance económico de la persona?
Es conocido a nivel mundial el apoyo que Cuba brinda con brigadas médicas y otros medios a países pobres en cualquier sitio del planeta. Una concepción humanista loable, ¿pero los nacidos en esta tierra no deben ser priorizados en la atención y recursos?
Sigo sin entender porqué debo buscar la solución a mi caso en otro lugar y con ayuda externa, si yo vivo aquí.
Enfermarse es un problema en cualquier lugar que uno se encuentre, aunque la preocupación puede llegar a ser doble ante las situaciones tan sui generis que se dan entre los habitantes de estas latitudes. Por tanto, siga este buen consejo de amigo, no se le vaya ocurrir contraer un padecimiento porque como dice el refrán, “el remedio es a veces peor que la enfermedad”.
Caricatura: Ilei Urrutia
gaulo51@yahoo.com
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